domingo, 27 de julio de 2008

Se me casa Pedrín

Al día siguiente continué mis entrenamientos, acompañado desde ahora y para siempre por Pedrín, que enseguida estableció cordial relación con jugadores y directivos del club, dados su alegre y comunicativo carácter, y se convertió en seguida en fanático tifosso, mezclándose con los hinchas más fanáticos, con quienes trabó también muy buena relación.
Mi recuperación se daba por descontada y todo indicaba que en muy poco tiempo volvería a integrar el equipo, dada toda mi voluntad e intenso trabajo para acelerar mi puesta al día, noticia que fue recibida con general beneplácito por todo el mundo.
En una de las noches que pasábamos de sobremesa en el mirador junto al hogar, jugando terminables partidas de póker a las que Ameli, Pedrín y yo éramos muy aficionados y en las que también incluíamos a Carla, quién rápidamente había aprendido el juego, y todas sus picardías. Aunque se ponía de muy mal humor cuando le tocaba perder, a pesar de que jugábamos por pocos valores.
Cuando ello ocurría, nos castigaba dejando de cocinar el día siguiente, obligándonos a ir todos a comer a algún restaurante de moda, con satisfacción general, ya que constituía una alegre salida con mucho humor y generales tomadas de pelo.
En una de esas distendidas sobremesas, Pedrín me comentó que no quería seguir ya abusando de mi generosa hospitalidad y pensaba adquirir una vivienda donde mudarse, para luego ir viendo la posibilidad de instalar algún negocio, como para estar ocupado en algo, ya que su situación económica le permitía vivir holgadamente sin trabajar.
Mi reacción fue negativa. Le expliqué que él siempre me había favorecido y ayudado en mi juventud con gran generosidad y ahora que nos habíamos convertido en grandes amigos, teniendo yo en mi casa tanto espacio y comodidad, no lo dejaría partir en modo alguno, opinión unánimemente compartida por Ameli-Nicolini y Carla, y fue finalmente aceptada por mi amigo, quien continuó yendo diariamente conmigo al club, para salir por las tardes al cine y a pasear por Roma con Carla con quien había establecido gran complicidad.
No me tomó entonces muy de sorpresa el día que los dos, tomados de la mano, me anunciaran que querían contraer matrimonio, noticia finalmente muy festejada por Ameli y yo.
Convenimos en que seguirían viviendo conmigo, con la diferencia claro de que Carla pasaría desde ahora a ser la señora y dueña de casa.
Al poco tiempo se casaron en una muy sencilla ceremonia con un festejo en una famosa trattoria, dispuesta únicamente para nosotros y un pequeño grupo de allegados, con una pantagruélica comida, muy alegre y festejada y que duró hasta que nos venció el cansancio.
Los novios partieron en lo que fue mi regalo de bodas, en un crucero de lujo por todo el Mediterráneo, incluyendo las islas Canarias y Griegas, y estarían ausentes por un mes.
Casualmente se enteró de la noticia, ya que siempre estábamos comunicados, mi amiga de Capri, quien también participó de la ceremonia nupcial, y luego se instaló a pasar esos días en mi casa, ante un cómplice viaje de negocios de Ameli que me dejaba libre completamente. Y les puedo asegurar que pasamos unos días excepcionales, disfrutando mucho de mi cama, donde hicimos el amor sin descanso. Y acá termina otro grato capitulo de mi vida, cuya continuación les prometo continuar prontamente.

