lunes, 16 de junio de 2008

Me rompieron las piernas

Volvemos al fútbol. Continuamos el campeonato, aunque nuestro equipo ya no era el imbatible que paseo su fama por todo el mundo, el tiempo, implacable verdugo, tuvo que dar de baja, por cuestiones de edad y rendimiento, lamentablemente a casi todo su plantel. Solo quedamos el arquero, Yepetto y yo, acompañados por un puñado de prometedores jóvenes de las divisiones inferiores, esas que Ameli-Nicolini y yo habíamos impulsado con tanto fervor, y que ahora estaban dando sus frutos, pero a pesar de su fervor y entusiasmo no estaban aun a la altura de los retirados, por lo que el equipo ya no era el eterno ganador.
Así alternábamos triunfos y derrotas, aunque nos manteníamos decorosamente en un aceptable nivel en la tabla de posiciones. Nuestra meta era poder entrar a disputar la Copa de Europa, lo que finalmente logramos. Esta vez la suerte nos favoreció, ya que en el sorteo nos tocaron rivales de mediana calidad, a los que no voy a decir sin esfuerzo, pero logramos triunfar y llegar a jugar la final con un equipo ingles- nuestros más enconados rivales.
El partido lo debíamos jugar allá. Así que partimos, prometiendo jugarnos la vida en pos de un triunfo, que hacia poco nos parecía inalcanzable. Salimos a jugar ante una tremenda silbatina y abucheos de la hinchada local que masivamente llenaba el estadio, quedando solamente un pequeño espacio para los tifossi de Italia, que nos habían acompañado. Ya Ameli, por aquel entonces presidente del Club, me había advertido del juego brusco que practicaban los rivales, especialmente un defensor, que ya se sabia estaba destinado a marcarme, quien era famoso por su juego mal intencionado, a mi mucho no me inquietó, ya que estaba habituado a esquivar puntapiés de los rivales.
Comenzado el partido, a los pocos minutos nos hicieron un gol. Faltaba poco para finalizar el primer periodo cuando Yepetto interceptó un pase y emprendió veloz carrera hacia el arco rival, levantó la cabeza y vio que yo también lo seguía, perseguido por mi implacable marcador. Vino el pase y yo alcance a patear y convertir el gol mientras caía al suelo con un intenso dolor en el tobillo derecho, producto de una tremenda patada pegada desde atrás por el buen señor que me marcaba. Quede tirado revolcándome en el suelo por el intenso dolor, pensando en lo peor. Me sacaron de la cancha en camilla, y apenas pude oír que había una fractura expuesta de tobillo. Inmediatamente me trasladaron a la mejor clínica de Londres, donde fui muy bien atendido. Le explicaron a Ameli, que en todo momento estuvo a mi lado, que era muy urgente someterme a una operación para que pudiera saberse el resultado y si podría iniciar de inmediato mi rehabilitación. Hubo una reunión de varios directivos del club conmigo para resolver el pedido, y a pesar de que yo quería regresar inmediatamente, primó la opinión de la mayoría y se dispuso la operación.
Mi lógica preocupación era saber si podría volver a jugar, pregunta que le hacía en el quirófano a todos los cirujanos, quienes me tranquilizaron y prometían darme la confirmación una vez terminada la operación.
Después me enteré de que en la cancha se produjo un gran tumulto, por la brutalidad del agresor, quien fue expulsado. Después de una prolongada espera, pudo reanudarse el partido, ya que nuestros jugadores querían retirarse de la cancha. Fueron disuadidos y terminó el partido con el triunfo inglés, ya que nuestros muchachos, según me dijeron, habían quedado muy deprimidos por mi lesión. La mayoría del público repudió la artera y alevosa jugada, alentando a nuestro equipo y sin festejar el triunfo obtenido. Toda la prensa mundial comentó con grandes titulares el suceso, haciendo diversos pronósticos sobre mi futuro y reprobando la mala intención general del fútbol inglés. Finalizada la operación, la que fue, según los cirujanos, todo un éxito, me llevaron dormido por los calmantes a una sala especial, prohibiendo hasta el día siguiente todas las visitas.
