domingo, 5 de octubre de 2008

Un adiós provisorio

El viejo bribón quiere anticipar a todos los que amablemente compartieron conmigo estos simples recuerdos, y a los que estoy y estaré siempre en deuda por su generosidad en aguantarme, que este será el ultimo capitulo -déjenme la posibilidad de arrepentirme- pero me siento abrumado por un tremendo cansancio físico y mental.
Les comento que comencé a escribir con mucho entusiasmo, ya que me agrada y más teniendo la posibilidad de ser leído, pero a medida que transcurrían estos recuerdos, me fue sacudiendo una nostalgia, de lo que pudo ser y no fue. Estoy reflexionando si mi preocupación por la soledad, no era una fachada para ocultar mis verdaderos sentimientos. Si realmente fui fiel a mis principios, o no fue puro egoísmo para no brindar afecto a un posible ser querido.
Quizá llegue tarde el arrepentimiento ahora que los años avanzan y uno se va sintiendo muy solo, y con muy pocas personas a quienes brindar el cariño que no les di mientras estaban en este mundo. Lección que aprendí muy tarde, como dice el tango.
Así que les pido disculpas ya que no conocerán –al menos por ahora- el final de la historia.
Cuando nos reuníamos en el cuartel general que teníamos en la antigua y hermosa casona de don Santino, allá en Palermo, y tratábamos de colaborar con las fuerzas aliadas con todos nuestros conocimientos y recursos, que eran bastantes gracias a los grandes contactos que teníamos Ameli-Nicolini, Don Santino y yo, con mi popularidad que me abría las puertas hasta con el enemigo, que se declaraba gran admirador y a veces les sonsacaba informes, que a la larga resultaban muy valiosos.
Con Ameli, Pedrin y Carla, salíamos de pic-nic en mi coche sport y una gran canasta de vituallas, y nos internábamos entre las fuerzas enemigas, ya que dado mi persona, nos dejaban pasar, pidiendo fotos y autógrafos, que yo repartía con gran complacencia, en tanto ellos observaban la ubicación de las tropas y sus desplazamientos, que luego en el cuartel de Don Santino se transmitían por radio a Gran Bretaña, de donde salían bombardeos que lastimaban severamente a las tropas enemigas.
También merced al pedido de un antiguo amigo de Don Santino que se encontraba en una prisión de máxima seguridad en EE.UU., un tal Luky Luciano, que había canjeado su libertad bajo palabra de luego volver a Sicilia para iniciar una nueva vida. Les prometía conseguir planos detallados de los lugares más propicios para efectuar el desembarco aliado en Italia. Trabajo en el cual nosotros también colaboramos, y que a posteriori fue un éxito que posibilitó a las fuerzas aliadas un desembarco sin sufrir mayores pérdidas pero sí ocasionándolas al enemigo.
Terminada la guerra, seguí con el fútbol, hasta que finalizó mi contrato, que no quise renovar ya que mi intención era volver a mi país. Lo hice, recorrí mi barrio, que ya no era el mismo. Si bien en todos lados me brindaban grades agasajos y muestras de afecto, no conseguí encontrar ninguno de los compañeros de fechorías de mi infancia, salvo Pan con Grasa, aquel hijo del panadero, que ahora era un señor tremendamente calvo y con una gran barriga, que poseía una gran panificadora y seguía en la Boca, pero si bien me mostró grandes pruebas de afecto, ya no era, claro, aquel Pan con Grasa con quien compartimos tanta aventuras.
Jugué algunos partidos en Boca Juniors, con gran suceso de público, pero el fútbol también había cambiado. Ya era un gran negociado, se compraban partidos, hasta el entrenador les exigía dinero a los jugadores menos renombrados para ponerlos en el primer equipo.
Entonces decidí apartarme, compré esta hermosa vivienda en plena sierra de Córdoba, donde aún me encuentro. Recibía periódicamente la visita de Ameli-Nicolini, junto con Pedrin y Carla, a quienes había dejado todas mis posesiones en Italia, pero también ellos fueron partiendo, junto a la niña de Capri quien en una de sus visitas encantada con el lugar me pidió quedarse a vivir conmigo petición que no acepté, y quizá ahora me lo cuestione, pero en fin, así a grandes rasgos doy fin a esta historia, que quizá algún día pueda continuar. A todos mis lectores mi agradecimiento mas profundo. Un afectuoso cariño del Viejo Bribón.-

jueves, 28 de agosto de 2008

La grotesca muerte de dos delincuentes

Una tarde nos encontrábamos charlando en el salón junto a Don Santino, cuando sonó el teléfono y luego de atender y conversar unos instantes, regresó con una gran sonrisa, diciéndonos:
-Los espera una gran sorpresa.
En ese momento entró al salón, saludando muy respetuosamente, y pidiendo hablar con Don Santino, uno de los partisanos que tenía ubicados en bancos de la plaza principal observando todos los movimientos que ocurrían, para informarle que habían llegado 2 extranjeros en un lujoso auto y que habían entrado en la iglesia para hablar con el cura Don Pistocchi,
-Bien, contestó Don Santino, que los apresen y traigan acá completamente maniatados. Esta es la sorpresa que les tengo preparada. Ya estaba enterado de la huida precipitada de los dos delatores Petrucci y Soajes Pinto de Francia, que habían estafado al comandante a cargo de Paris con el cuento de filmar la gran epopeya del ejercito nazi apoderándose de la ciudad. Cuando los alemanes se dieron cuenta de la mentira, estos delincuentes ya habían puesto pies en polvorosa, huyendo no se sabía con qué destino. Y ahora pretendían ocultarse en Sicilia, creyéndose a salvo y intentar repetir el cuento de la gran pelicula, solicitando adhesiones.
Habían comenzado, para darle luego mayor verisimilitud a sus pedidos de dinero, con el buen párroco, quien también desconfiado, como buen siciliano, había decidido consultar con Don Santino, que le indicó que los hiciera volver al día siguiente. Al salir de la entrevista, los apresaron los partisanos, quienes los trajeron ante nuestra presencia.
Petrucci, ampulosamente, se dirigió a Don Santino, a quien saludó reverentemente besándole las manos y diciendo:
-Que honor para nosotros, dos humildes cineastas, llegar a conocer a Don Santino, el hombre mas caracterizado de todo el sur de Italia, y le pido interceda por nosotros, ya que se trata de un enorme error que han cometido, confundiéndonos con otras personas, ya que nosotros somos dos hombres de bien, que venimos con el objeto de hacer conocer este paese y la maravillosa obra que Ud. está realizando en el mismo; en tanto, Soajes permanecía en silencio y mirando todo con altanería.
Don Santino permaneció callado unos instantes, y luego le salivó en la cara, diciéndole:
-Conozco perfectamente a la gente de su calaña, delatores de los hermanos Laporte. Nosotros, cuando nos encontramos con delincuentes como Uds. y mas todavía en épocas de guerra, les imponemos la pena de muerte, y ahí mismo ordenó su ejecución; dirigiéndose al partisano le dijo:
-Llévenlos al paredón de la plaza y que sean fusilados ya mismo, y luego cuelguen sus cuerpos de algún árbol para que sepa todo el mundo como tratamos a los viles estafadores y traidores.
Espantado, Petrucci se largó a llorar implorando clemencia, en tanto Soaje estaba blanco como un papel sin poder articular palabra.
Cumpliendo lo ordenado fueron llevados a la plaza, mientras nosotros desde un balcón presenciábamos el final de este lamentable episodio.
A Petrucci, completamente maniatado, tuvieron que llevarlo arrastrando, ya que llorando imploraba y pedía perdón al jefe de la ejecución, en tanto caía de rodillas. A Soaje Pinto ya lo tenían de pie, junto al paredón, rígido, cuando estaban listos los preparativos, comenzaron a mojársele los pantalones de la entrepierna hacia abajo, formando un charco de agua y lodo mezclado con las heces que también caían de entre sus piernas. Al sonar los primeros disparos cayó con el rostro sobre sus propias suciedades, en tanto Petruccí seguía implorando clemencia. Nos retiramos del balcón sin contemplar el final de este sangriento episodio, que acabó finalmente con estos dos delincuentes.

