viernes, 29 de febrero de 2008

El partido por la Copa del Mundo


Entrando en Berlín, como todos saben, ciudad muy limpia y ordenada -por eso no abundaré en comentarios-, nos llevaron a un precioso hotel en las afueras, para evitar fastidiosos contactos y prensa, y tener tranquilidad para encarar ese difícil partido, en el que todos daban como ganadores a los alemanes: muy buen equipo, rápidos, aunque bastante recios: Pero nosotros también estábamos muy bien entrenados, teníamos buenos jugadores, y como decían las crónicas de aquella época, contaban con mi presencia -el mejor jugador de Europa- así titulaban.
Y llegó el partido. Antes de terminar el primer tiempo en rápida y feliz jugada, los alemanes se pusieron en ventaja ante la gran algarabía de la mayoría de los hinchas que colmaban las tribunas.
En el descanso, el entrenador me llamó aparte y me dijo que por favor frotara la lámpara de Aladino, ya que había jugado muy marcado por los jugadores rivales y no había tenido oportunidad de realizar ninguna de mis jugadas.
Es cierto, apenas recibía la pelota, ya tenía un rival encima, dispuesto a quitármela o a empujarme para impedir que siguiera jugando, un poco ante la pasividad del árbitro que, quizá por la condición de local de los germanos, hacía casi siempre la vista gorda ante las infracciones que me cometían.
Habíamos hablado con Yepetto, y nos juramos dejar la vida por el triunfo. Hacia la mitad del tiempo complementario, logré despegarme de la pegajosa marca de mis contrarios y gambeteando y combinando con Yepetto y esquivando puntapiés, llegamos al arco, donde no tuve dificultad en marcar el gol del empate.
Continuó el juego, cada vez mas duro y violento, con dominio alemán, y Yepetto logró interceptar una pelota en mitad de la cancha y salio disparando hacia el fondo de la línea. Como ya habíamos ensayado esa jugada, salté entre dos contrarios y corrí hacia el arco rival.
Yepetto llegó casi hasta el final de la cancha, levantó la cabeza, me vio a mí que llegaba corriendo y sacó un preciso centro hacia el medio del arco, yo calculé que no llegaría a tocar la pelota y, desesperadamente, me arrojé al aire, volando casi a ras del suelo y alcancé a cabecearla, convirtiendo el gol.
Medio estadio enmudeció, ante la alegría de todos los italianos espectadores de la hazaña, y yo tratando de no morir asfixiado por todos los compañeros que se habían tirado encima de mí formando una montaña de la cual trataba desesperadamente de escapar.
Luego del prolongado y lleno de lagrimas abrazo con Yepetto, el juez consiguió reanudar el partido. Los alemanes nos llevaron desesperadamente por adelante, ante los gritos de nuestro entrenador que enloquecido nos pedía que aguantáramos y tuviéramos la pelota lo más posible, ya que faltaban pocos minutos para el final.
Así hicimos, logrando el más espectacular triunfo en la historia de nuestro Club. Solo el que estuvo allá puede imaginarse lo que fue aquello.
Tanos por todas partes, saltando y gritando como locos, nosotros saltando abrazados y llorando a moco tendido, junto con todo el cuerpo técnico. Finalmente, nos entregaron la hermosa copa, también en una emotiva ceremonia, la que fue besada por todos los integrantes del equipo y cuanto hincha estaba presente.
Una vez en los vestuarios siguieron los cánticos, saltos y abrazos, junto a una lluvia de champán, que no se de dónde había aparecido. Una vez en las duchas, arrastramos con nosotros a todo el cuerpo técnico junto a Ameli-Nicolini, quienes correctamente vestidos como se encontraban, quedaron hechos sopa, aunque igualmente siguieron con nuestra ruidosa algarabía. Una vez cambiados, salimos rápidamente hacia el ómnibus, ya que esa era la recomendación, para evitar imprevistas efusiones y cualquier otro incidente con la parcialidad alemana.
