domingo, 5 de octubre de 2008

Un adiós provisorio

El viejo bribón quiere anticipar a todos los que amablemente compartieron conmigo estos simples recuerdos, y a los que estoy y estaré siempre en deuda por su generosidad en aguantarme, que este será el ultimo capitulo -déjenme la posibilidad de arrepentirme- pero me siento abrumado por un tremendo cansancio físico y mental.
Les comento que comencé a escribir con mucho entusiasmo, ya que me agrada y más teniendo la posibilidad de ser leído, pero a medida que transcurrían estos recuerdos, me fue sacudiendo una nostalgia, de lo que pudo ser y no fue. Estoy reflexionando si mi preocupación por la soledad, no era una fachada para ocultar mis verdaderos sentimientos. Si realmente fui fiel a mis principios, o no fue puro egoísmo para no brindar afecto a un posible ser querido.
Quizá llegue tarde el arrepentimiento ahora que los años avanzan y uno se va sintiendo muy solo, y con muy pocas personas a quienes brindar el cariño que no les di mientras estaban en este mundo. Lección que aprendí muy tarde, como dice el tango.
Así que les pido disculpas ya que no conocerán –al menos por ahora- el final de la historia.
Cuando nos reuníamos en el cuartel general que teníamos en la antigua y hermosa casona de don Santino, allá en Palermo, y tratábamos de colaborar con las fuerzas aliadas con todos nuestros conocimientos y recursos, que eran bastantes gracias a los grandes contactos que teníamos Ameli-Nicolini, Don Santino y yo, con mi popularidad que me abría las puertas hasta con el enemigo, que se declaraba gran admirador y a veces les sonsacaba informes, que a la larga resultaban muy valiosos.
Con Ameli, Pedrin y Carla, salíamos de pic-nic en mi coche sport y una gran canasta de vituallas, y nos internábamos entre las fuerzas enemigas, ya que dado mi persona, nos dejaban pasar, pidiendo fotos y autógrafos, que yo repartía con gran complacencia, en tanto ellos observaban la ubicación de las tropas y sus desplazamientos, que luego en el cuartel de Don Santino se transmitían por radio a Gran Bretaña, de donde salían bombardeos que lastimaban severamente a las tropas enemigas.
También merced al pedido de un antiguo amigo de Don Santino que se encontraba en una prisión de máxima seguridad en EE.UU., un tal Luky Luciano, que había canjeado su libertad bajo palabra de luego volver a Sicilia para iniciar una nueva vida. Les prometía conseguir planos detallados de los lugares más propicios para efectuar el desembarco aliado en Italia. Trabajo en el cual nosotros también colaboramos, y que a posteriori fue un éxito que posibilitó a las fuerzas aliadas un desembarco sin sufrir mayores pérdidas pero sí ocasionándolas al enemigo.
Terminada la guerra, seguí con el fútbol, hasta que finalizó mi contrato, que no quise renovar ya que mi intención era volver a mi país. Lo hice, recorrí mi barrio, que ya no era el mismo. Si bien en todos lados me brindaban grades agasajos y muestras de afecto, no conseguí encontrar ninguno de los compañeros de fechorías de mi infancia, salvo Pan con Grasa, aquel hijo del panadero, que ahora era un señor tremendamente calvo y con una gran barriga, que poseía una gran panificadora y seguía en la Boca, pero si bien me mostró grandes pruebas de afecto, ya no era, claro, aquel Pan con Grasa con quien compartimos tanta aventuras.
Jugué algunos partidos en Boca Juniors, con gran suceso de público, pero el fútbol también había cambiado. Ya era un gran negociado, se compraban partidos, hasta el entrenador les exigía dinero a los jugadores menos renombrados para ponerlos en el primer equipo.
Entonces decidí apartarme, compré esta hermosa vivienda en plena sierra de Córdoba, donde aún me encuentro. Recibía periódicamente la visita de Ameli-Nicolini, junto con Pedrin y Carla, a quienes había dejado todas mis posesiones en Italia, pero también ellos fueron partiendo, junto a la niña de Capri quien en una de sus visitas encantada con el lugar me pidió quedarse a vivir conmigo petición que no acepté, y quizá ahora me lo cuestione, pero en fin, así a grandes rasgos doy fin a esta historia, que quizá algún día pueda continuar. A todos mis lectores mi agradecimiento mas profundo. Un afectuoso cariño del Viejo Bribón.-