Al despertar, encontré la habitación llena de flores y al lado de la cama mis grandes amigos Ameli y Yepetto, los que aseguraron que en pronto futuro volvería a jugar. Yo les pedí que me llevaran a Roma lo antes posible ya que me sentía incómodo al estar fuera de mi casa. Así lo prometieron, y en par de días me permitieron regresar con expresas instrucciones para los profesionales que seguirían la evolución de mi lesión. Llegue a mi nueva casa donde me esperaban una multitud de periodistas y aficionados, aplaudiendo y vivando mi nombre con algunos insultos para nuestros rivales no escatimando acordarse muy poco favorablemente de sus madres.
Cuando finalmente pude ingresar en la casa, mi querida Carla me recibió con un interminable abrazo esperando para saludarme, respetuosamente con el sombrero en la mano, el resto del personal con mi ya amigo el jardinero japonés. Me llevaron en una silla de ruedas a mi amplio dormitorio donde finalmente pude acostarme a descansar de todo ese trajín.
A los pocos días, los profesionales que me atendían me aseguraron que ayudado por muletas podría salir a caminar por el parque, y la rehabilitación llevaría menos tiempo que el pensado y que tenia un 100% de posibilidades de volver a jugar, lo que me llenó de alegría, ya que eso era lo mas deseaba. Todos los días recibía mensajes deseando pronto retorno, continuaban llegando canastas de flores, las que eran llevadas a la iglesia de Santa Cecilia, vecina a mi finca. Llegaron también telegramas de un sin fin de personalidades, visitas de todos mis compañeros de equipo, inclusive la de un representante de la C.D. del club inglés donde se disculpaban por la cobarde agresión y me aseguraban que el culpable iba a ser suspendido de por vida.
En fin, fueron días muy emotivos para mi, que fortalecieron mi temple para poner el mayor ahínco en mi pronta recuperación. El día que me permitieron salir a caminar fuera de mi habitación, vino Ameli, quien no había dejado nunca de acompañarme, junto con Yepetto, quien me dijo que estaba esperando este momento para hacerme un pedido muy especial,
Como todo el mundo, Santino Gotelli, enterado de lo pasado, me ofrecía su finca para que pasara mi recuperación en completa tranquilidad , él ya se ocuparía de que me siguieran atendiendo los mejores profesionales, y que para el sería un honor compartir los días conmigo.
Me sorprendió el ofrecimiento y me quede mirando a Ameli como pidiendo consejo, éste interpretó mi mirada, y me dijo que dado el gran poder de Don Santino, y dado que el estaba por cerrar un gran negocio con él , no podíamos desairarlo. Así que, no muy convencido nos aprestamos a partir para Sicilia, luego de todas las instrucciones de los médicos, algunos me informaron que ya habían sido comprometidos por Don Santino para proseguir con sus visitas allá en Palermo, lo que me trajo una gran tranquilidad. Emprendimos el viaje acompañados por la fiel Carla, que en ningún momento permitió que la separaran de mi lado. Cuando llegamos fuimos recibidos con gran regocijo por Don Santino, estábamos en una gran finca con un gran prado al pie de una montaña, me destinaron un precioso dormitorio, otro al lado para Carla, y allí pude seguir mi recuperación espléndidamente atendido por todo el personal de Don Santino, inclusive él mismo, con quien mantuve extensas charlas, me contó de sus actuales negocios y de otras yerbas que continuaré relatando mañana, si es que tienen todavía ganas de seguirme.