Rápidamente iniciamos el camino de regreso, acompañados por una ruidosa procesión de vehículos de toda clase con hinchas italianos que seguían nuestro andar. Al llegar a Italia se complicó el viaje, ya que al costado del camino era innumerable la cantidad de gente que saludaba nuestro paso, y quería tocarnos. Acortaré este interminable viaje, ya que ocuparía varias páginas narrar lo que fue aquello.
Y finalmente llegamos a Roma, donde aquello fue inenarrable: una multitud nos esperaba, cubrieron de flores el autobús, finalmente lograron sacarnos del mismo, aunque fuimos felizmente rescatados por los bomberos que acompañaban nuestro andar, y nos subieron a sus carros donde tuvimos que dar varias vueltas por el centro de la ciudad, hasta poder llegar a nuestro Club donde, ya un poco mas tranquilos, pudimos continuar los festejos, encabezados por Ameli-Nicolini, quien había perdido su habitual compostura y saltaba y brindaba con champán con todos nosotros... Finalmente nos retiramos a descansar, ya que nos habían alertado que los días siguiente iban a ser tremendamente ocupados.
Tuvimos que ir al palacio real, donde nos recibió el rey en persona, felicitando uno por uno a cada jugador. Luego nos recibió también el Papa, quien después de saludarnos y bendecirnos, nos regaló una medalla, que no conservo, porque la obsequié tiempo más tarde, a quien verdaderamente la apreciaría, pero esa es otra historia, que ya contaré.
Finalmente, y pasando por alto otras entrevistas, terminaron los festejos con el gran baile de gala, con invitados especiales que se realizaría en una de las mas hermosas casas romanas, el castillo de la dama Maria Elena Reviello, condesa de D' Aosta.
Por supuesto concurrimos vestidos de rigurosa etiqueta, así se acostumbraba en aquella época, donde estaría lo más granado del gobierno y la aristocracia romana y de todo quien podía tener acceso a esas fastuosas reuniones. Yo no fui de muy buena gana, ya que me sentía un tanto incómodo entre esa gente, por mi tan modesto pasado en los conventillos de la Boca, pero no tuve alternativa...
Luego de interminables discursos y brindis, tras un fastuoso banquete adornado por platos que no alcancé a distinguir porque me parecía estar flotando en una nube, y que en cualquier momento volvería a aterrizar en la tierra, comenzó el baile.
Pude apartarme y recostarme junto a una columna mirando a los bailarines, entre los que para mi sorpresa advertí a Yepetto, danzando muy entusiasmado con una hermosa niña; después supe que era hija de un alto dignatario del Vaticano, con quien mas tarde tendría un noviazgo que culminaría en casamiento, del cual tuve la gran alegría de ser padrino. Pero esta será otra historia que dejaremos para más adelante.
Seguía apoyado en la columna, cuando veo acercarse hacia donde yo estaba a una hermosa dama, con un vestido que realzaba su cuerpo espectacular, y unos luminosos ojos color esmeralda, que al estar junto a mí, me preguntó:
-¿Tu eres el famoso Bambino?
Como yo había enmudecido contemplando esa dama tan bella, ella me tomó de la mano y me llevo a bailar. La tomé en mis brazos sin poder articular palabra, mientras ella arrimaba su mejilla junto a la mía. Para mi tremenda sorpresa, hablamos las frases circunstanciales. Ella admirada por tener entre sus brazos al famoso Banbino, mientras yo, creo que por primera vez en mi vida me ruborizaba, estaba recuperando mi valentía de reo de la Boca, cuando nos interrumpió un valet para decirle unas palabras en su oído.
La dama me pidió disculpas, diciendo que tenía que atender algo urgente, pero que no me moviera de allí, donde quería encontrarme cuando volviera.
En eso estaba cuando se acercó Ameli-Nicolini, y después de felicitarme por la pareja, me pregunto:
-¿Ya conoces quien es? Ante mi negativa, sonrió contestándome:
-Es Maria Elena Reviello condesa de D' Aosta, y dueña de todo esto.
Quede petrificado, mientras mi protector me decía:
-Ten cuidado con esa persona, te puede hacer mucho daño...