jueves, 28 de agosto de 2008

La grotesca muerte de dos delincuentes

Una tarde nos encontrábamos charlando en el salón junto a Don Santino, cuando sonó el teléfono y luego de atender y conversar unos instantes, regresó con una gran sonrisa, diciéndonos:
-Los espera una gran sorpresa.
En ese momento entró al salón, saludando muy respetuosamente, y pidiendo hablar con Don Santino, uno de los partisanos que tenía ubicados en bancos de la plaza principal observando todos los movimientos que ocurrían, para informarle que habían llegado 2 extranjeros en un lujoso auto y que habían entrado en la iglesia para hablar con el cura Don Pistocchi,
-Bien, contestó Don Santino, que los apresen y traigan acá completamente maniatados. Esta es la sorpresa que les tengo preparada. Ya estaba enterado de la huida precipitada de los dos delatores Petrucci y Soajes Pinto de Francia, que habían estafado al comandante a cargo de Paris con el cuento de filmar la gran epopeya del ejercito nazi apoderándose de la ciudad. Cuando los alemanes se dieron cuenta de la mentira, estos delincuentes ya habían puesto pies en polvorosa, huyendo no se sabía con qué destino. Y ahora pretendían ocultarse en Sicilia, creyéndose a salvo y intentar repetir el cuento de la gran pelicula, solicitando adhesiones.
Habían comenzado, para darle luego mayor verisimilitud a sus pedidos de dinero, con el buen párroco, quien también desconfiado, como buen siciliano, había decidido consultar con Don Santino, que le indicó que los hiciera volver al día siguiente. Al salir de la entrevista, los apresaron los partisanos, quienes los trajeron ante nuestra presencia.
Petrucci, ampulosamente, se dirigió a Don Santino, a quien saludó reverentemente besándole las manos y diciendo:
-Que honor para nosotros, dos humildes cineastas, llegar a conocer a Don Santino, el hombre mas caracterizado de todo el sur de Italia, y le pido interceda por nosotros, ya que se trata de un enorme error que han cometido, confundiéndonos con otras personas, ya que nosotros somos dos hombres de bien, que venimos con el objeto de hacer conocer este paese y la maravillosa obra que Ud. está realizando en el mismo; en tanto, Soajes permanecía en silencio y mirando todo con altanería.
Don Santino permaneció callado unos instantes, y luego le salivó en la cara, diciéndole:
-Conozco perfectamente a la gente de su calaña, delatores de los hermanos Laporte. Nosotros, cuando nos encontramos con delincuentes como Uds. y mas todavía en épocas de guerra, les imponemos la pena de muerte, y ahí mismo ordenó su ejecución; dirigiéndose al partisano le dijo:
-Llévenlos al paredón de la plaza y que sean fusilados ya mismo, y luego cuelguen sus cuerpos de algún árbol para que sepa todo el mundo como tratamos a los viles estafadores y traidores.
Espantado, Petrucci se largó a llorar implorando clemencia, en tanto Soaje estaba blanco como un papel sin poder articular palabra.
Cumpliendo lo ordenado fueron llevados a la plaza, mientras nosotros desde un balcón presenciábamos el final de este lamentable episodio.
A Petrucci, completamente maniatado, tuvieron que llevarlo arrastrando, ya que llorando imploraba y pedía perdón al jefe de la ejecución, en tanto caía de rodillas. A Soaje Pinto ya lo tenían de pie, junto al paredón, rígido, cuando estaban listos los preparativos, comenzaron a mojársele los pantalones de la entrepierna hacia abajo, formando un charco de agua y lodo mezclado con las heces que también caían de entre sus piernas. Al sonar los primeros disparos cayó con el rostro sobre sus propias suciedades, en tanto Petruccí seguía implorando clemencia. Nos retiramos del balcón sin contemplar el final de este sangriento episodio, que acabó finalmente con estos dos delincuentes.