sábado, 26 de julio de 2008

La visita al paese de Pedrín

Una mañana bien temprano, nos decidimos efectuar el viaje hacia la comarca de Pedrín. Fuimos junto a Ameli-Nicolini y Carla, que ya estaba como un familiar más, compartiendo todos nuestros proyectos y salidas.
Raudamente fuimos dejando atrás los suburbios romanos para internarnos en una zona boscosa que, a poco andar se fue transformando en un valle bastante árido, con muy pocas viviendas -todas antiguas, construidas en piedra y con el clásico techo de paja-, muy poca vegetación, y algunas cabras, ovejas, junto a un poco de ganado vacuno.
Ya estamos cerca -dijo Pedrín-, que no dejaba de observar todo a través de la ventanilla. Llegamos a un cruce de caminos y nos hizo tomar por una estrecha ruta mal empedrada, por la cual yo debía conducir a poca velocidad para evitar los baches y pegar contra alguna de las tantas piedras sueltas.
Ya estamos llegando -dijo Pedrín-, Y señalando un deteriorado rancho a unos cuantos metros del camino, dijo: allí es. Dejamos el auto y nos dispusimos a caminar hasta allí.
Cuando llegamos salió a recibirnos un rustico habitante, quien de no muy buenos modales nos preguntó a quien buscábamos. Pedrín se dio a conocer, contándole que esa era la vivienda que ocupó con su madre de niño. hasta que ella falleció, y que él había vendido la propiedad y unos pocos animales, para irse a América, y ahora volvía para encontrar algún pariente o antiguo habitante de la zona.
El labrador nos observó largamente. y con un tono muy poco amable nos hizo saber que no sabia nada de toda esa historia. Todo eso en un dialecto que solo Pedrín acertaba a comprender; metiéndose luego en su tapera, nos dejó allí parados.
Recorrimos durante un largo rato otras viviendas, con el mismo resultado, con gran decepción de Pedrín, que no podía creer que nadie lo recordara y de no poder tampoco encontrar algún habitante de aquella época.
Luego de fracasar en otros intentos, resolvimos emprender el regreso, en un angustiado y penoso silencio. Los dos pensando en la decepción del pobre Pedrín, aunque alegrándonos de poder salir de esa región tan inhóspita.
Regresamos por otro camino, indicado por nuestro guía, y a poco andar dimos con un pequeño caserío, con su clásica plaza, su antigua capilla, y la infaltable posta, donde nos detuvimos a almorzar unos tallarines amasados
in situ
junto a los abundantes embutidos producidos en la región.
Luego de infructuosas averiguaciones de Pedrín, que tampoco obtuvieron resultado, continuamos en silencio nuestro viaje.
Yo para distraer su tristeza, le pedí me contara noticias de la Boca, ya que muy poco habíamos hablado desde su llegada. Me contó que había cambiado notablemente, que si bien todavía estaban las casas de chapas y fuerte colorido, se había llenado de cantinas para turistas. La calle Caminito -clásico tango de Filiberto-, junto a la casa de Quinquela, eran parte de los
tours
acomodados para los extranjeros que visitaban el lugar. Nuestro querido club Honor y Gloria tuvo su época de esplendor, pero ahora languidecía absorvido por la gran institución en que se había convertido Boca Juniors.
Lo que aun conservaba su fama, eran los carnavales, con su famoso corso, lleno de carrozas, con cuanto carro había, todos decorados con toda clase de flores, llevando a las chicas del barrio, o conjuntos de acordeonistas tocando tarantelas y seguidos a pie por las famosas comparsas y murgas que se disputaban los premios regalados por los comerciantes de la zona, encabezados por el mejor disfraz individual, ya que había muchos que se lo disputaban.
Nos contó lo sucedido con un estibador que se disfrazó de oso, con una piel vaya a saber de donde había sacado, y que pasaba tocando una pandereta, y no faltó la barra de reos mal entretenidos -diría Borges, escritor favorito de Ameli, con quien compartía sus relatos sin comprender mucho alguno de ellos, los que Ameli pacientemente, me trataba de explicar-.
Lo cierto es que estos muchachones que paraban en las esquinas, no tuvieron mejor idea que deslizarle un fosforo prendido por el cuello de la piel, la que ardió rápidamente provocándole al disfrazado graves quemaduras. Esas eran las habituales bromas que se estilaban por aquellos tiempos -¿y ahora no?- allí terminó el relato, ya que estábamos cerca de nuestra vivienda.