jueves, 28 de febrero de 2008

El partido en Florencia

Estábamos empatados, cuando un grandote lesionó a Yepetto, que tuvo que ser retirado de la cancha. Después me entere que la lesión no revistaba mucha importancia, y podría jugar el próximo partido, pero me causo tanta rabia que recibí una pelota en mitad de la cancha, y me fui esquivando rivales hasta el arco contrario y allí, con un amague, descoloqué al arquero y convertí el gol de la victoria, faltando segundos para la terminación del partido.

Fue el delirio de los compañeros y de nuestra hinchada, que en gran cantidad nos había seguido a Florencia, así que con gran alegría abandonamos esta tan bella ciudad que me dejo maravillado, pensando si no seria un mágico sueño, ya que de los conventillos de la Boca, había tenido la dicha de conocer tantos lugares para mí desconocidos, y ser admirado por tanta gente, tanto que a veces me pellizcaba para ver si estaba despierto y todo eso era cierto.

Los festejos en Roma fueron medidos, ya que al domingo siguiente jugábamos por el titulo de campeones con nuestro archirrival el Roma. Nos preparamos concienzudamente, entrenando a diario.

Uno de esos días salíamos del Club con Yepetto cuando vimos esperándonos a las dos niñas de Capri. Ante nuestra agradable sorpresa nos saludamos y la que había estado conmigo, me llevo aparte y dijo que tenia que hablarme en privado.

Cuando estuvimos solos me dijo: venia a contarte algo muy importante. ¿Que será? – me pregunte muy intrigado. Después de estar contigo, no tuve relaciones con nadie, y he quedado embarazada. Quedé petrificado, miles de cosas pasaron por mi cabeza. la actitud a tomar, qué pasaría con mi porvenir en el fútbol, en ese momento quise que me tragara la tierra, había quedado petrificado.

Como seria mi cara, que la niña me tomó del brazo y riéndose a carcajadas me dijo que era simplemente una broma: quería ver como lo tomaba. Les juro que me tomó bastante recuperarme, menos mal que Yepetto había tomado la iniciativa y como pensaban quedarse unos días en Roma, las invitó a salir, y a quedarse en su domicilio. Las chicas nos dijeron que lo nuestro ya había quedado en el olvido, y solo habían querido saludarnos y conocer nuestro famoso club. Las hicimos pasear por todos lados, ante los silbidos de admiración de nuestros compañeros, y nos despedimos con un cariñoso beso, ante la traviesa y burlona mirada de mi amiguita, que había advertido mi gran susto...

Para el domingo ya estaba recuperado y esperando ansiosamente el enfrentamiento. Estaba por terminar el primer periodo y no se había abierto el tanteador, cuando me pasan una pelota cerca del medio de la cancha, levanto la cabeza y lo veo a Yepetto con el brazo en alto salir disparado hacia el arco rival, de entre un montón de piernas, me salio un magistral pase que dejo a mi amigo a solas con el arquero a quien no tuvo dificultades en hacerle el gol de la victoria.

Fue el delirio, parecía que se venia el mundo abajo. En el descanso, el entrenador nos pidió que cuidáramos la ventaja que nos aseguraba el campeonato, y a mí me recomendó que tuviera la pelota, pero sin hacer ninguna travesura, y así finalizó el partido: nos clasificábamos campeones después de muchos años de espera.

Esa noche media Roma no durmió festejando el triunfo y la otra mitad lloró frustrada. La semana paso entre grandes agasajos, entrevistas, pero todo muy medido ya que, ¡otra vez! nos faltaba la gran final por la copa Europea con un equipo alemán. Sería la primera vez que nuestro Club conseguía los dos triunfos mas grandes del fútbol Europeo. Nos tenia muy en vilo ese partido ya que sería en Alemania y ante un duro rival. Ypetto y yo, y todo el equipo estaba en perfectas condiciones esperando el partido. Un par de días antes viajamos en tren hacia nuestro destino, ya que queríamos conocer el estadio y tener tranquilidad antes del partido.

martes, 19 de febrero de 2008

Visito Florencia

Mi vida en Roma era cada vez más jubilosa. Si bien al principio sentí nostalgia por mi familia, mis amigos del Club Honor y Gloria, y todos los vagos de la Boca, poco a poco, con el trato recibido, y haciendo lo que más me gustaba, que era jugar al fútbol, por lo que además me pagaban espléndidamente, unido a mi amistad cada vez mas estrecha con Yepetto, a la que se había unido Ameli-Nicolini, quien nos había prácticamente adoptado, ya que se trataba de un hombre que había heredado una gran fortuna, y permanecía soltero.