lunes, 11 de agosto de 2008

Entregamos a los Laporte a salvo

Enterados de todo lo pasado a los hermanos Laporte, nos disponiamos a regresar, cuando fuimos advertidos por los monjes de que sería mas prudente viajar de noche, cuando descansaban las patrullas, y sería quizá más fácil poder cruzar la frontera.
Aceptamos el consejo, descansamos, y llegada la noche, antes de partir, nos habían preparado un refrigerio, así no teníamos que parar en ninguna parte para alimentarnos.
Previo a la salida, nos llevaron a la capilla, donde efectuaron ruegos y pedidos por el éxito de tan peligrosa misión. Allí recién tomé conciencia del enorme riesgo que corríamos. Estabamos tratando de poner a salvo a dos héroes de la resistencia que eran buscados por casi todas las fuerzas de los SS.SS. A pesar de no ser católico, tambien pedí poder lograr nuestro objetivo de regresar vivos.
Nos aprestamos a partir; luego de agradecer junto con los Laporte a los monjes todas las atemciones y el peligro que habían corrido al tenerlos ocultos.
Subió al enorme auto Ameli-Nicolini, ya con su traje de cardenal, y como hacía mucho frío -ya lo teníamos pensado-, con una enorme manta cubriendo sus piernas, debajo de la cual viajaría muy acurrucado el menor Laporte; en cuanto al mayor, lo acomodamos en el enorme baúl del auto, junto a dos bolsos que portaban, después nos enteramos, armas y granadas.
Además, le entregaron un portafolio a Ameli que si les llegaba a pasar algo a ellos, debía hacer llegar al Gral. De Gaulle, y que contenía todos los datos sobre ubicación de las tropas alemanas en Francia y las rutas más despejadas para cuando llegara el dia D, que ya parecía inminente. Un montón de planos y claves, todos escritos en lengua vascuence, que por ser desconocida por los nazis, serían prácticamente indescifrables. Así era como se comunicaba la resistencia, ya que previamente casi todos los guerrilleros la habian practicado.
Bien, partimos cruzando la frontera por un paso prácticamente desconocido, pudiendo así burlar por fortuna el asedio aleman.
Siempre manejando con gran prudencia, marchamos por senderos despoblados por varias horas hasta que por indicación del menor paramos un momento, mientras él estudiaba unos planos que llevaba, trazando coordenadas, nos indicó la dirección que debíamos seguir, hasta encontrar un campo prácticamente desolado con un rancho de donde salía una pequeña estela de humo.
Hacia allá nos dirigimos. Salieron a recibirnos tres campesinos partisanos, que a las carreras pusieron al descubierto una montaña de pasto donde estaba oculta una avioneta, a la que subieron rápidamiente los dos hermanos y un piloto que estaba oculto en el rancho, y luego de una breve despedida, los vimos partir junto a todos sus pertrechos.
Nos quedamos hasta no verlos ya en el cielo y lentamente emprendimos el regreso, donde por fortuna ahora sí fuimos detenidos varias veces por tropas nazis que nos imquirían el porqué de nuestro viaje y el destino que llevábamos.
Ameli, ya advertido, explicaba que habíamos llevado por orden del Papa un cáliz sagrado al monasterio para reponer el auténtico, sustraido por una de las tantas requisas que efectuaban las patrullas buscando a los Laporte.
Dada la investidura del cardenal y todos los pasaportes y credenciales en nuestro poder, nos dejaban seguir viaje.
Así fue que llegamos a nuestro hogar, donde fuimos cálidamente recibidos por nuestros cómplices y amigos.
Mucho después, y ya finalizada la conquista de Francia, recibimos cartas de ageadecimiento del Gral. De Gaulle y los hermanos Laporte, quienes posteriormente también nos visitaron, pero esa será otra historia, como lo que nos sucedió cuando regresamos a nuestro cuartel general en Palermo, y que relataré, para no cansarlos, en mi proxima entrega.