lunes, 11 de agosto de 2008

Entregamos a los Laporte a salvo

Enterados de todo lo pasado a los hermanos Laporte, nos disponiamos a regresar, cuando fuimos advertidos por los monjes de que sería mas prudente viajar de noche, cuando descansaban las patrullas, y sería quizá más fácil poder cruzar la frontera.
Aceptamos el consejo, descansamos, y llegada la noche, antes de partir, nos habían preparado un refrigerio, así no teníamos que parar en ninguna parte para alimentarnos.
Previo a la salida, nos llevaron a la capilla, donde efectuaron ruegos y pedidos por el éxito de tan peligrosa misión. Allí recién tomé conciencia del enorme riesgo que corríamos. Estabamos tratando de poner a salvo a dos héroes de la resistencia que eran buscados por casi todas las fuerzas de los SS.SS. A pesar de no ser católico, tambien pedí poder lograr nuestro objetivo de regresar vivos.
Nos aprestamos a partir; luego de agradecer junto con los Laporte a los monjes todas las atemciones y el peligro que habían corrido al tenerlos ocultos.
Subió al enorme auto Ameli-Nicolini, ya con su traje de cardenal, y como hacía mucho frío -ya lo teníamos pensado-, con una enorme manta cubriendo sus piernas, debajo de la cual viajaría muy acurrucado el menor Laporte; en cuanto al mayor, lo acomodamos en el enorme baúl del auto, junto a dos bolsos que portaban, después nos enteramos, armas y granadas.
Además, le entregaron un portafolio a Ameli que si les llegaba a pasar algo a ellos, debía hacer llegar al Gral. De Gaulle, y que contenía todos los datos sobre ubicación de las tropas alemanas en Francia y las rutas más despejadas para cuando llegara el dia D, que ya parecía inminente. Un montón de planos y claves, todos escritos en lengua vascuence, que por ser desconocida por los nazis, serían prácticamente indescifrables. Así era como se comunicaba la resistencia, ya que previamente casi todos los guerrilleros la habian practicado.
Bien, partimos cruzando la frontera por un paso prácticamente desconocido, pudiendo así burlar por fortuna el asedio aleman.
Siempre manejando con gran prudencia, marchamos por senderos despoblados por varias horas hasta que por indicación del menor paramos un momento, mientras él estudiaba unos planos que llevaba, trazando coordenadas, nos indicó la dirección que debíamos seguir, hasta encontrar un campo prácticamente desolado con un rancho de donde salía una pequeña estela de humo.
Hacia allá nos dirigimos. Salieron a recibirnos tres campesinos partisanos, que a las carreras pusieron al descubierto una montaña de pasto donde estaba oculta una avioneta, a la que subieron rápidamiente los dos hermanos y un piloto que estaba oculto en el rancho, y luego de una breve despedida, los vimos partir junto a todos sus pertrechos.
Nos quedamos hasta no verlos ya en el cielo y lentamente emprendimos el regreso, donde por fortuna ahora sí fuimos detenidos varias veces por tropas nazis que nos imquirían el porqué de nuestro viaje y el destino que llevábamos.
Ameli, ya advertido, explicaba que habíamos llevado por orden del Papa un cáliz sagrado al monasterio para reponer el auténtico, sustraido por una de las tantas requisas que efectuaban las patrullas buscando a los Laporte.
Dada la investidura del cardenal y todos los pasaportes y credenciales en nuestro poder, nos dejaban seguir viaje.
Así fue que llegamos a nuestro hogar, donde fuimos cálidamente recibidos por nuestros cómplices y amigos.
Mucho después, y ya finalizada la conquista de Francia, recibimos cartas de ageadecimiento del Gral. De Gaulle y los hermanos Laporte, quienes posteriormente también nos visitaron, pero esa será otra historia, como lo que nos sucedió cuando regresamos a nuestro cuartel general en Palermo, y que relataré, para no cansarlos, en mi proxima entrega.

jueves, 7 de agosto de 2008

Encontramos argentinos de mala fama

Ya todo listo para el viaje, llegamos sin ninguna alternativa al primer paso fronterizo a la madrugada.
Lo habiamos calculado de esa manera porque intuimos que encontraríamos a los guardias cansados y con sueño.
Asì fue, viendo que viajaba un cardenal, apenas revisaron los documentos y nos permitieron seguir viaje.
Horas despues arribamos al convento, donde alertados los monjes nos estaban esperando, nosotros pensábamos emprender rápido el regreso, pero nos avisaron que de dia serìa peligroso, ya que patrullas de los SS.SS estaban recorriendo todos los sitios fronterizos en persecusion de los hermanos Laporte ya que dado que tenían el mando de todas las fuerzas francesas que luchaban en la clandestinidad y la gran información que poseían, hacia tiempo que estaban tras de su captura.
Pero como ellos cambiaban constantemente de residencia, solamente mediante una delación o casualidad podían dar con su paradero.
Esta vez los hermanos, que a su vez tenían colocadas en el alto mando alemán a varias mujeres enroladas en la guerrilla, se enteraron antes de que los vinieran a aprehender, que por una casualidad se habian enterado de su ultimo paradero, y así pudieron huir con lo justo, no sin antes destruir toda la informacion que poseian, llevándose lo mas importante y algunas armas y granadas consigo.
Se habían refugiado en el convento, donde ya sabían los rescatarian para llevarlos hasta un campo pasando la frontera donde se embarcarían por via aérea a Gran Bretaña para informar de todos los movimientos de las tropas nazis al alto mando inglés. Tuvimos entonces que pasar el dia aceptando la cálida invitación de nuestros anfitriones. Llegada la hora de almorzar, recién pudimos conocer a los fugitivos, que estarian a nuestro cargo. Realmente no daban la impresión del papel que estaban desmpeñando. El mayor, persona delgada, alta y de complexión muy atlética, y el otro, de anteojos y barbita parecía todo un profesor de la Sorbona.
Nos dijeron que el menor era el que planeaba todos los movimientos de los maquis, y el otro ejecutaba junto a la gente a su mando todas las operaciones. Muy simpáticos y agradables nos relataron como por una casualidad habían descubierto sus paraderos, pues ya tenían conocimiento de lo ocurrido.
Un italiano y otro argentino, que habian tenido que salir de la Argentina, por reiteradas estafas dentro de la industria cinematografica de ese país, donde pasaban como poderosos miembros de la industria del cine, tenían montadas lujosas oficinas en Bs. Aires, donde con la excusa de producir peliculas, atrapaban incautos a quienes convencían para invertir en ellas dadas sus relaciones, especialmente uno de ellos que se apelidaba Juan Manuel Soaje Pinto, y se decía descendiente directo de Rosas, tenía en su oficina colgado un arbol genealógico que lo atestiguaba, y el otro, un chanta de vida rumbosa con autos caros y lujosa vestimenta apellidado Petrucci firmaban contratos con los inversores, y luego desaparecian sin dejar rastro alguno.
Este Soaje Pinto habia tenido oportunidad de conocer en la embajada de Francia en EE.UU. al menor de los Laporte, quien se encontraba desempeñando una mision, y ahora encontrándose refugiados en Paris, habían establecido contacto con varios generales alemanes, quienes todavia no estaban alertados de la catadura de estos malvivientes, y estaban convenciéndolos de filmar una pelicula sobre la actuación de ellos en Francia.
Habían hecho algunas tomas en las afuera de Paris, y en una de ellas, a bastante distancia apareció la figura de uno de loa Laporte, a quien Soaje Pinto reconoció, e informo a los nazis, los que inmediatamente dispusieron partir en su captura.