jueves, 24 de julio de 2008

Me visita un viejo amigo

Una vez llegado de vuelta a nuestra casa, comencé de a poco a movilizar mi tobillo, que día a día iba mejorando, mejor de lo esperado, y posiblemente muy pronto podría comenzar con mis prácticas de fútbol, al que estaba ansioso por regresar.
Un día que estaba paseando por el parque de mi mansión, vi entrar caminando a un hombre, que a pesar de estar muy canoso y cargado de hombros, me resultó conocido. Cuando lo tuve cerca, no pude reprimir mi alegría: se trataba de Pedrín, mi gran maestro y cuñado, con quien nos estrechamos en interminable abrazo. Después de llevarlo adentro y por supuesto haber conocido a la inefable Carla, le pregunté porqué no me había comunicado su llegada, ya que regularmente estábamos en contacto.
Lego de las habituales anécdotas sobre el viaje y todas las peripecias pasadas hasta llegar a mi casa, llevé a Pedrín al aposento que Carla había preparado, y nos dispusimos para almorzar en mi lugar preferido en la casa, el mirador, que también causó el asombro y la admiración de Pedrín. Carla nos anunció, ya que había escuchado lo conversado, que le había avisado de la llegada de mi cuñado a Ameli-Nicolini, quien también vendría a compartir el almuerzo, pues deseaba saludar al viajero a quien había conocido durante su estada en nuestro país. Así fue como, sentados a la mesa, le pedí a Pedrín que me diera todos los detalles de su para mí repentino viaje. Me dijo que era una larga historia, que estaba dispuesto a compartir con nosotros. Con respecto a mi pregunta sobre la ausencia de su esposa, mi hermana Ángela, muy penosamente nos relató que debido a su gran amistad con aquel famoso presidente de Boca, quien visitaba con frecuencia su casa, y dado que mi hermana conservaba acrecentada con el correr del tiempo su belleza, se produjo entre los dos un apasionado romance, que con toda hidalguía, reconoció con mucha pesadumbre Pedrín, conversaron con él tratando de buscar una solución lo más civilizada posible.
Mi cuñado prosiguió muy emocionado su relato, ya que conservaba siempre un gran amor por su esposa, pero después de meditarlo mucho, comprendió que no podía brindarle todo lo que mi hermana aspiraba y decidió concederle su libertad.
Se divorciaron, sin mayores problemas, no aceptando Ángela ninguna reparación económica, y dejaba todo a Pedrín, pues su futuro esposo tenía una gran fortuna, y no había ningún reclamo que hacer al respecto. Así fue que Pedrín quedó solo, pasó un tiempo muy angustiado, pero con toda generosidad, ya que siempre, a pesar de sus humildes orígenes, fue un hombre de bien, pensó que quizás su mujer tendría una mejor vida al lado del Presidente de Boca: tendría la vida social, que siempre deseó y él por su dedicación al trabajo y su ignorancia no le había podido brindar.
Y así terminó un episodio del que no quiso hacerme nunca partícipe para no preocuparme y perjudicar mi trayectoria.
Decidió liquidar la sociedad que tenia con mi hermano en la fabrica de artículos deportivos, que había adquirido un importante desarrollo dada la habilidad suya para comerciar lo fabricado y a las mejoras que introdujo mi hermano en la fabricación de muchos elementos, ya que siempre seguía experimentando en un laboratorio que el mismo había instalado nuevas innovaciones, una de ellas, reemplazar la antigua pelota que se cerraba después de inflada con unos tientos de cuero, por la cámara con válvula que se usa mundialmente en la actualidad, y que fue un invento suyo que les reportó grandes utilidades.
Para ser más breve, se retiraba en una muy buena posición económica, asegurada de por vida con importantes inversiones que había realizado, y conservando de común acuerdo con el hermano, un porcentaje de las ganancias, que le permitiría vivir sin sobresaltos. Entonces decidió volver a su terruño y ver la posibilidad de instalarse nuevamente en el lugar donde había nacido. Resolvimos que se tomara, antes de partir hacia su comarca, lo que haría por supuesto acompañado por nosotros, unos días para pasear y conocer las bellezas y distintos lugares de Roma, donde nunca había estado, lo que aceptó complacido, dejando para más adelante sus propósitos.
Fueron días hermosos, en los que contribuimos a que Pedrín fuera perdiendo parte de esa tristeza que traía consigo, y que lógicamente era difícil de superar. Conoció los lugares mas frecuentados, hasta nos animamos a efectuar una excursión a las ruinas de Pompeya, lugar que yo tampoco conocía, y de la mano de Ameli, todo un experto, le mostramos todo lo interesante en materia de monumentos, tratorias, hasta el Vaticano, en donde dado las importantes relaciones que tenía Ameli, nos fue posible visitar lugares poco accesibles para la gran mayoría. Así llegamos al día que íbamos a emprender el viaje al "paese" de Pedrín, lo que relataremos en el próximo capítulo.

domingo, 20 de julio de 2008

El descanso llega a su fin


En uno de los tantos paseos que realizábamos a solas con Don Santino me preguntó:

-¿Conocías al dueño de la casa en que vives actualmente?

-No, sé que pertenecía al conde Lamborgui, pero nada más.

Don Santino se rió y me dijo:

-Te voy a contar su historia, ya que vale la pena que la conozcas. El conde era un viejo libertino, a quien nosotros tuvimos como testaferro. Como estaba muy mal económicamente, pusimos a su nombre unos viñedos, para que la venta del vino fuera una pantalla para que dedicarse a otras actividades como ser la venta de estupefacientes entre la nobleza romana y dentro del Vaticano, ya que tampoco allí era todo tan santo como parece.