Rumores hablaban de un fracasado romance que lo había llevado a no querer insistir, ya que todavía continuaba amando a la persona con quien vivió ese episodio de su vida. Ameli prácticamente dedicaba todo su tiempo al Club, que era una de sus grandes pasiones, la otra era hacer de nosotros hombres de provecho, puliendo nuestros escasos conocimientos para la vida que nos tocaría llevar, de seguir con nuestra ascendente popularidad, con invitaciones a círculos privilegiados, entrevistas en radios, diarios, y presentaciones después de los partidos.

Así, nos llevaba a museos, conciertos, óperas, elegantes restaurantes, y nos aleccionaba en todo ese mundo que estábamos recién conociendo. Con Yepetto cada vez nos entendíamos más. Era buen jugador, pero le faltaba la clásica picardía, por lo que después de las practicas nos quedábamos largo tiempo ensayando jugadas, que yo había mamado en los potreros de la Boca, y que practicábamos a gran velocidad con cruces y cambios de frente, ensayando tiros al arco desde distintas posiciones, que al realizarlos en los partidos parecían salir de memoria, con gran beneplácito de la inmensa cantidad de tiffosi que seguían al equipo.

Al respecto quiero relatar una anécdota, ya que yo aprendí que en toda disciplina, el genio ocupa un 10%, y el resto es transpiración.

Generalmente venía a verme todo Argentino que visitaba Roma, ya que mi fama era conocida también en Argentina. Así fue que me visitó un famoso cantante, que venía de Paris, donde fue a un espectáculo donde actuaba un, por aquel entonces, famosísimo actor y chanssonier, llamado Maurice Chevalier. Este le concedió una entrevista en su camarín después del espectáculo. Nuestro viajero le comentó que le había causado admiración una escena en la que Chevalier, con gracia espontánea y total naturalidad, mientras cantaba depositaba sobre el piano una copa que llevaba en su mano. El actor lo miró largamente, y le contestó: ¡y tu no sabes las horas de ensayo que me llevó esa escena...!

Volvamos al fútbol: nuestro equipo, a mi llegada -y a esta altura de mi vida no caeré en falsa modestia-, estaba en la mitad de la tabla de posiciones, y con mis goles y jugadas increíbles para esa época y en esos lugares, logramos colocarnos segundos, junto al equipo de Florencia, la Florentina, y a un punto de quien encabezaba las posiciones, que era nuestro clásico rival, algo así como el River-Boca de mi país. Se dio la casualidad de que el próximo domingo debíamos enfrentar a la Fiori en su ciudad, y en la siguiente semana a nuestro eterno rival. Imagínense los cuidadosos preparativos para esos dos encuentros, donde nos jugábamos la chance de obtener el campeonato, que hacia años se le negaba a mi Club.

Llegó la hora de viajar a Florencia, ciudad desconocida para mí, donde con la guía de Ameli-Nicolini, tuve el gozo de descubrir los grandes tesoros que había por doquier. Me enteré de que allí habían nacido Leonardo, el Dante, Benvenuto Cellini y que se cultivaba en la región el popular vino Chianti, único lugar donde se elaboraba por la excelente calidad de sus viñedos, solamente apropiados para esa clase de vino famoso en todo el mundo.

viernes, 8 de febrero de 2008

Capri



Nos concedían pocos días libres, debíamos informar puntualmente adonde iríamos, porque el plantel directivo y técnico nos tenían totalmente prohibido las entrevistas mediáticas, salvo que fueran autorizadas por ellos. Y con la presencia de algún miembro de la C.D. ya que para evitar falsas habladurías trataban de preservar nuestra vida privada.

En uno de esos días libres, decidimos con Yeppetto realizar una excursión a la isla de Capri, que no conocíamos. Luego de averiguar horarios, alquilamos un auto y nos dirigimos al puerto de Castellammare (Nápoles), desde donde salía un vaporeto, que por el mar Tirreno, nos llevaría a destino.

Cuando arribamos, quedamos un tanto desilusionados, ya que en el muelle solo se advertían unas cuantas barcas de pescadores y una pocas casas, todas edificadas muy juntas, como si no hubiera más lugar. Pero a poco de caminar por esas callecitas que subían y bajaban, todas muy angostas, con un antiquísimo empedrado y una bellísima vista al mar, fuimos quedando extasiados por el hermoso panorama y la belleza de la isla.

Nos sentamos en una especie de almacén y bar a tomar un vaso de vino, hecho allí mismo y un trozo de queso de cabra, que, junto con la caza y la pesca, eran los únicos productos con los que se alimentaban, y que por cierto eran muy ricos.