martes, 5 de agosto de 2008

Empieza la guerra

Y llegó el gran día de mi debut en el futbol. Jugábamos como locales y una multitud colmó el estadio aguardando mi presencia. Afortunadamente muy feliz, ya que estuve a la altura de mi fama, converti dos goles y fui el director del equipo, formado en su mayoría por jóvenes que me buscaban para entregarme la pelota, así que pude desplegar todo mi repertorio de jugadas con gran éxito y para alegria de todos los tiffosi.
Continuamos jugando, viajando continuamente, pero a mitad del campeonato ocurrió lo que habia pronosticado Don Santino: Hitler, que al principio se habia anexado los países fronterizos sin que nadie hiciera nada para detenerlo, fue mas allá, y quizo apoderarse de toda Europa, desatando una de las más cruentas guerras de la historia -¿acaso existe alguna guerra que no sea cruenta?-.
Mas esta es una historia ya sabida y repetida hasta el cansancio por los países ganadores, que, lógicamente, son los que escriben la historia, así que continuaré relatando el papel que desempeñamos nosotros en ella.
Habíamos formado un grupo con Ameli-Nicolini, Don Santino, Pedrín y Carla, y naturalmente yo. Buscamos negociar con los nazis, ya que el Papa aparentemente tenía cierta simpatía con ellos, y merced a las vinculaciones de Ameli con el clero, tratamos de poner a salvo todas las obras de arte que podiamos, porque un cierto ministro de Hitler se habia dedicado a saquear, en su personal beneficio, cuanto museo, iglesias y coleccciones privadas había desde Roma para abajo, donde reinaba Don Santino y su extensa red de súbditos.
De modo que salíamos de noche con varios vehículos, cargábamos todo cuanto de valor podíamos, y lo llevábamos a los sótanos secretos de los castillos de la condesa, donde quedarían depositados.
A cambio de la promesa de que no bombardearan las principales ciudades, ya que Italia no había participado muy activamernte en la guerra, el pueblo, salvo raras excepciones, aceptaba que soldado que huye, sirve para otra guerra, y lo ponía en práctica.
Excepto muchos que se habían aliado con los partisanos de otros paises ocupados y se dedicaban a hostigar a los nazis con toda clase de sabotajes. Nosotros, quizá con mayor prudencia, nos dedicábamos a canjear muchos favores con el enemigo, salvando a gran cantidad de gente que trataba de ir a otros paises, ya que estaban sentenciados por los nazis a una muerte segura, en campos de concentracion, o directamente fusilados.
Sabiendo que la oficialidad tenía gran debilidad por el champán, se lo proporcionábamos de nuestras atestadas bodegas, haciendo de paso pingüe negocio, ya que con la excusa de lo trabajoso que era conseguirlo, lo cobrabamos a un precio muy superior al real...
Un dia vino Ameli con la noticia de que se debía emprender una misión sumamente peligrosa, y que él era uno de los pocos que podía llevarla a cabo. Se trataba de sacar de la frontera con Francia, simulando ser el cardenal Ambroggi, secretario del papa y con un chofer proporcionado por el vaticano -ya que iría en un coche del cardenal-, a los hermanos Laporte, que eran los jefes mas altos de la guerrilla en Francia, y cuyo escondite habia sido descubierto por una pareja proveniente de la Argentina -de quienes hablaremos mas adelante-.
Me opuse a que Ameli fuera en tan riesgosa misión, y después de muchos cabildeos decidimos que yo, convenientemente disfrazado, iría acompañándolos como su chofer. El operativo era rescatar a los hermanos de un convento jesuita donde estaban escondidos y traerlos a Roma, donde fuerzas de la resistencia los embarcarían hacia Londres para unirse a las tropas que lideraba el General De Gaulle. Así fué que munidos de salvoconductos y documentos falsos, partimos bien de noche hacia nuestro objetivo.

