jueves, 27 de diciembre de 2007

Honor y Gloria II

No quiero seguir mi atropellada vida sin detenerme un
momento más en el querido Honor y Gloria. Fuimos de a
poco creciendo con esfuerzos, mangas y otros pesos que
aportó el buenazo de Pedrin. Construimos una canchita de
basquet con piso de baldosas con el fin de organizar
también bailes los domingos, con estricto horario de
terminación a la 11 de la noche. Recordar que eran altri
tempi
, sin boliches, y con mas severidad en los hogares.
La idea tuvo buena acogida, y con unos parlantes, que
sabe dios dónde había conseguido y colocado mi hermano
el inventor, unas mesas y sillas de latón plegables que
nos había prestado la Quilmes, en retribución por la
compra de mercadería que nos venderían, nos largamos con
gran éxito. Al principio el buffet consistía en unos
tablones de madera con sus respectivos caballetes, donde
estaban las bebidas -cerveza, naranjín, y alguna ginebra-
y abajo unos tachos con barras de hielo para enfriar las
mismas. Luego logramos construir una pieza que servía de
almacenamiento y dividida en dos la otra parte para
nuestras reuniones de comisión o alguna jugada de truco
por el portentoso sandwich de mortadela o en ocasiones de
milanesa.
Teníamos un mozo, el gallego García, así lo llamábamos
nosotros, ya que nunca supimos ni su nombre ni el
apellido. Había un contrato muy especial, tratado
lógicamente por la Honorable Comisión Directiva, en la
que figurábamos todos los integrantes del plantel de
futbol más Pedrín, quien siempre llevaba la voz cantante
y al cual se le aprobaban por rigurosa unanimidad todas
las mociones. El gallego de quien hablo -bruto hasta las
orejas- trabajaba de día en la fonda de Doña Maria
-bendita vasca-, y como no tenía donde dormir, nos
propuso atender nuestro club durante la noche y en los
bailables de los domingos, si le permitíamos tirar un
colchón en el suelo y traer sus pocas pertenencias, lo
que fue aceptado por la mayoría.
El pobre gallego tenia una libreta donde solía anotar
nuestras consumiciones, ya que siempre andábamos con lo
justo, y que solíamos pagar cuando realizábamos alguna
changa, o los que trabajaban, cuando cobraban el sueldo,
eso sí, a veces la cuenta se hacía un poco pesada, pero
siempre cumplíamos, ya que esa libreta estaba bajo la
supervisión de Pedrín, y nadie quería quedar mal con
nuestro protector.
No quiero terminar con esta parte sin contar dos sabrosas
anécdotas del gallego García.
Una en la fonda, donde comían todos los obreros que
trabajaban en los barcos, sin mayores pretensiones: mucho
no se le podía exigir a la pobre vasca doña María, que
cobraba muy barato, y aparte se bastaba sola porque salvo
servir las mesas, poca era la ayuda del gallego. La pobre
tenia dos hijos, muy mal entretenidos -diría el gran
Borges- ya que pasaban toda la noche en las timbas,
perdiendo el dinero que con tanto esfuerzo ganaba la
madre y durmiendo durante el día y que nadie osara
despertarlos ya que se comentaba eran de armas llevar y
tenían varios duelos a puro cuchillo, pero vamos a lo
nuestro.
Un día llego a comer un extraño al barrio y pidió un bife
con papas blancas; al usar la aceitera lo llamó al
gallego y señalándosela le dijo:
-Mozo, este aceite no se puede comer, y García impasible
le contestó:
-¡Éste, no puedes comer!, pues si ves el que usan en la
cocina te desmayas...
Otra, en un baile de nuestro club, yo estrenaba
pantalones largos, no se si ustedes sabrán, que en
aquella época no existían los vaqueros y a nosotros nos
vestían con unos pantalones que llegaban hasta las
rodillas, luego cuando nos asomaba ya la barba, pasábamos
a los largos, teniendo que soportar las gastadas de todos
los amigos por el acontecimiento. Bien, esa tarde habían
concurrido un par de chicas de otro barrio, medio pitucas,
pero que estaban bastante bien. A mi se me ocurrió sacar
a bailar a una, con la cual simpatizamos y continuamos
bailando, hasta que la invité a tomar algo, ocupando una
mesa a la que acudió solícito el gallego. La niña pidió
un naranjín, y yo, echando pinta pedí un güisqui. El
gallego me señaló con el dedo diciendo:
-Tú, whisky, no tienes todos los días para pagar el
naranjín, y ahora quieres largarte con esto...
No atiné a salir decorosamente del paso, mientras la
chica pidió permiso para ir al baño y despareció
alegremente hacia mi olvido...
Mañana la seguimos.