miércoles, 4 de junio de 2008

Me compro una mansión

En el viaje de regreso de Palermo le comenté a Ameli Nicolini que había admirado en la casona de Santino Gotelli un gran mirador situado en el techo, ya que era mi gran deseo tener algún día una casa con un mirador, y que me había propuesto hacerlo cuando me retirara. Allí quedó esa idea. Vueltos a Roma y a los entrenamientos, al finalizar uno de ellos llegó Ameli pidiéndome que me apresurara a cambiarme, ya que tenía que llevarme a un lugar que quizá me interesara. Sin añadir más detalles, me esperó en su auto.

Cuando llegué, ya cambiado, me hizo subir, y sin mediar palabra arrancó hacia uno de los barrios más antiguos de la ciudad, cerca de la colina del Quirinal, donde todas eran muy antiguas y hermosas residencias. Llegamos a un lugar todo amurallado, al cual se entraba por un enorme portón de hierro a un camino que según me dijo Ameli conducía a una enorme mansión.
El camino estaba todo flanqueado por unos hermosos y antiguos álamos carolinas y terminaba en una rotonda donde había una hermosa fuente adornada con varias nereidas frente a la cual estaba la entrada a una bellísima casona, rodeada de todo tipo de flores y arbustos de adorno, y en lo alto, para mi gran sorpresa, sobresalía un enorme mirador, construído en forma exagonal, con sus paredes todas vidriadas, con una vista que imaginé sería estupenda.

Sin decir palabra, Ameli extrajo unas llaves y abrió una pesada puerta de roble que invitaba a conocer esa enorme mansión, completamente amoblada en distintos estilos, y unos baños inmensos construidos con todo confort y con la artesanía de épocas añosas. Luego de admirar todo tenía gran prisa por conocer ese mirador que había despertado todas mis expectativas. Adivinando mi prisa, Ameli me condujo por una escalera toda tallada en roble hacia el esperado mirador. Quedé boquiabierto al recorrer despaciosamente con la vista todo el espacio; todas las paredes hasta la altura de un metro y medio estaban rodeadas un mueble que contenía una enorme biblioteca. En el centro había una gran mesa como para recibir a 15 o 20 comensales, distinguí en un pequeño rincón una especie de cocina para servir café o bebidas calientes, ya que la comida la enviaban desde la cocina central por medio de un ascensor oculto detrás de la puerta.

Me acerqué a observar el hermoso paisaje que se distinguía desde los inmensos ventanales y quedé absorto largo rato ante tanta belleza, ya que creía estar soñando todo lo que veía. Me despertó Ameli contándome que todo eso pertenecía a un noble que había fallecido no hacía mucho, dejando dos hijas que viajando a Nueva York habían conocido a dos famosos médicos de los que se habían enamorado y decidido casarse y continuar su vida en esa ciudad.

Le habían encargando a Ameli que pusiera en venta toda la propiedad ya que no tenían intención de volver a habitarla. El precio que pretendían estaba muy por debajo de su valor, ya que deseaban sacarse de encima todo eso para poder invertirlo donde vivirían en adelante. Ameli me propuso comprarla, ya que si no lo hacía yo, él estaba interesado en la misma.

Creo que no tardé un solo instante para decirle que sí, que la comprara ya. Ameli-Nicolini, ante mi sorpresa, me respondió que ya había enviado la seña, y que podía considerarme dueño de la misma. Mi alegría ante tamaña novedad fue tan grande, que esa noche apenas pude conciliar el sueño. Muy temprano, a la mañana siguiente fuimos con nuestra fiel Carla a que conociera sus nuevos dominios y a tomar posesión de los mismos. Nuestra inefable guardiana quedó tan gratamente impresionada que comenzó a pensar los cambios que haría, para nuestra mayor comodidad.

En tanto, conocimos al anciano jardinero japonés quien estaba, a cargo con gente contratada, del cuidado de todo el inmenso parque y de una pequeña parcela donde sembraban las verduras para el consumo. Fuimos preparando la mudanza, de los pocos elementos que harían falta, ya que la mansión estaba totalmente equipada para habitarla. Aunque yo deseaba conservar mi casa en el centro, que siempre me sería útil.

Y allí comenzó una nueva etapa en mi vida. Ya seguiremos mañana con el fútbol.