domingo, 27 de julio de 2008

Se me casa Pedrín

Al día siguiente continué mis entrenamientos, acompañado desde ahora y para siempre por Pedrín, que enseguida estableció cordial relación con jugadores y directivos del club, dados su alegre y comunicativo carácter, y se convertió en seguida en fanático tifosso, mezclándose con los hinchas más fanáticos, con quienes trabó también muy buena relación.
Mi recuperación se daba por descontada y todo indicaba que en muy poco tiempo volvería a integrar el equipo, dada toda mi voluntad e intenso trabajo para acelerar mi puesta al día, noticia que fue recibida con general beneplácito por todo el mundo.
En una de las noches que pasábamos de sobremesa en el mirador junto al hogar, jugando terminables partidas de póker a las que Ameli, Pedrín y yo éramos muy aficionados y en las que también incluíamos a Carla, quién rápidamente había aprendido el juego, y todas sus picardías. Aunque se ponía de muy mal humor cuando le tocaba perder, a pesar de que jugábamos por pocos valores.
Cuando ello ocurría, nos castigaba dejando de cocinar el día siguiente, obligándonos a ir todos a comer a algún restaurante de moda, con satisfacción general, ya que constituía una alegre salida con mucho humor y generales tomadas de pelo.
En una de esas distendidas sobremesas, Pedrín me comentó que no quería seguir ya abusando de mi generosa hospitalidad y pensaba adquirir una vivienda donde mudarse, para luego ir viendo la posibilidad de instalar algún negocio, como para estar ocupado en algo, ya que su situación económica le permitía vivir holgadamente sin trabajar.
Mi reacción fue negativa. Le expliqué que él siempre me había favorecido y ayudado en mi juventud con gran generosidad y ahora que nos habíamos convertido en grandes amigos, teniendo yo en mi casa tanto espacio y comodidad, no lo dejaría partir en modo alguno, opinión unánimemente compartida por Ameli-Nicolini y Carla, y fue finalmente aceptada por mi amigo, quien continuó yendo diariamente conmigo al club, para salir por las tardes al cine y a pasear por Roma con Carla con quien había establecido gran complicidad.
No me tomó entonces muy de sorpresa el día que los dos, tomados de la mano, me anunciaran que querían contraer matrimonio, noticia finalmente muy festejada por Ameli y yo.
Convenimos en que seguirían viviendo conmigo, con la diferencia claro de que Carla pasaría desde ahora a ser la señora y dueña de casa.
Al poco tiempo se casaron en una muy sencilla ceremonia con un festejo en una famosa trattoria, dispuesta únicamente para nosotros y un pequeño grupo de allegados, con una pantagruélica comida, muy alegre y festejada y que duró hasta que nos venció el cansancio.
Los novios partieron en lo que fue mi regalo de bodas, en un crucero de lujo por todo el Mediterráneo, incluyendo las islas Canarias y Griegas, y estarían ausentes por un mes.
Casualmente se enteró de la noticia, ya que siempre estábamos comunicados, mi amiga de Capri, quien también participó de la ceremonia nupcial, y luego se instaló a pasar esos días en mi casa, ante un cómplice viaje de negocios de Ameli que me dejaba libre completamente. Y les puedo asegurar que pasamos unos días excepcionales, disfrutando mucho de mi cama, donde hicimos el amor sin descanso. Y acá termina otro grato capitulo de mi vida, cuya continuación les prometo continuar prontamente.

sábado, 26 de julio de 2008

La visita al paese de Pedrín

Una mañana bien temprano, nos decidimos efectuar el viaje hacia la comarca de Pedrín. Fuimos junto a Ameli-Nicolini y Carla, que ya estaba como un familiar más, compartiendo todos nuestros proyectos y salidas.
Raudamente fuimos dejando atrás los suburbios romanos para internarnos en una zona boscosa que, a poco andar se fue transformando en un valle bastante árido, con muy pocas viviendas -todas antiguas, construidas en piedra y con el clásico techo de paja-, muy poca vegetación, y algunas cabras, ovejas, junto a un poco de ganado vacuno.
Ya estamos cerca -dijo Pedrín-, que no dejaba de observar todo a través de la ventanilla. Llegamos a un cruce de caminos y nos hizo tomar por una estrecha ruta mal empedrada, por la cual yo debía conducir a poca velocidad para evitar los baches y pegar contra alguna de las tantas piedras sueltas.
Ya estamos llegando -dijo Pedrín-, Y señalando un deteriorado rancho a unos cuantos metros del camino, dijo: allí es. Dejamos el auto y nos dispusimos a caminar hasta allí.
Cuando llegamos salió a recibirnos un rustico habitante, quien de no muy buenos modales nos preguntó a quien buscábamos. Pedrín se dio a conocer, contándole que esa era la vivienda que ocupó con su madre de niño. hasta que ella falleció, y que él había vendido la propiedad y unos pocos animales, para irse a América, y ahora volvía para encontrar algún pariente o antiguo habitante de la zona.
El labrador nos observó largamente. y con un tono muy poco amable nos hizo saber que no sabia nada de toda esa historia. Todo eso en un dialecto que solo Pedrín acertaba a comprender; metiéndose luego en su tapera, nos dejó allí parados.
Recorrimos durante un largo rato otras viviendas, con el mismo resultado, con gran decepción de Pedrín, que no podía creer que nadie lo recordara y de no poder tampoco encontrar algún habitante de aquella época.
Luego de fracasar en otros intentos, resolvimos emprender el regreso, en un angustiado y penoso silencio. Los dos pensando en la decepción del pobre Pedrín, aunque alegrándonos de poder salir de esa región tan inhóspita.
Regresamos por otro camino, indicado por nuestro guía, y a poco andar dimos con un pequeño caserío, con su clásica plaza, su antigua capilla, y la infaltable posta, donde nos detuvimos a almorzar unos tallarines amasados
in situ
junto a los abundantes embutidos producidos en la región.
Luego de infructuosas averiguaciones de Pedrín, que tampoco obtuvieron resultado, continuamos en silencio nuestro viaje.
Yo para distraer su tristeza, le pedí me contara noticias de la Boca, ya que muy poco habíamos hablado desde su llegada. Me contó que había cambiado notablemente, que si bien todavía estaban las casas de chapas y fuerte colorido, se había llenado de cantinas para turistas. La calle Caminito -clásico tango de Filiberto-, junto a la casa de Quinquela, eran parte de los
tours
acomodados para los extranjeros que visitaban el lugar. Nuestro querido club Honor y Gloria tuvo su época de esplendor, pero ahora languidecía absorvido por la gran institución en que se había convertido Boca Juniors.
Lo que aun conservaba su fama, eran los carnavales, con su famoso corso, lleno de carrozas, con cuanto carro había, todos decorados con toda clase de flores, llevando a las chicas del barrio, o conjuntos de acordeonistas tocando tarantelas y seguidos a pie por las famosas comparsas y murgas que se disputaban los premios regalados por los comerciantes de la zona, encabezados por el mejor disfraz individual, ya que había muchos que se lo disputaban.
Nos contó lo sucedido con un estibador que se disfrazó de oso, con una piel vaya a saber de donde había sacado, y que pasaba tocando una pandereta, y no faltó la barra de reos mal entretenidos -diría Borges, escritor favorito de Ameli, con quien compartía sus relatos sin comprender mucho alguno de ellos, los que Ameli pacientemente, me trataba de explicar-.
Lo cierto es que estos muchachones que paraban en las esquinas, no tuvieron mejor idea que deslizarle un fosforo prendido por el cuello de la piel, la que ardió rápidamente provocándole al disfrazado graves quemaduras. Esas eran las habituales bromas que se estilaban por aquellos tiempos -¿y ahora no?- allí terminó el relato, ya que estábamos cerca de nuestra vivienda.