martes, 25 de diciembre de 2007

Honor y Gloria

Vale la pena entrar en la historia del gran club Honor y
Gloria
, aunque tenga que ir salteando los tiempos y
dejando algunas cosas para más adelante, ya que se van
amontonando un montón de historias... los famosísimos
carnavales de La Boca, merecedores de todo un capítulo...
la historia del club emblema del barrio, el Boca Juniors,
que quizá tenga que desechar, ya que creo es ya muy
conocida por todos, y el que no la sepa, que se joda, ya
que debe ser hincha de River, pero debo destacar sí la
titánica labor de sus primeros dirigentes, que a fuerza
de muchos sacrificios y trabajo personal sacaron e
hicieron de un modesto lugar la poderosa institución
actual, que no sólo es un orgullo para el barrio, sino
que ha trascendido las fronteras de nuestro país.
Y quiero recordar una anécdota de esos dirigentes que no
llegaban a esos puestos para lucrar con la compra y venta
de los jugadores, como sucede en la actualidad, y sí para
trabajar. En la tardecita, cuando sabían que los viejos
genoveses estarían en el bar, o tomando fresco sentados
en la puerta de las casas, salían a vender rifas o
simplemente a pedir contribuciones para mejorar los
vestuarios o algo que siempre faltaba. Los genoveses,
bastante duros para soltar la guita, metían la mano en el
bolsillo sacando billetes, y diciendo, “eh, per il Buca”,
y jamás pedían recibo alguno, ya que conocían la decencia
de esas personas, y que su dinero sería realmente bien
invertido. Así fue como se fue haciendo toda una gran
institución...
Nosotros jugábamos en un potrero del que nos habíamos
adueñado.
Pedrín ya había trabado una gran amistad con nosotros y
cuando tenia libre, sabía acompañarnos a los partidos
hasta convertirse en hincha. De él partió la idea de
formar un club, apoyada incondicionalmente por todos
nosotros; él puso los primeros mangos para los arcos y
marcar la cancha con cal, trabajo que realizamos todos
nosotros; más adelante, como su negocio prosperaba y
tenía una extensa clientela, se había metido en el Boca
Juniors, ya que -muy astuto- les regalaba el carbón para
los asados semanales que hacían jugadores y dirigentes,
y de paso conseguía redes de arcos ya gastadas, que
nosotros remendábamos y seguíamos utilizando en nuestros
arcos.
Pedrín, solicitaba también contribuciones para nuestro
clubcito, que ya estaba tomando fama. Nos afiliamos a
una liga que nucleaba a los clubes de los alrededores y
comenzamos a jugar partidos "oficiales" con la camiseta
del club, y pantaloncitos blancos que había donado, por
supuesto, Pedrín. Más adelante vendrían los zapatos.
Nunca dejaré de recordar el primer campeonato en que
intervinimos, al entrar en la cancha, aun nos cambiábamos
a un costado, debajo de un sauce, ya que carecíamos
todavía de vestuarios. Me temblaban las piernas, ya que
me destacaba como el crack del equipo, sin falsa modestia
era por lejos uno de los mejores delanteros de la "liga".
Me pasaron la primer pelota, con varios amagues
descoloqué a los defensores y la coloqué en el fondo de
la red, ante los alborozados integrantes del equipo.
Allí oí los gritos de Pedrín que me llamaba angustiado
para llevarme urgente a mi casa, ya que había caído un
guinche y aplastado a mi padre, quien murió a poco de
llegar al hospital. Ése fue mi desgraciado debut en el
Honor y Gloria.
Pedrín, con la excusa de cambiar ideas conmigo sobre la
marcha del equipo, comenzó a frecuentar mi casa, pero yo
me daba cuenta que su interés estaba puesto en conversar
con mi hermana, que había crecido convirtiéndose en una
hermosa niña, a la que pretendían todos los solteros del
barrio.
Ella, como nosotros, sabia que su destino no iba a ser
quedarse por vida viviendo en algún conventillo de la
Boca, y muy avispada sabia que podía tener otra vida
uniéndose a Pedrín, ya que tenia habilidad para los
negocios, había estudiado en las famosas academias Pitman,
donde después de recibirse comenzó a trabajar en la
contaduría de una famosa fábrica de galletitas instalada
en la zona.
Por mi parte, después de algunos partidos vinieron a
buscarme para ficharme en Boca. Fui con Pedrín, quien a
partir de ahí se convirtió en mi representante. Fui muy
bien recibido en el club y también, dados mis crecientes
progresos fui ascendiendo de divisiones, hasta que un día,
inolvidable para mí, ya que todavía era un menor, debuté
en la la. al lado de todos esos "monstruos" que
despertaban mi admiración todos los domingos. Me cuidaron
haciéndome un lugar en el plantel y fui creciendo al lado
de ellos cada vez más, siempre aconsejado por Pedrín,
quien también se convirtió rápido en mi cuñado, en un
casamiento que dio mucho que hablar, dado que fue con gran
pompa en la iglesia de San Pedro Telmo, que todavía se
conserva igual en la zona, y a la que suelo visitar cuando
vuelvo al barrio, pero esa será otra historia, ya que me
apuré en mi relato, dejando cosas del viejo y querido
Honor y Gloria, que iré desgranando en la próxima entrega...