jueves, 7 de agosto de 2008

Encontramos argentinos de mala fama

Ya todo listo para el viaje, llegamos sin ninguna alternativa al primer paso fronterizo a la madrugada.
Lo habiamos calculado de esa manera porque intuimos que encontraríamos a los guardias cansados y con sueño.
Asì fue, viendo que viajaba un cardenal, apenas revisaron los documentos y nos permitieron seguir viaje.
Horas despues arribamos al convento, donde alertados los monjes nos estaban esperando, nosotros pensábamos emprender rápido el regreso, pero nos avisaron que de dia serìa peligroso, ya que patrullas de los SS.SS estaban recorriendo todos los sitios fronterizos en persecusion de los hermanos Laporte ya que dado que tenían el mando de todas las fuerzas francesas que luchaban en la clandestinidad y la gran información que poseían, hacia tiempo que estaban tras de su captura.
Pero como ellos cambiaban constantemente de residencia, solamente mediante una delación o casualidad podían dar con su paradero.
Esta vez los hermanos, que a su vez tenían colocadas en el alto mando alemán a varias mujeres enroladas en la guerrilla, se enteraron antes de que los vinieran a aprehender, que por una casualidad se habian enterado de su ultimo paradero, y así pudieron huir con lo justo, no sin antes destruir toda la informacion que poseian, llevándose lo mas importante y algunas armas y granadas consigo.
Se habían refugiado en el convento, donde ya sabían los rescatarian para llevarlos hasta un campo pasando la frontera donde se embarcarían por via aérea a Gran Bretaña para informar de todos los movimientos de las tropas nazis al alto mando inglés. Tuvimos entonces que pasar el dia aceptando la cálida invitación de nuestros anfitriones. Llegada la hora de almorzar, recién pudimos conocer a los fugitivos, que estarian a nuestro cargo. Realmente no daban la impresión del papel que estaban desmpeñando. El mayor, persona delgada, alta y de complexión muy atlética, y el otro, de anteojos y barbita parecía todo un profesor de la Sorbona.
Nos dijeron que el menor era el que planeaba todos los movimientos de los maquis, y el otro ejecutaba junto a la gente a su mando todas las operaciones. Muy simpáticos y agradables nos relataron como por una casualidad habían descubierto sus paraderos, pues ya tenían conocimiento de lo ocurrido.
Un italiano y otro argentino, que habian tenido que salir de la Argentina, por reiteradas estafas dentro de la industria cinematografica de ese país, donde pasaban como poderosos miembros de la industria del cine, tenían montadas lujosas oficinas en Bs. Aires, donde con la excusa de producir peliculas, atrapaban incautos a quienes convencían para invertir en ellas dadas sus relaciones, especialmente uno de ellos que se apelidaba Juan Manuel Soaje Pinto, y se decía descendiente directo de Rosas, tenía en su oficina colgado un arbol genealógico que lo atestiguaba, y el otro, un chanta de vida rumbosa con autos caros y lujosa vestimenta apellidado Petrucci firmaban contratos con los inversores, y luego desaparecian sin dejar rastro alguno.
Este Soaje Pinto habia tenido oportunidad de conocer en la embajada de Francia en EE.UU. al menor de los Laporte, quien se encontraba desempeñando una mision, y ahora encontrándose refugiados en Paris, habían establecido contacto con varios generales alemanes, quienes todavia no estaban alertados de la catadura de estos malvivientes, y estaban convenciéndolos de filmar una pelicula sobre la actuación de ellos en Francia.
Habían hecho algunas tomas en las afuera de Paris, y en una de ellas, a bastante distancia apareció la figura de uno de loa Laporte, a quien Soaje Pinto reconoció, e informo a los nazis, los que inmediatamente dispusieron partir en su captura.