jueves, 24 de julio de 2008

Me visita un viejo amigo

Una vez llegado de vuelta a nuestra casa, comencé de a poco a movilizar mi tobillo, que día a día iba mejorando, mejor de lo esperado, y posiblemente muy pronto podría comenzar con mis prácticas de fútbol, al que estaba ansioso por regresar.
Un día que estaba paseando por el parque de mi mansión, vi entrar caminando a un hombre, que a pesar de estar muy canoso y cargado de hombros, me resultó conocido. Cuando lo tuve cerca, no pude reprimir mi alegría: se trataba de Pedrín, mi gran maestro y cuñado, con quien nos estrechamos en interminable abrazo. Después de llevarlo adentro y por supuesto haber conocido a la inefable Carla, le pregunté porqué no me había comunicado su llegada, ya que regularmente estábamos en contacto.
Lego de las habituales anécdotas sobre el viaje y todas las peripecias pasadas hasta llegar a mi casa, llevé a Pedrín al aposento que Carla había preparado, y nos dispusimos para almorzar en mi lugar preferido en la casa, el mirador, que también causó el asombro y la admiración de Pedrín. Carla nos anunció, ya que había escuchado lo conversado, que le había avisado de la llegada de mi cuñado a Ameli-Nicolini, quien también vendría a compartir el almuerzo, pues deseaba saludar al viajero a quien había conocido durante su estada en nuestro país. Así fue como, sentados a la mesa, le pedí a Pedrín que me diera todos los detalles de su para mí repentino viaje. Me dijo que era una larga historia, que estaba dispuesto a compartir con nosotros. Con respecto a mi pregunta sobre la ausencia de su esposa, mi hermana Ángela, muy penosamente nos relató que debido a su gran amistad con aquel famoso presidente de Boca, quien visitaba con frecuencia su casa, y dado que mi hermana conservaba acrecentada con el correr del tiempo su belleza, se produjo entre los dos un apasionado romance, que con toda hidalguía, reconoció con mucha pesadumbre Pedrín, conversaron con él tratando de buscar una solución lo más civilizada posible.
Mi cuñado prosiguió muy emocionado su relato, ya que conservaba siempre un gran amor por su esposa, pero después de meditarlo mucho, comprendió que no podía brindarle todo lo que mi hermana aspiraba y decidió concederle su libertad.
Se divorciaron, sin mayores problemas, no aceptando Ángela ninguna reparación económica, y dejaba todo a Pedrín, pues su futuro esposo tenía una gran fortuna, y no había ningún reclamo que hacer al respecto. Así fue que Pedrín quedó solo, pasó un tiempo muy angustiado, pero con toda generosidad, ya que siempre, a pesar de sus humildes orígenes, fue un hombre de bien, pensó que quizás su mujer tendría una mejor vida al lado del Presidente de Boca: tendría la vida social, que siempre deseó y él por su dedicación al trabajo y su ignorancia no le había podido brindar.
Y así terminó un episodio del que no quiso hacerme nunca partícipe para no preocuparme y perjudicar mi trayectoria.
Decidió liquidar la sociedad que tenia con mi hermano en la fabrica de artículos deportivos, que había adquirido un importante desarrollo dada la habilidad suya para comerciar lo fabricado y a las mejoras que introdujo mi hermano en la fabricación de muchos elementos, ya que siempre seguía experimentando en un laboratorio que el mismo había instalado nuevas innovaciones, una de ellas, reemplazar la antigua pelota que se cerraba después de inflada con unos tientos de cuero, por la cámara con válvula que se usa mundialmente en la actualidad, y que fue un invento suyo que les reportó grandes utilidades.
Para ser más breve, se retiraba en una muy buena posición económica, asegurada de por vida con importantes inversiones que había realizado, y conservando de común acuerdo con el hermano, un porcentaje de las ganancias, que le permitiría vivir sin sobresaltos. Entonces decidió volver a su terruño y ver la posibilidad de instalarse nuevamente en el lugar donde había nacido. Resolvimos que se tomara, antes de partir hacia su comarca, lo que haría por supuesto acompañado por nosotros, unos días para pasear y conocer las bellezas y distintos lugares de Roma, donde nunca había estado, lo que aceptó complacido, dejando para más adelante sus propósitos.
Fueron días hermosos, en los que contribuimos a que Pedrín fuera perdiendo parte de esa tristeza que traía consigo, y que lógicamente era difícil de superar. Conoció los lugares mas frecuentados, hasta nos animamos a efectuar una excursión a las ruinas de Pompeya, lugar que yo tampoco conocía, y de la mano de Ameli, todo un experto, le mostramos todo lo interesante en materia de monumentos, tratorias, hasta el Vaticano, en donde dado las importantes relaciones que tenía Ameli, nos fue posible visitar lugares poco accesibles para la gran mayoría. Así llegamos al día que íbamos a emprender el viaje al "paese" de Pedrín, lo que relataremos en el próximo capítulo.

domingo, 20 de julio de 2008

El descanso llega a su fin


En uno de los tantos paseos que realizábamos a solas con Don Santino me preguntó:

-¿Conocías al dueño de la casa en que vives actualmente?

-No, sé que pertenecía al conde Lamborgui, pero nada más.

Don Santino se rió y me dijo:

-Te voy a contar su historia, ya que vale la pena que la conozcas. El conde era un viejo libertino, a quien nosotros tuvimos como testaferro. Como estaba muy mal económicamente, pusimos a su nombre unos viñedos, para que la venta del vino fuera una pantalla para que dedicarse a otras actividades como ser la venta de estupefacientes entre la nobleza romana y dentro del Vaticano, ya que tampoco allí era todo tan santo como parece.

Ademas nosotros siempre mantuvimos muy buenas relaciones, mediante jugosas donaciones con los papas de turno. Pasó que los viñedos fueron prosperando y el conde Lamborgui volvió a tener una envidiable posición económica y pretendió hacer una sociedad para la venta de sus vinos con tu amiga la condesa, a quien también –de paso- requirió de amores, siendo airadamente rechazado en ambas propuestas. Así fue que decidimos dejar el trafico de drogas y dedicarnos a operaciones lícitas, eso si, siempre pidiéndoles una comisión en toda operación de importancia que realizaran los poderosos de turno, ya que siempre conservábamos el dominio de toda la parte sur de Italia, desde Roma hasta nuestra isla, donde merced a dádivas y presiones éramos los que tomábamos las decisiones en todo asunto de importancia.

La salud del conde, corroída por tantos años de vida disipada, comenzó a decaer, hasta que le llegó el turno de ocupar su lugar donde reposaban sus antepasados. A su muerte se le brindaron los honores fúnebres correspondientes a su jerarquía dentro de la nobleza.

Así me fui enterando de muchos secretos que ocurrían en el país, y que por supuesto desconocía. Todo esto debido a que Don Santino me había tomado un gran cariño, tratándome como a un hijo. Gozaba también ya de gran consideración entre los pobladores de Palermo.

Frecuentemente, además, íbamos al Club, donde sostenía charlas con los jugadores, a quienes brindaba todo lo que había atesorado a través de mi ya larga presencia en el fútbol de Italia. Cuando llego la hora de partir, Don Santino me abrazó cariñosamente, pidiéndome me cuidara mucho ya que con Ameli me iban a necesitar para misiones de gran reserva, porque según me dijo, se avecinaban días muy penosos para toda Europa, ya que creía que el dictador Hitler, que había hecho una alianza con Mussolini, llamada el eje Roma-Berlín, nos llevaría a una prolongada guerra, según sus confidenciales informes.