martes, 18 de diciembre de 2007

Pedrín

Nuestras interminables giras, luego del futbol y el
consabido baño en el Riachuelo, solían terminar en los
fondos de la carbonería de Pedrín, pintoresco personaje
que merece que me detenga a contar un poco su historia.
Pedrín llego a nuestro país atraído por lo que había
oído cuando bajaba al pueblo a vender algún animalito o
efectuar alguna compra. Se decía que en la Argentina el
dinero se encontraba por donde uno fuera, allá en su
paese vivía en el medio del campo junto a su madre,
nunca conoció otros parientes, en una habitación
construida en piedra y techo de paja que servía de
dormitorio, cocina y hasta para albergar algún animalito
doméstico cuando nevaba, sin sanitarios, claro.
La higiene se efectuaba en el arroyito que pasaba junto a
la casa, vivían de lo poco que podía cultivar Pedrín, y
de algunas cabras y gallinas. Cansado de esa vida, cuando
falleció la madre vendió lo que poseían y se conchabó en
un carguero que venia a nuestro país. Desembarcó en la
Boca y la realidad le mostró que no era tanto como lo
imaginaba, tuvo que trabajar duro, almorzar un pan cortado
al medio, rociado con aceite y una cabeza de ajo con
algunos aros de cebolla para ahorrar los pocos pesos
que ganaba haciendo changas, y que guardaba celosamente,
ya que tenía en mente varios proyectos, para ir
progresando. Así fue que pudo comprarle a un viejo genovés
que tenía un terrenito donde vendía carbón al menudeo y
forraje para alimento de los animales. Recordamos que eran
épocas de tracción a sangre y los fardos de pasto tenían
mucha salida, así como el carbón, único combustible usado
para cocinar y tener calor en invierno. Pedrín, que había
observado estos detalles, ahorraba todo lo que podía, y
fue agrandando el negocio. Agregó otro terreno, compró un
carro con caballo, y de a poco fue comprando y almacenando
pilas de fardos de alfalfa y bolsas de carbón, que luego
repartía a una clientela que cada vez se agrandaba más.
Tenía una buena amistad con nosotros, ya que le ayudábamos
a descargar y apilar la mercadería, que recibia ahora ya
al por mayor, y algunas veces lo acompañábamos a hacer el
reparto, o repartiendo a domicilio el carbón que le
encargaban. Siempre nos recibía alegremente y con alguna
taza de mate cocido con leche, ya que había logrado
construir una pequeña vivienda dentro del galpón donde
tenia la mercadería y también tener en el fondo unos
animalitos, gallinas que proveían de huevos que sabia
compartir con nosotros. Donde terminaban las pilas de
forraje había un círculo, lugar donde nos reuníamos
recostándonos entre los fardos y tratando muy seriamente
sobre cuál sería nuestro futuro, ya que todos deseábamos
volar lejos, para no terminar trabajando en los barcos,
único porvenir que nos esperaba. El único que no pensaba
en irse era el gordito pan con grasa, ya que su padre
era el dueño de la única panadería del barrio,y tenía
su bienestar asegurado por lo que sus pensamientos no
volaban demasiado lejos.
En cambio cada uno de nosotros tenía ya decidido su
futuro: el Adolfo partiría al norte, donde se convertiría
en famoso actor de cine, mi hermano seguiría la escuela
técnica, ya que seria inventor -condiciones tenía- pues
arreglaba con mucha habilidad artefactos que le traían los
vecinos para reparar, Juanito sería abogado, ya que había
escuchado que esa gente que defendía a los quinieleros y
explotadores de mujeres, estaban llenos de plata, El
serio
nunca opinaba nada, pero seguía sentado en los
muelles mirando partir los barcos.
Un buen día nos enteramos que se había conchabado de
grumete en un carguero que daría la vuelta al mundo, y
nunca más volvimos a verlo. Tachito de grasa, quería ser
conductor de esos grandes carros que repartían mmercaderías
por todo el país, y yo anhelaba terminar el secundario y
seguir jugando al fútbol, donde ya me destacaba. Finalmente
casi siempre terminaba la asamblea con una muy festejada y
ruidosa masturbación general.
Más adelante narraré la fundación del gran club, Deportivo,
Social y Cultural Honor y Gloria
, fundado y presidido por
Pedrín, dueño de la idea y de los pesos necesarios para
llevar a cabo el emprendimiento.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