martes, 5 de agosto de 2008

Empieza la guerra

Y llegó el gran día de mi debut en el futbol. Jugábamos como locales y una multitud colmó el estadio aguardando mi presencia. Afortunadamente muy feliz, ya que estuve a la altura de mi fama, converti dos goles y fui el director del equipo, formado en su mayoría por jóvenes que me buscaban para entregarme la pelota, así que pude desplegar todo mi repertorio de jugadas con gran éxito y para alegria de todos los tiffosi.
Continuamos jugando, viajando continuamente, pero a mitad del campeonato ocurrió lo que habia pronosticado Don Santino: Hitler, que al principio se habia anexado los países fronterizos sin que nadie hiciera nada para detenerlo, fue mas allá, y quizo apoderarse de toda Europa, desatando una de las más cruentas guerras de la historia -¿acaso existe alguna guerra que no sea cruenta?-.
Mas esta es una historia ya sabida y repetida hasta el cansancio por los países ganadores, que, lógicamente, son los que escriben la historia, así que continuaré relatando el papel que desempeñamos nosotros en ella.
Habíamos formado un grupo con Ameli-Nicolini, Don Santino, Pedrín y Carla, y naturalmente yo. Buscamos negociar con los nazis, ya que el Papa aparentemente tenía cierta simpatía con ellos, y merced a las vinculaciones de Ameli con el clero, tratamos de poner a salvo todas las obras de arte que podiamos, porque un cierto ministro de Hitler se habia dedicado a saquear, en su personal beneficio, cuanto museo, iglesias y coleccciones privadas había desde Roma para abajo, donde reinaba Don Santino y su extensa red de súbditos.
De modo que salíamos de noche con varios vehículos, cargábamos todo cuanto de valor podíamos, y lo llevábamos a los sótanos secretos de los castillos de la condesa, donde quedarían depositados.
A cambio de la promesa de que no bombardearan las principales ciudades, ya que Italia no había participado muy activamernte en la guerra, el pueblo, salvo raras excepciones, aceptaba que soldado que huye, sirve para otra guerra, y lo ponía en práctica.
Excepto muchos que se habían aliado con los partisanos de otros paises ocupados y se dedicaban a hostigar a los nazis con toda clase de sabotajes. Nosotros, quizá con mayor prudencia, nos dedicábamos a canjear muchos favores con el enemigo, salvando a gran cantidad de gente que trataba de ir a otros paises, ya que estaban sentenciados por los nazis a una muerte segura, en campos de concentracion, o directamente fusilados.
Sabiendo que la oficialidad tenía gran debilidad por el champán, se lo proporcionábamos de nuestras atestadas bodegas, haciendo de paso pingüe negocio, ya que con la excusa de lo trabajoso que era conseguirlo, lo cobrabamos a un precio muy superior al real...
Un dia vino Ameli con la noticia de que se debía emprender una misión sumamente peligrosa, y que él era uno de los pocos que podía llevarla a cabo. Se trataba de sacar de la frontera con Francia, simulando ser el cardenal Ambroggi, secretario del papa y con un chofer proporcionado por el vaticano -ya que iría en un coche del cardenal-, a los hermanos Laporte, que eran los jefes mas altos de la guerrilla en Francia, y cuyo escondite habia sido descubierto por una pareja proveniente de la Argentina -de quienes hablaremos mas adelante-.
Me opuse a que Ameli fuera en tan riesgosa misión, y después de muchos cabildeos decidimos que yo, convenientemente disfrazado, iría acompañándolos como su chofer. El operativo era rescatar a los hermanos de un convento jesuita donde estaban escondidos y traerlos a Roma, donde fuerzas de la resistencia los embarcarían hacia Londres para unirse a las tropas que lideraba el General De Gaulle. Así fué que munidos de salvoconductos y documentos falsos, partimos bien de noche hacia nuestro objetivo.