Estábamos disfrutando de la merienda y admirando el paisaje, cuando acertaron a pasar dos niñas, adolescentes muy bonitas, que al ver dos "extranjeros" como dijeran ellas, se detuvieron a conversar con nosotros, haciendo las preguntas de rigor: de dónde veníamos, y a qué nos dedicábamos, lo que contestamos amablemente.

Al enterarse de que pensábamos pasar el día, nos indicaron que debíamos conocer Anacapri, el lugar superior de la isla, donde había un hermoso bosque, con una antigua mansión, ahora convertida en posada y casa de comida, propiedad de sus padres, que eran suizos, de buena posición económica y que en una visita al lugar se habían encantado de sus bellezas, y como esa mansión con el bosque adyacente estaba en venta, la habían comprado, estableciéndose, y viviendo y explotando el restaurant con todo lo que proveía la naturaleza en la isla.

Un poco por curiosidad y otro por la atracción de las niñas, emprendimos la subida a Anacapri, que por cierto no era tan sencilla, pero merced a nuestra juventud y entrenamiento, realizamos conversando con las chicas, quienes nos informaron que ese antiguo "castillo" como lo denominaban los pobladores, había pertenecido a un famoso médico sueco, quien después de haber reunido una gran fortuna atendiendo, dada su gran formación, a casi toda la realeza y figuras importantes de Europa, había resuelto retirarse y escribir sus memorias en Anacapri, que había descubierto en una visita y donde pensó terminar sus días, acompañado de todos los animalitos del bosque, de los que se había convertido en protector, especialmente de los pájaros, que abundaban y que él arrojándoles semillas había acostumbrado a que acudieran en grandes cantidades al patio de su vivienda.

A cuento de ello, recuerdan los ancianos de la isla, que para el invierno acudía gente de Roma a cazar en cantidad los pájaros, ya que era una comida tradicional, la polenta con pajaritos, esta gente proveía a los más famosos restaurants con ellos y ganaban un muy buen sustento. Cuando el doctor Alexis Munthe –así se llamaba-, advirtió esta caza indiscriminada, montó en cólera, y trató de sacar a los cazadores por todos los medios posibles sin obtener ningún resultado, hasta que un día, ya cansado, compró en Roma un viejo cañón que instaló en su parque, y con el que disparaba para que los pájaros huyeran y no pudieran ser atrapados.

Pero esto tampoco le dio resultado, por lo que resolvió pedir una entrevista con el Papa, con quien tenia cierta amistad, para que intercediera ante las autoridades por ese problema. Lograda la entrevista, aunque sin decir el propósito de la misma, se trasladó al Vaticano. Mientras esperaba ser recibido, se acercó un cardenal secretario para informarle que iba a compartir el almuerzo con el Sumo Pontífice. El Dr. Munthe preguntó cual sería el menú, a lo que contestaron: "polenta con pajaritos"... Ignoramos como terminó la anécdota.

Nosotros fuimos muy bien recibidos por los padres de las niñas, quienes nos sirvieron de almuerzo un trozo de jabalí ahumado, cazado y preparado por ellos –delicioso-, acompañado por el vino producido también allí, muy grueso y perfumado de intenso sabor, pero que después del primer vaso se subía rápidamente a la cabeza, y que nosotros por supuesto evitamos. Terminado el mismo, emprendimos el regreso, acompañados por las chicas que se ofrecieron a guiarnos por los senderos del bosque, lo que aceptamos complacidos. Caía la tarde, faltaba para la partida del vaporeto, y nos encontramos en un frondoso parque cubierto de césped, donde paramos a descansar.

No tardamos en entrar en confianza con las chicas, que nos confesaron que raramente trataban con gente de nuestra edad, ya que en la isla los jóvenes emigraban rápidamente y sólo quedaban los pescadores y los cuidadores de las cabras, toda gente ya mayor. Quizá por el vino, o la quietud del atardecer, todo sucedió rápidamente y en menos que canta un gallo estábamos en brazos de las chicas, besándonos y acariciando frenéticamente, y por lógica entre gente joven y ardiente terminamos teniendo sexo sobre el césped. Momento maravilloso e irrepetible, que quedara grabado para siempre.