La Pesca.

La pesca era toda una ceremonia con grandes preparativos. Como carecíamos de todo lo mas elemental para practicar ese deporte, buscábamos una rama
flexible, a la que agregábamos un hilo lo bastante fino y fuerte y en la
punta el anzuelo de nuestra fabricación, con un trozo de alambre, al que dábamos forma y pulíamos en los adoquines de la calle principal. Con un tacho de lombrices, nos dirigíamos a un lugar bastante alejado y tranquilo, lleno de sauces y con poca correntada, siempre sacábamos algún bagre u otro espécimen, que era rigurosamente regalado a quien correspondía por un orden ya preestablecido de antemano. Ese día había ido el Dieguito, un chico no muy afecto a la pesca y que prefirió volver a nadar. Había una especie de gran olla con quietas aguas que corrían mansamente entre unos espesos camalotales, lugar privilegiado para bañarse. Allí se zambulló el Dieguito, gran amigo y admirado por nosotros, ya que tenia la habilidad de esconder la mano dentro de la manga de su raído pulóver y fingiéndose manco iba por los bodegones pidiendo alguna moneda, que siempre obtenía de algún desprevenido marinero, ante las risas de los habituales comensales que ya conocían la treta. Como todos sabíamos nadar, nadie prestó atención y continuamos atentos a la pesca, matizada siempre con algún chiste aprendido del diariero que a su vez lo escuchaba de algún cliente en su habitual recorrido, ya que no existían los kioscos de venta y ésta se efectuaba a domicilio, o en la esquina donde paraba el canillita. Cuando había pasado un largo rato, caímos en la cuenta de que no veíamos al Dieguito, comenzamos su búsqueda a los gritos por los alrededores y luego, ya más alarmados, comenzamos a tirarnos al agua, nadando por debajo del agua, hasta que lo encontramos aparentemente desvanecido entre las raíces de los camalotes. Lo sacamos a la orilla, y mientras algunos le hacían respiración artificial, otros corrieron en busca de auxilio, cuando llegó un marinero de la prefectura, trató de reanimarlo, pero ya tenia un color azulado, y no respiraba. Pasó un largo tiempo antes de que volviéramos nuevamente a pescar...

martes, 4 de diciembre de 2007

Mi niñez en la Boca III


Nuestro grupo de chiquillos, unos 10 o 12,
todos habitantes
del "complejo" de chapas
y madera, donde algunos audaces hasta
habían edificado un piso arriba,
con gran habilidad,
ya que nunca se cayó
ninguna y las
escaleras hechas con las maderas que descartaban en
los astilleros que nosotros inconscientemente subíamos y bajábamos
a las carreras, aunque crujían amenazadoramente, jamás se rompieron.