domingo, 27 de julio de 2008

Se me casa Pedrín

Al día siguiente continué mis entrenamientos, acompañado desde ahora y para siempre por Pedrín, que enseguida estableció cordial relación con jugadores y directivos del club, dados su alegre y comunicativo carácter, y se convertió en seguida en fanático tifosso, mezclándose con los hinchas más fanáticos, con quienes trabó también muy buena relación.
Mi recuperación se daba por descontada y todo indicaba que en muy poco tiempo volvería a integrar el equipo, dada toda mi voluntad e intenso trabajo para acelerar mi puesta al día, noticia que fue recibida con general beneplácito por todo el mundo.
En una de las noches que pasábamos de sobremesa en el mirador junto al hogar, jugando terminables partidas de póker a las que Ameli, Pedrín y yo éramos muy aficionados y en las que también incluíamos a Carla, quién rápidamente había aprendido el juego, y todas sus picardías. Aunque se ponía de muy mal humor cuando le tocaba perder, a pesar de que jugábamos por pocos valores.
Cuando ello ocurría, nos castigaba dejando de cocinar el día siguiente, obligándonos a ir todos a comer a algún restaurante de moda, con satisfacción general, ya que constituía una alegre salida con mucho humor y generales tomadas de pelo.
En una de esas distendidas sobremesas, Pedrín me comentó que no quería seguir ya abusando de mi generosa hospitalidad y pensaba adquirir una vivienda donde mudarse, para luego ir viendo la posibilidad de instalar algún negocio, como para estar ocupado en algo, ya que su situación económica le permitía vivir holgadamente sin trabajar.
Mi reacción fue negativa. Le expliqué que él siempre me había favorecido y ayudado en mi juventud con gran generosidad y ahora que nos habíamos convertido en grandes amigos, teniendo yo en mi casa tanto espacio y comodidad, no lo dejaría partir en modo alguno, opinión unánimemente compartida por Ameli-Nicolini y Carla, y fue finalmente aceptada por mi amigo, quien continuó yendo diariamente conmigo al club, para salir por las tardes al cine y a pasear por Roma con Carla con quien había establecido gran complicidad.
No me tomó entonces muy de sorpresa el día que los dos, tomados de la mano, me anunciaran que querían contraer matrimonio, noticia finalmente muy festejada por Ameli y yo.
Convenimos en que seguirían viviendo conmigo, con la diferencia claro de que Carla pasaría desde ahora a ser la señora y dueña de casa.
Al poco tiempo se casaron en una muy sencilla ceremonia con un festejo en una famosa trattoria, dispuesta únicamente para nosotros y un pequeño grupo de allegados, con una pantagruélica comida, muy alegre y festejada y que duró hasta que nos venció el cansancio.
Los novios partieron en lo que fue mi regalo de bodas, en un crucero de lujo por todo el Mediterráneo, incluyendo las islas Canarias y Griegas, y estarían ausentes por un mes.
Casualmente se enteró de la noticia, ya que siempre estábamos comunicados, mi amiga de Capri, quien también participó de la ceremonia nupcial, y luego se instaló a pasar esos días en mi casa, ante un cómplice viaje de negocios de Ameli que me dejaba libre completamente. Y les puedo asegurar que pasamos unos días excepcionales, disfrutando mucho de mi cama, donde hicimos el amor sin descanso. Y acá termina otro grato capitulo de mi vida, cuya continuación les prometo continuar prontamente.