Con mucha nostalgia partimos, aunque advertidos por las niñas, de que quizá pronto volveríamos a vernos, ya que ellas cada tanto concurrían a Roma, para rendir materias de sus estudios.

Regresamos muy cansados por las emociones vividas, y cada uno se encaminó a su respectivo domicilio, sin cambiar demasiados comentarios, pero llenos de alegría por todo lo vivido y compartido.

En la próxima, jugando en Florencia y conociendo a María Elena Reviello, condesa de D'a Osta...

martes, 5 de febrero de 2008

Una vuelta por Roma


Creo que las cosas se fueron dando tan rápidamente, que pasé por alto algunas cosas que me gustaría comentar ahora.

Desde mi salida me invadió una gran angustia, por ignorar con qué me iba a encontrar, el desconocimiento del idioma. En cuanto a la parte deportiva, si bien tenía enorme confianza en mis dotes de futbolista, también pensaba si me adaptaría a sus usos y costumbres, ya que mucho me había ya anticipado Ameli-Nicolini, y tener que volver a la Argentina, prácticamente fracasado, no era algo que pasaba por mi cabeza.

Aunque siempre tenía mis dudas, que por suerte se fueron disipando a poco de mi llegada, por el recibimiento de los tiffossi, y las atenciones de los directivos del Club, que también omití, era uno de los más poderosos de Roma, que por obvias razones no nombro.

A poco de llegar, me trajeron una profesora para enseñarme el idioma, que tuve la suerte de aprender rápidamente, ya que mucho lo escuchaba en mi Boca natal. Luego, mis compañeros al ver mis condiciones y humildad, se fueron congraciando conmigo.

Me di rápida cuenta en un partido que por la copa europea jugamos con un equipo inglés; ya habían trascendido mis habilidades, y un grandote que me marcaba me tiro unas patadas, que afortunadamente había aprendido a esquivar en los potreros de la Boca; al rato, uno de nuestros defensores, cuando este inglés disparaba hacia nuestro arco con la pelota, le pegó una tremenda patada que lo sacó en camilla fuera de la cancha, a la vez que le decía: “esto es por querer lastimar a nuestro Bambino”. Así me habían apodado en la tribuna, y ese fue el apelativo conque todo el mundo me llamaba. Eso me dio la sensación de que el afecto de estos grandotes estaba empezando a cambiar.

Por otra parte fui de a poco descubriendo que eran todos muy buena gente, que no habían salido de los potreros, como yo, si no que eran todos unos señores, que vivían y vestían muy bien, de acuerdo con las grandes sumas que ganábamos, la mayoría estaban casados con hermosas mujeres y vivían en lujosas mansiones, como comprobé a medida que me fueron invitando a sus casas, ya fuera para compartir una copa, o algunas veces a comer con ellos o simplemente para nadar en las piletas que casi todos tenían en sus viviendas. Pero siempre mi mayor amistad, con quien compartíamos salidas y comidas, era con el otro soltero y quien fue mi mejor y primer amigo, Giuseppe, pero para todos Yeppetto, así apodado por la nariz un poco grande que ostentaba.

Con él y a veces acompañados por Ameli-Nicolini, conocí los lugares mas interesantes de esa atrapante, para mí, Roma: el Coliseo, el Vaticano, y no seguiré mencionando si no me convertiré en una guía turística, aparte de compartir almuerzos, en nuestros días libres, en alejadas trattorias y luego visitar alguna casas donde nos recibían alegres damiselas con quienes pasábamos muy buenos momentos.

También el club me entregó un pequeño Fiat para trasladarme ya que por consejo de algunos argentinos que me precedieron, había alquilado un pequeño departamento en el Gianicolo, con una vista estupenda de Roma, y cerca del Trastevere, lugar que naturalmente no entonces era lo que es ahora, y donde que pasaba mis horas libres, que por cierto eran bien pocas, y que había amoblado sobria pero elegantemente, con la ayuda y asesoramiento de Ameli-Nicolini.

Recordemos que todo lo que ganaba, salvo una pequeña suma para mis gastos, iban a la Argentina, para que Pedrín me los administrara, y a fe por lo que sabía por las cartas que constantemente nos enviábamos, iban viento en popa.

En la próxima entrega seguiremos con el deporte y mis aprendizajes culturales. Gracias, a los que me leen, que veo han sido ya algunos, espero no defraudarlos con mis caros recuerdos.