Esto lo tomé un poco a la ligera, ya que no había, por el momento, nada que permitiera presagiar esos hechos.

sábado, 19 de julio de 2008

Volvamos a Sicilia

El viejo bribón pide disculpas a sus apreciadísimos lectores por esta interrupción en su relato, como disculpa les aclararé -aunque creo haberlo hecho ya- que habito una hermosa casa en un paradisíaco valle en las sierras cordobesas, alejado de todo el mundo, y si bien tengo amigos, prefiero establecer distancia con ellos.
Sólo viene a diario una señora de los alrededores a efectuar un poco de limpieza, y prepararme algo de comer, luego quedo solo con mi música y mis libros y una gran piedra al borde de un arroyo que pasa por mi propiedad, donde me siento a pasar las horas con mis pensamientos, acusándome de no haber formado una familia, pero sé que el recuerdo de la condesa, que aun mantengo y el remordimiento por su desaparición que aun me conmueve, que fueron el factor determinante para continuar mi vida en soledad.
Si tengo algún deseo físico, lo que cada vez ocurre con menor frecuencia, viajo a la ciudad de Córdoba, donde aún conservo muy buenas amigas, y si no mediante el todo poderoso señor dinero, resuelvo el problema y vuelvo a la paz de la que disfruto en mi fortaleza.
Charlando con mis vecinos en alguna de esas reuniones que no efectuábamos con mucha frecuencia, y a través de algunas lecturas que había realizado, se me ocurrió plantearles la idea de formar una cooperativa para la siembra y posterior explotación de las hierbas que se daban en abundancia en nuestras tierras, como ser la peperina, el tomillo, la salvia, el orégano, y otros condimentos y verduras que iríamos agregando y comercializarlas, para inclusive más adelante exportarlas, ya que me había informado bastante de lo bien que serían aceptadas en el extranjero, pero eso será motivo de otro tema que desarrollaremos mas adelante.
Por ahora continuemos con la vida del Bambino en Roma...
Retomemos el relato, porque queda mucho para contar. Había quedado en esa hermosa isla de Sicilia, mas precisamente en Palermo, hospedado en la mansión de Don Santino, con quien habíamos logrado formar una estrecha amistad. Caminábamos, ayudado por unas muletas que el tiempo cambió por bastones, por todo un extenso bosque de limoneros, uno de los principales frutos de la región.
A veces hacíamos excursiones, por los alrededores del Etna, donde existían grandes yacimientos de azufre que se exportaba. También producían un muy vino, todo lo que se vendía a buen precio.
Todo bajo la supervisión de la maffia, que férreamente presidía mi simpático anfitrión, quien me confesó en uno de esos paseos que ya era una leyenda que la maffia siciliana dominaba todo el mercado de la droga y la prostitución; pero no sera ya así: hacia años que habían decidido con los patrones del norte que ellos seguirían con esos negocios, en tanto que nosotros nos dedicaríamos a toda clase de actividades licitas.

lunes, 16 de junio de 2008

Me rompieron las piernas

Volvemos al fútbol. Continuamos el campeonato, aunque nuestro equipo ya no era el imbatible que paseo su fama por todo el mundo, el tiempo, implacable verdugo, tuvo que dar de baja, por cuestiones de edad y rendimiento, lamentablemente a casi todo su plantel. Solo quedamos el arquero, Yepetto y yo, acompañados por un puñado de prometedores jóvenes de las divisiones inferiores, esas que Ameli-Nicolini y yo habíamos impulsado con tanto fervor, y que ahora estaban dando sus frutos, pero a pesar de su fervor y entusiasmo no estaban aun a la altura de los retirados, por lo que el equipo ya no era el eterno ganador.
Así alternábamos triunfos y derrotas, aunque nos manteníamos decorosamente en un aceptable nivel en la tabla de posiciones. Nuestra meta era poder entrar a disputar la Copa de Europa, lo que finalmente logramos. Esta vez la suerte nos favoreció, ya que en el sorteo nos tocaron rivales de mediana calidad, a los que no voy a decir sin esfuerzo, pero logramos triunfar y llegar a jugar la final con un equipo ingles- nuestros más enconados rivales.
El partido lo debíamos jugar allá. Así que partimos, prometiendo jugarnos la vida en pos de un triunfo, que hacia poco nos parecía inalcanzable. Salimos a jugar ante una tremenda silbatina y abucheos de la hinchada local que masivamente llenaba el estadio, quedando solamente un pequeño espacio para los tifossi de Italia, que nos habían acompañado. Ya Ameli, por aquel entonces presidente del Club, me había advertido del juego brusco que practicaban los rivales, especialmente un defensor, que ya se sabia estaba destinado a marcarme, quien era famoso por su juego mal intencionado, a mi mucho no me inquietó, ya que estaba habituado a esquivar puntapiés de los rivales.
Comenzado el partido, a los pocos minutos nos hicieron un gol. Faltaba poco para finalizar el primer periodo cuando Yepetto interceptó un pase y emprendió veloz carrera hacia el arco rival, levantó la cabeza y vio que yo también lo seguía, perseguido por mi implacable marcador. Vino el pase y yo alcance a patear y convertir el gol mientras caía al suelo con un intenso dolor en el tobillo derecho, producto de una tremenda patada pegada desde atrás por el buen señor que me marcaba. Quede tirado revolcándome en el suelo por el intenso dolor, pensando en lo peor. Me sacaron de la cancha en camilla, y apenas pude oír que había una fractura expuesta de tobillo. Inmediatamente me trasladaron a la mejor clínica de Londres, donde fui muy bien atendido. Le explicaron a Ameli, que en todo momento estuvo a mi lado, que era muy urgente someterme a una operación para que pudiera saberse el resultado y si podría iniciar de inmediato mi rehabilitación. Hubo una reunión de varios directivos del club conmigo para resolver el pedido, y a pesar de que yo quería regresar inmediatamente, primó la opinión de la mayoría y se dispuso la operación.
Mi lógica preocupación era saber si podría volver a jugar, pregunta que le hacía en el quirófano a todos los cirujanos, quienes me tranquilizaron y prometían darme la confirmación una vez terminada la operación.
Después me enteré de que en la cancha se produjo un gran tumulto, por la brutalidad del agresor, quien fue expulsado. Después de una prolongada espera, pudo reanudarse el partido, ya que nuestros jugadores querían retirarse de la cancha. Fueron disuadidos y terminó el partido con el triunfo inglés, ya que nuestros muchachos, según me dijeron, habían quedado muy deprimidos por mi lesión. La mayoría del público repudió la artera y alevosa jugada, alentando a nuestro equipo y sin festejar el triunfo obtenido. Toda la prensa mundial comentó con grandes titulares el suceso, haciendo diversos pronósticos sobre mi futuro y reprobando la mala intención general del fútbol inglés. Finalizada la operación, la que fue, según los cirujanos, todo un éxito, me llevaron dormido por los calmantes a una sala especial, prohibiendo hasta el día siguiente todas las visitas.
Al despertar, encontré la habitación llena de flores y al lado de la cama mis grandes amigos Ameli y Yepetto, los que aseguraron que en pronto futuro volvería a jugar. Yo les pedí que me llevaran a Roma lo antes posible ya que me sentía incómodo al estar fuera de mi casa. Así lo prometieron, y en par de días me permitieron regresar con expresas instrucciones para los profesionales que seguirían la evolución de mi lesión. Llegue a mi nueva casa donde me esperaban una multitud de periodistas y aficionados, aplaudiendo y vivando mi nombre con algunos insultos para nuestros rivales no escatimando acordarse muy poco favorablemente de sus madres.
Cuando finalmente pude ingresar en la casa, mi querida Carla me recibió con un interminable abrazo esperando para saludarme, respetuosamente con el sombrero en la mano, el resto del personal con mi ya amigo el jardinero japonés. Me llevaron en una silla de ruedas a mi amplio dormitorio donde finalmente pude acostarme a descansar de todo ese trajín.
A los pocos días, los profesionales que me atendían me aseguraron que ayudado por muletas podría salir a caminar por el parque, y la rehabilitación llevaría menos tiempo que el pensado y que tenia un 100% de posibilidades de volver a jugar, lo que me llenó de alegría, ya que eso era lo mas deseaba. Todos los días recibía mensajes deseando pronto retorno, continuaban llegando canastas de flores, las que eran llevadas a la iglesia de Santa Cecilia, vecina a mi finca. Llegaron también telegramas de un sin fin de personalidades, visitas de todos mis compañeros de equipo, inclusive la de un representante de la C.D. del club inglés donde se disculpaban por la cobarde agresión y me aseguraban que el culpable iba a ser suspendido de por vida.
En fin, fueron días muy emotivos para mi, que fortalecieron mi temple para poner el mayor ahínco en mi pronta recuperación. El día que me permitieron salir a caminar fuera de mi habitación, vino Ameli, quien no había dejado nunca de acompañarme, junto con Yepetto, quien me dijo que estaba esperando este momento para hacerme un pedido muy especial,
Como todo el mundo, Santino Gotelli, enterado de lo pasado, me ofrecía su finca para que pasara mi recuperación en completa tranquilidad , él ya se ocuparía de que me siguieran atendiendo los mejores profesionales, y que para el sería un honor compartir los días conmigo.
Me sorprendió el ofrecimiento y me quede mirando a Ameli como pidiendo consejo, éste interpretó mi mirada, y me dijo que dado el gran poder de Don Santino, y dado que el estaba por cerrar un gran negocio con él , no podíamos desairarlo. Así que, no muy convencido nos aprestamos a partir para Sicilia, luego de todas las instrucciones de los médicos, algunos me informaron que ya habían sido comprometidos por Don Santino para proseguir con sus visitas allá en Palermo, lo que me trajo una gran tranquilidad. Emprendimos el viaje acompañados por la fiel Carla, que en ningún momento permitió que la separaran de mi lado. Cuando llegamos fuimos recibidos con gran regocijo por Don Santino, estábamos en una gran finca con un gran prado al pie de una montaña, me destinaron un precioso dormitorio, otro al lado para Carla, y allí pude seguir mi recuperación espléndidamente atendido por todo el personal de Don Santino, inclusive él mismo, con quien mantuve extensas charlas, me contó de sus actuales negocios y de otras yerbas que continuaré relatando mañana, si es que tienen todavía ganas de seguirme.

