lunes, 19 de mayo de 2008

El lento regreso

Volví al fútbol. Ganamos todo, nuevamente el campeonato de la liga de Italia, junto con la copa de Europa, ya formábamos con Yepetto una pareja imparable. Conocimos países donde nunca hubiera soñado poder estar, fui agasajado por Reyes, Presidentes, grandes dignatarios, y acosado por cuanto periodista existiera, ya me había hecho ducho en encontrar respuestas a todas las preguntas -que eran casi siempre las mismas-, y a esquivar elegantemente las referidas a mi vida privada, ya que me inventaban toda clase de romances, los que siempre desmentía con una sonrisa, aunque algunos tuvieran cierta dosis de credibilidad con alguna vedette de turno, que siempre solían tener muy poca duración. Ante la satisfecha protección de Carla, que a estas alturas se había convertido en mi ángel guardián, y también celoso cancerbero, siempre fiel a la memoria de la condesa, a la cual yo también me aferraba.

Llegaron las esperadas vacaciones, en las que tendría lugar la boda de Yepetto, con la angelical novia hija de aquel alto dignatario laico de la iglesia. Tenían proyectado la boda civil en Roma con una gran fiesta, y luego el casamiento por iglesia en una ceremonia mas íntima en el pueblo donde había nacido, donde ya se rumoreaba un gran recibimiento y el nombramiento de Yepetto como ciudadano ilustre.

El novio, sabiendo que asistirían a la boda todos los pobladores del villorio y también de las aldeas vecinas, había enviado con anticipación grandes cantidades de vituallas y bebidas. Yo hice preparar a un joyero una cadena de oro y rubíes donde iría engarzada la medalla que me regaló el Papa cuando nos recibió en nuestro primer triunfo en la copa, lo que fue para la novia un muy emotivo y valioso regalo. También, por aquellos días, me visitó la niña de Capri con la cual manteníamos cordiales relaciones. El motivo, invitarme a la boda de su hermana, y rogarme, ya que estabámos en época de receso, si no podía llevar a algunos integrantes del equipo, dado que los novios y todo Capri eran fanáticos de nuestro Club y sería un honor para ellos tenerlos en la ceremonia, junto a sus familiares. Sin querer comprometerme, le contesté que vería qué podía hacer.

Al plantear en el club la invitación, fue grande mi sorpresa al ver que casi todo el plantel la aceptaba muy complacido. Cuando puse la noticia en conocimiento de Alicia, brincó de alegría, y me estampó un tremendo beso.

Habían contratado un vaporetto que nos llevaría por la mañana, y regresaríamos una vez terminada la fiesta. Fue un hermoso y animado viaje, ya que con nosotros viajó una orquesta contratada para la boda y estuvieron amenizando el viaje con alegres melodías. Una vez arribados, nos trasladaron al ayuntamiento de Capri, donde su alcalde entregó a cada integrante del equipo las llaves de la ciudad, ante la aclamación de todos los habitantes que ya estaban reunidos en la plaza del pueblo aguardando nuestra llegada.

De allí fuimos todos en comitiva al castillo de Anacapri, donde se realizó la ceremonia y la posterior fiesta; nos agasajaron espléndidamente con toda clase de exquisitos manjares y bebidas, a las que dimos excelente trato. Esta vez, junto con Ameli-Nicolini nos excedimos alegremente con el buen vino, no recuerdo con quien bailamos, después de hacerlo con la novia y su madre ya perdimos el control, y creo que hasta bailé una tarantela con la abuela de las niñas... A una hora ya no tan prudente iniciamos el regreso, ante los pedidos de los familiares y demás lugareños que se negaban a dejarnos partir. Igualmente lo hicimos, aprovechando el viaje de regreso para dormir, teniendo que sacudirnos al llegar para despertarnos, y volver a nuestros hábitos. Luego de tan alegre episodio, al bajar a tierra, me encontré con la sorpresa de ver a mi lado a Alicia, quien me dijo que venia por un mes a Roma, para prepararse para unos exámenes, y como conocía las comodidades de mi casa me pedía si no podría hospedarla en ella durante su estadía. No lo dude, aceptando con la condición de que no interfiriera para nada con Carla. Nos instalamos ante su reprobatoria mirada, y posterior sermón, aplacado un poco por mi información de que al terminar sus estudios regresaría inmediatamente a su terruño. Esa noche, cada cual ocupó su respectivo dormitorio, lo que no sucedió en las noches siguientes, en que compartimos mi cama algunas veces y la suya en otras, para evitar las previsibles admoniciones de Carla.

Terminado el plazo estipulado, ella partió de regreso, teniendo que aclararle a Carla, que todavía nadie me haría perder el recuerdo imborrable que mantenía de la Condesa...

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