Bien ese grupo nos reuníamos por la mañana en un rincón del astillero
más próximo que era muy poco frecuentado y donde
podíamos planear,
puestos todos de acuerdo, las aventuras
de esa mañana, que
generalmente comenzaba bien tarde, ya que nos despertábamos cuando
el sol estaba alto, pues
estábamos solos.
Nuestros padres habían salido temprano a trabajar, el hombre al puerto
y la madre en alguna de las fábricas que ya se estaban instalando cerca
del Riachuelo o si no, a lavar "para afuera" cuestión de arrimar unas
monedas mas al ya magro presupuesto.
Ya vestidos, desayunábamos un mate cocido con algún trozo
de pan, si quedaba de la noche anterior, y a la reunión.
Cuando era la temporada, la decisión más arriesgada era ir
a robarles algunas sandias a los tanos de las chacras,
aunque estos, ya escarmentados, las sembraban cerca de
las casas donde podían vigilar; y además estaban los perros,
que no constituían un peligro, ya que de tanto vernos nos
habíamos hecho amigos, claro, previo convite con un pedazo
de pan, o alguna achura regalada por el carnicero del barrio,
ya que en aquel entonces, todas las vísceras de los animales
se regalaban.
Entonces era cuestión de esperar que la familia se fuera a
dormir la siesta, toda una tradición, pues se trabajaba desde
el alba a la puesta del sol, y allí, nosotros, agazapados y
corriendo, buscábamos la mejor sandía o melón y rápidamente
nos dábamos a la fuga, aunque alguna vez tuvimos que
soportar un escopetazo de sal en las nalgas, pero eso era ya
un riesgo asumido. Cuando alguien de la barra faltaba a la cita,
íbamos en su busca, descontando que estaba enfermo de gripe.
La única enfermedad conocida, pues todos éramos inmunes a
otra cosa. Como el médico era una cosa inexistente, se
consultaba al boticario, dueño de la botica, así se denominaba
a la farmacia, quien de acuerdo al informe de nuestra madre al
poner la palma de la mano sobre nuestra frente dictaminaba la
fiebre que teníamos. Entonces el buen hombre "diagnosticaba",
como primer medida, una purga, llamada limonada Rogué,
asquerosa bebida que nos hacían tragar a la fuerza,
tapándonos la nariz. Luego unas temidas cataplasmas de lino,
un menjunje que se calentaba y luego se envolvía en un lienzo
y nos colocaban en el pecho, cuando más calientes mejor, a
pesar de nuestros ruegos y lloros, no había compasión. Luego,
un baño de pies con agua bien caliente y mostaza. El enfermo
envuelto totalmente en una frazada tenia que aguantar el
mayor tiempo posible ese tremendo suplicio, pero nos
curábamos, ¡y como! Terminada esa operación dejábamos al
enfermo en cama, un par de días, continuando el tratamiento
hasta desaparecer la fiebre, y a otra cosa. Planificada la
mañana, volvíamos a casa a comer lo poco que había para
compartir y después a la escuela, y otras actividades.
Pero detengámonos en los famosos partidos, todos teníamos
apodos: el rusito, el polaco, el pelado, el flaco, ese era yo,
pan con grasa -el
clásico y buenote gordito, que pese a sus
protestas siempre jugaba al arco porque nunca corría a nadie-,
el triste, risita, tachito de grasa, un negrito que trabajaba en
una fabrica taller de arreglos de carros, ya que todo se
transportaba a tracción a sangre, y él era el encargado, entre
otras tareas, del engrase de las ruedas de los carros, así que
venia todo sucio a jugar, después de los interminables partidos,
todos al Riachuelo, donde habíamos descubierto una isla con
un montículo sobre el río, donde nos zambullíamos y luego entre
todos, ya que se resistía, frotábamos con arena y agua, a
"tachito de grasa", hasta dejarlo bastante limpio, aunque con
algunas rayaduras, consecuencia del raspado con la arena.
Después según la hora, la pesca, o la tertulia en la carbonería
de Pedrín, pero será el tema que trataremos mañana.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Mi niñez en la Boca II