miércoles, 4 de junio de 2008

Me compro una mansión

En el viaje de regreso de Palermo le comenté a Ameli Nicolini que había admirado en la casona de Santino Gotelli un gran mirador situado en el techo, ya que era mi gran deseo tener algún día una casa con un mirador, y que me había propuesto hacerlo cuando me retirara. Allí quedó esa idea. Vueltos a Roma y a los entrenamientos, al finalizar uno de ellos llegó Ameli pidiéndome que me apresurara a cambiarme, ya que tenía que llevarme a un lugar que quizá me interesara. Sin añadir más detalles, me esperó en su auto.

Cuando llegué, ya cambiado, me hizo subir, y sin mediar palabra arrancó hacia uno de los barrios más antiguos de la ciudad, cerca de la colina del Quirinal, donde todas eran muy antiguas y hermosas residencias. Llegamos a un lugar todo amurallado, al cual se entraba por un enorme portón de hierro a un camino que según me dijo Ameli conducía a una enorme mansión.
El camino estaba todo flanqueado por unos hermosos y antiguos álamos carolinas y terminaba en una rotonda donde había una hermosa fuente adornada con varias nereidas frente a la cual estaba la entrada a una bellísima casona, rodeada de todo tipo de flores y arbustos de adorno, y en lo alto, para mi gran sorpresa, sobresalía un enorme mirador, construído en forma exagonal, con sus paredes todas vidriadas, con una vista que imaginé sería estupenda.

Sin decir palabra, Ameli extrajo unas llaves y abrió una pesada puerta de roble que invitaba a conocer esa enorme mansión, completamente amoblada en distintos estilos, y unos baños inmensos construidos con todo confort y con la artesanía de épocas añosas. Luego de admirar todo tenía gran prisa por conocer ese mirador que había despertado todas mis expectativas. Adivinando mi prisa, Ameli me condujo por una escalera toda tallada en roble hacia el esperado mirador. Quedé boquiabierto al recorrer despaciosamente con la vista todo el espacio; todas las paredes hasta la altura de un metro y medio estaban rodeadas un mueble que contenía una enorme biblioteca. En el centro había una gran mesa como para recibir a 15 o 20 comensales, distinguí en un pequeño rincón una especie de cocina para servir café o bebidas calientes, ya que la comida la enviaban desde la cocina central por medio de un ascensor oculto detrás de la puerta.

Me acerqué a observar el hermoso paisaje que se distinguía desde los inmensos ventanales y quedé absorto largo rato ante tanta belleza, ya que creía estar soñando todo lo que veía. Me despertó Ameli contándome que todo eso pertenecía a un noble que había fallecido no hacía mucho, dejando dos hijas que viajando a Nueva York habían conocido a dos famosos médicos de los que se habían enamorado y decidido casarse y continuar su vida en esa ciudad.

Le habían encargando a Ameli que pusiera en venta toda la propiedad ya que no tenían intención de volver a habitarla. El precio que pretendían estaba muy por debajo de su valor, ya que deseaban sacarse de encima todo eso para poder invertirlo donde vivirían en adelante. Ameli me propuso comprarla, ya que si no lo hacía yo, él estaba interesado en la misma.

Creo que no tardé un solo instante para decirle que sí, que la comprara ya. Ameli-Nicolini, ante mi sorpresa, me respondió que ya había enviado la seña, y que podía considerarme dueño de la misma. Mi alegría ante tamaña novedad fue tan grande, que esa noche apenas pude conciliar el sueño. Muy temprano, a la mañana siguiente fuimos con nuestra fiel Carla a que conociera sus nuevos dominios y a tomar posesión de los mismos. Nuestra inefable guardiana quedó tan gratamente impresionada que comenzó a pensar los cambios que haría, para nuestra mayor comodidad.