Ademas nosotros siempre mantuvimos muy buenas relaciones, mediante jugosas donaciones con los papas de turno. Pasó que los viñedos fueron prosperando y el conde Lamborgui volvió a tener una envidiable posición económica y pretendió hacer una sociedad para la venta de sus vinos con tu amiga la condesa, a quien también –de paso- requirió de amores, siendo airadamente rechazado en ambas propuestas. Así fue que decidimos dejar el trafico de drogas y dedicarnos a operaciones lícitas, eso si, siempre pidiéndoles una comisión en toda operación de importancia que realizaran los poderosos de turno, ya que siempre conservábamos el dominio de toda la parte sur de Italia, desde Roma hasta nuestra isla, donde merced a dádivas y presiones éramos los que tomábamos las decisiones en todo asunto de importancia.

La salud del conde, corroída por tantos años de vida disipada, comenzó a decaer, hasta que le llegó el turno de ocupar su lugar donde reposaban sus antepasados. A su muerte se le brindaron los honores fúnebres correspondientes a su jerarquía dentro de la nobleza.

Así me fui enterando de muchos secretos que ocurrían en el país, y que por supuesto desconocía. Todo esto debido a que Don Santino me había tomado un gran cariño, tratándome como a un hijo. Gozaba también ya de gran consideración entre los pobladores de Palermo.

Frecuentemente, además, íbamos al Club, donde sostenía charlas con los jugadores, a quienes brindaba todo lo que había atesorado a través de mi ya larga presencia en el fútbol de Italia. Cuando llego la hora de partir, Don Santino me abrazó cariñosamente, pidiéndome me cuidara mucho ya que con Ameli me iban a necesitar para misiones de gran reserva, porque según me dijo, se avecinaban días muy penosos para toda Europa, ya que creía que el dictador Hitler, que había hecho una alianza con Mussolini, llamada el eje Roma-Berlín, nos llevaría a una prolongada guerra, según sus confidenciales informes.

Esto lo tomé un poco a la ligera, ya que no había, por el momento, nada que permitiera presagiar esos hechos.

sábado, 19 de julio de 2008

Volvamos a Sicilia

El viejo bribón pide disculpas a sus apreciadísimos lectores por esta interrupción en su relato, como disculpa les aclararé -aunque creo haberlo hecho ya- que habito una hermosa casa en un paradisíaco valle en las sierras cordobesas, alejado de todo el mundo, y si bien tengo amigos, prefiero establecer distancia con ellos.
Sólo viene a diario una señora de los alrededores a efectuar un poco de limpieza, y prepararme algo de comer, luego quedo solo con mi música y mis libros y una gran piedra al borde de un arroyo que pasa por mi propiedad, donde me siento a pasar las horas con mis pensamientos, acusándome de no haber formado una familia, pero sé que el recuerdo de la condesa, que aun mantengo y el remordimiento por su desaparición que aun me conmueve, que fueron el factor determinante para continuar mi vida en soledad.
Si tengo algún deseo físico, lo que cada vez ocurre con menor frecuencia, viajo a la ciudad de Córdoba, donde aún conservo muy buenas amigas, y si no mediante el todo poderoso señor dinero, resuelvo el problema y vuelvo a la paz de la que disfruto en mi fortaleza.
Charlando con mis vecinos en alguna de esas reuniones que no efectuábamos con mucha frecuencia, y a través de algunas lecturas que había realizado, se me ocurrió plantearles la idea de formar una cooperativa para la siembra y posterior explotación de las hierbas que se daban en abundancia en nuestras tierras, como ser la peperina, el tomillo, la salvia, el orégano, y otros condimentos y verduras que iríamos agregando y comercializarlas, para inclusive más adelante exportarlas, ya que me había informado bastante de lo bien que serían aceptadas en el extranjero, pero eso será motivo de otro tema que desarrollaremos mas adelante.
Por ahora continuemos con la vida del Bambino en Roma...
Retomemos el relato, porque queda mucho para contar. Había quedado en esa hermosa isla de Sicilia, mas precisamente en Palermo, hospedado en la mansión de Don Santino, con quien habíamos logrado formar una estrecha amistad. Caminábamos, ayudado por unas muletas que el tiempo cambió por bastones, por todo un extenso bosque de limoneros, uno de los principales frutos de la región.
A veces hacíamos excursiones, por los alrededores del Etna, donde existían grandes yacimientos de azufre que se exportaba. También producían un muy vino, todo lo que se vendía a buen precio.
Todo bajo la supervisión de la maffia, que férreamente presidía mi simpático anfitrión, quien me confesó en uno de esos paseos que ya era una leyenda que la maffia siciliana dominaba todo el mercado de la droga y la prostitución; pero no sera ya así: hacia años que habían decidido con los patrones del norte que ellos seguirían con esos negocios, en tanto que nosotros nos dedicaríamos a toda clase de actividades licitas.