sábado, 26 de julio de 2008

La visita al paese de Pedrín

Una mañana bien temprano, nos decidimos efectuar el viaje hacia la comarca de Pedrín. Fuimos junto a Ameli-Nicolini y Carla, que ya estaba como un familiar más, compartiendo todos nuestros proyectos y salidas.
Raudamente fuimos dejando atrás los suburbios romanos para internarnos en una zona boscosa que, a poco andar se fue transformando en un valle bastante árido, con muy pocas viviendas -todas antiguas, construidas en piedra y con el clásico techo de paja-, muy poca vegetación, y algunas cabras, ovejas, junto a un poco de ganado vacuno.
Ya estamos cerca -dijo Pedrín-, que no dejaba de observar todo a través de la ventanilla. Llegamos a un cruce de caminos y nos hizo tomar por una estrecha ruta mal empedrada, por la cual yo debía conducir a poca velocidad para evitar los baches y pegar contra alguna de las tantas piedras sueltas.
Ya estamos llegando -dijo Pedrín-, Y señalando un deteriorado rancho a unos cuantos metros del camino, dijo: allí es. Dejamos el auto y nos dispusimos a caminar hasta allí.
Cuando llegamos salió a recibirnos un rustico habitante, quien de no muy buenos modales nos preguntó a quien buscábamos. Pedrín se dio a conocer, contándole que esa era la vivienda que ocupó con su madre de niño. hasta que ella falleció, y que él había vendido la propiedad y unos pocos animales, para irse a América, y ahora volvía para encontrar algún pariente o antiguo habitante de la zona.
El labrador nos observó largamente. y con un tono muy poco amable nos hizo saber que no sabia nada de toda esa historia. Todo eso en un dialecto que solo Pedrín acertaba a comprender; metiéndose luego en su tapera, nos dejó allí parados.
Recorrimos durante un largo rato otras viviendas, con el mismo resultado, con gran decepción de Pedrín, que no podía creer que nadie lo recordara y de no poder tampoco encontrar algún habitante de aquella época.
Luego de fracasar en otros intentos, resolvimos emprender el regreso, en un angustiado y penoso silencio. Los dos pensando en la decepción del pobre Pedrín, aunque alegrándonos de poder salir de esa región tan inhóspita.
Regresamos por otro camino, indicado por nuestro guía, y a poco andar dimos con un pequeño caserío, con su clásica plaza, su antigua capilla, y la infaltable posta, donde nos detuvimos a almorzar unos tallarines amasados
in situ
junto a los abundantes embutidos producidos en la región.
Luego de infructuosas averiguaciones de Pedrín, que tampoco obtuvieron resultado, continuamos en silencio nuestro viaje.
Yo para distraer su tristeza, le pedí me contara noticias de la Boca, ya que muy poco habíamos hablado desde su llegada. Me contó que había cambiado notablemente, que si bien todavía estaban las casas de chapas y fuerte colorido, se había llenado de cantinas para turistas. La calle Caminito -clásico tango de Filiberto-, junto a la casa de Quinquela, eran parte de los
tours
acomodados para los extranjeros que visitaban el lugar. Nuestro querido club Honor y Gloria tuvo su época de esplendor, pero ahora languidecía absorvido por la gran institución en que se había convertido Boca Juniors.
Lo que aun conservaba su fama, eran los carnavales, con su famoso corso, lleno de carrozas, con cuanto carro había, todos decorados con toda clase de flores, llevando a las chicas del barrio, o conjuntos de acordeonistas tocando tarantelas y seguidos a pie por las famosas comparsas y murgas que se disputaban los premios regalados por los comerciantes de la zona, encabezados por el mejor disfraz individual, ya que había muchos que se lo disputaban.
Nos contó lo sucedido con un estibador que se disfrazó de oso, con una piel vaya a saber de donde había sacado, y que pasaba tocando una pandereta, y no faltó la barra de reos mal entretenidos -diría Borges, escritor favorito de Ameli, con quien compartía sus relatos sin comprender mucho alguno de ellos, los que Ameli pacientemente, me trataba de explicar-.
Lo cierto es que estos muchachones que paraban en las esquinas, no tuvieron mejor idea que deslizarle un fosforo prendido por el cuello de la piel, la que ardió rápidamente provocándole al disfrazado graves quemaduras. Esas eran las habituales bromas que se estilaban por aquellos tiempos -¿y ahora no?- allí terminó el relato, ya que estábamos cerca de nuestra vivienda.