La Boca y nosotros.- Como ya lo
dije, la Boca era un barrio
típico de inmigrantes, gente
que había llegado en barcos, y
resuelto quedarse, avizorando
mejores horizontes, por lo menos
trabajo, que abundaba en aquella
época, al igual que sitios para
levantar la casa de chapas y madera, con desechos
que tiraban los astilleros, con la misma pintura
sobrante de los barcos, que usaban para sus
viviendas, por eso la mezcla policroma, que había
en todas las viviendas, y que era una de las
características del barrio.
Los trabajadores, mezcla de nacionalidades -con
predominio de genoveses-, trabajaban o bien en los
astilleros, reparando o pintando barcos, o en la
carga de los mismos, changarines en aquella época,
estibadores ahora, sin sindicatos, ni ley alguna
que los amparara, en su mayoría con muy bajos
jornales, que apenas si alcanzaban para subsistir.
Era bastante frecuente la muerte de alguno de ellos
por accidentes, y eran siempre los vecinos y algunos
amigos quienes ponían el dinero para el entierro,
ya que los que proporcionaban el trabajo, nunca se
conocía quien era el responsable. Parte de estas cosas
están reflejadas en los magníficos cuadros que pintó
Quinquela, quien mostró como nadie todas esas vivencias.
Nosotros formábamos un grupo de chiquillos casi todos
de la misma edad, que vivíamos en los clásicos
conventillos, así llamaban un poco despectivamente
a las casas típicas de chapa y madera. Cuando no
íbamos a la escuela -ya volveremos sobre este tema-
nos dedicábamos a recorrer el barrio, ya sea
buscando algo que pudiera ser de utilidad en nuestras
casas -chapas, maderas para el fuego, tachos vacíos de
pintura, que bien lavados servían como recipientes para
cocinar, o para poner plantas, no había rincón para
nosotros ignorado. Ya en los astilleros nos conocían,
ya que sabíamos llevar la comida a nuestros familiares
que trabajaban en horario corrido, no así los
changarines, que lo hacían de sol a sol, hasta que
estuviera completa la carga o descarga del barco, para
hacer a la salida la clásica parada en el boliche de
Pedrín a tomar la caña fuerte o el mas modesto vino
patero, elaborado en las tantas quintas de la Isla Maciel,
que estaba cruzando el Riachuelo, cuyos vagos de la misma
edad nuestra eran los irreconciliables enemigos en esos
gloriosos picados de fútbol. Acá quiero detenerme un
momento, porque eran toda una ceremonia esos clásicos
partidos, que jugábamos casi a diario en los potreros
que abundaban, y en los que siempre éramos locales, ya
que en la isla casi no había, ya que eran casi todas
chacras muy bien trabajadas por otros tanos, dueños de un
carácter no muy contemplativo para con nosotros, ya que
si por casualidad caía una pelota en su propiedad,
inmediatamente corrían y la cortaban a pedazos con los
cuchillos que usaban para cosechar la verdura, ¡y lo que
nos costaba conseguir esas pelotas, que se compraban con
las monedas que juntábamos con los vueltos de los
marineros que nos sabían encargar alguna compra. A veces
-y no eran pocas-, cuando no teníamos la clásica pelota
de goma, que atesorábamos guardando en la carbonería de
juanchin -esto merece otro capitulo- y muchas veces
cuando no había pelota, la improvisábamos con viejas
medias, rellenas de papel. Se hacían los desafíos a
20 o 30 goles, nunca por un tiempo determinado, los
arcos eran montones de guadapolvos y libros, ya que se
jugaba después de la salida del colegio, cuya asistencia
era inconmovible por la vigilancia de nuestras madres y
de doña Pietra, la portera, ya que el colegio era
pobrísimo, pero tenia portera, una mujer que realizaba
la limpieza, y que generalmente era nombrada por algún
allegado a Don Barceló, respetadísimo caudillo de la
zona, dueño de todos los votos, de la quiniela y de los
prostíbulos, de quien volveremos en otro capitulo,
ya que lo merece.
Nuestros elementos para concurrir al colegio era un
guardapolvito, que quien sabe por cuántas manos había
pasado, un pequeño cuaderno y un lápiz, por ahí alguno
también era propietario de una goma de borrar, que
compartíamos todos.
Lo más atractivo era la copa de leche y algún criollito
que nos sabían dar, mientras había presupuesto, según nos
contaban las maestras, que muchas juntaban entre ellas
el dinero para no privarnos de esa que a veces era la
única comida del día.

Mañana seguiremos con estas historias.