En tanto, conocimos al anciano jardinero japonés quien estaba, a cargo con gente contratada, del cuidado de todo el inmenso parque y de una pequeña parcela donde sembraban las verduras para el consumo. Fuimos preparando la mudanza, de los pocos elementos que harían falta, ya que la mansión estaba totalmente equipada para habitarla. Aunque yo deseaba conservar mi casa en el centro, que siempre me sería útil.

Y allí comenzó una nueva etapa en mi vida. Ya seguiremos mañana con el fútbol.

sábado, 24 de mayo de 2008

Sicilia y su maffia

Me ubicaron en medio de dos tremendos sicilianos los que me dijeron que me mantuviera tranquilo, ya que si no hacia ningún escándalo nada me iba a pasar. Arrancaron raudamente, me vendaron los ojos y pasado un tiempo, que a mi me pareció una eternidad, bajamos, ya sin la venda, en una vieja mansión al pie de las montañas. Me hicieron entrar en un gran salón y me sentaron frente a una persona medianamente joven, traje, sombrero y anteojos negros, quien se presentó como Pascual Yovane, sobrino de Don Santino Gotelli, que era el Capo de tutti cappi de Sicilia, alcalde de la ciudad y presidente del club Palermo, con grandes conexiones en toda Roma, con jueces y miembros del episcopado, con los que mantenía excelentes relaciones, y que si yo accedía a su pedido, nada me pasaría, y sería devuelto adonde paraba la delegación. Lo que tenía que hacer era escribirle una nota a Ameli-Nicolini, a quien ellos conocían perfectamente, explicando que no jugaría esa tarde, y que no me buscaran ni denunciaran mi falta ya que pondrían en riesgo mi vida. Según me enteré después, el motivo de mi secuestro era que el tipo realizaba grandes apuestas a favor del equipo local, y para asegurar su triunfo, quería impedir que yo jugara, Me negué a hacer tal cosa, ante la furia del tal Pascual, cuando entró en el salón un emisario muy apurado y conversó al oído con mi captor, quien puso cara de pánico, y habló con uno de los que me habían traído. Nuevamente me vendaron los ojos y me condujeron a otro auto, donde partimos seguidamente; al rato de andar me sacaron las vendas y me encontré en otra gran mansión muy hermosa con un gran parque lleno de árboles frutales y flores. Fui nuevamente introducido en un gran comedor, donde se encontraba un hombre de cierta edad vestido, como los pobladores, con traje y gran sombrero negro y un chaleco cruzado por una gran cadena de oro que sostenía un reloj del mismo metal. Se puso a mi lado, me estrechó en un gran abrazo, diciéndome: Tu eres el famoso Bambino, por quien siempre he tenido gran admiración, no me he perdido oportunidad de verte jugar cuando he viajado a Roma. Soy Don Santiago, y te pido disculpas por la torpeza del idiota de mi sobrino y su conducta. Afortunadamente estoy siempre enterado de lo que pasa en mis dominios, y este tarambana no iba a salirse con las suyas, menos sin mi consentimiento, por lo que ya será debidamente castigado, y nuevamente te ruego me disculpes, y a partir de ahora serás mi huésped de honor, compartiendo nuestro humilde almuerzo. Aliviado, le agradecí sus muestras de afecto, pidiéndole me disculpara, pero debía almorzar con el resto del equipo, ya que mi ausencia llamaría la atención.
Aceptó mi pedido, reiterándome sus muestras de amistad, y quedando a mi disposición para cualquier problema que tuviera. Partí agradecido, solicitándome don Santiago jugara como sabia, ya que concurriría esa tarde a ver el partido.
Llegué afortunadamente sano y salvo a la hora del almuerzo, donde ya extrañaban mi tardanza. Comimos, como de costumbre tuvimos una breve siesta y nos dirigimos al estadio para prepararnos para el partido. Nos asombró, al salir a la cancha, la multitud que había, todos vivando al Palermo con desmedido entusiasmo. No bien comenzó el partido en veloz escapada el Palermo se puso en ventaja, ante el ensordecedor griterío de la multitud. Estábamos dominando el partido sin poder concretar, cuando ante un mal pase nuestro, en otra veloz corrida nos hicieron el segundo tanto, ante el delirio de la muchedumbre y nuestro asombro.
Terminado el primer tiempo, nos juntamos y conversamos seriamente con el entrenador, nos miramos con Peppino y salimos a dejar todo en la cancha. Cambió por completo la situación con un claro dominio nuestro y en dos acertadas combinaciones con Peppino establecimos la igualdad. Minutos después intercepté un pase en mitad de la cancha, y eludiendo rivales descoloqué al arquero y metí el gol del triunfo, ante el sepulcral silencio de todo el estadio y unos aplausos que advertí en el palco de honor y que partían de don Santiago. Quien terminado el encuentro vino a los vestuarios a saludar al equipo y me felicitó en un estrecho abrazo asegurándome nuevamente su amistad, e invitándonos a la alcaldía donde se serviría un vino de honor. También se saludó afectuosamente con Amelie-Nicolini, y allí terminó mi aventura en tierras de los limoneros y de la maffia italiana...

Llegamos el día anterior al partido, recibidos por una muchedumbre que nos trató amablemente durante toda nuestra estadía, salvo el episodio que me tuvo por protagonista. La mañana del partido, solicité permiso para caminar por los alrededores de esta hermosa ciudad, que aun mantenía el ritmo de otras épocas, con sus mujeres concurriendo a la misa en la iglesia frente a la plaza, donde también, sentados fumando sus pipas, con sus trajes y sombreros negros, estaban los notables del pueblo. Caminaba lentamente observando todos los detalles, cuando paró a mi lado un auto del que bajaron dos personas, que me introdujeron en el mismo a los empujones, sin darme tiempo a reaccionar.
Comenzamos un nuevo torneo, y en la primera fecha tendríamos que enfrentar al recientemente ascendido equipo de la Unión Sportiva Citta di Palermo -el Palermo, así lo conocían-. Ya toda la ciudad estaba convulsionada por nuestra llegada, porque no había sido frecuente jugar contra un gran equipo, a pesar de que el plantel de ellos eran todos muy jóvenes jugadores que habían hecho una gran campaña hasta obtener el ascenso.

lunes, 19 de mayo de 2008

El lento regreso

Volví al fútbol. Ganamos todo, nuevamente el campeonato de la liga de Italia, junto con la copa de Europa, ya formábamos con Yepetto una pareja imparable. Conocimos países donde nunca hubiera soñado poder estar, fui agasajado por Reyes, Presidentes, grandes dignatarios, y acosado por cuanto periodista existiera, ya me había hecho ducho en encontrar respuestas a todas las preguntas -que eran casi siempre las mismas-, y a esquivar elegantemente las referidas a mi vida privada, ya que me inventaban toda clase de romances, los que siempre desmentía con una sonrisa, aunque algunos tuvieran cierta dosis de credibilidad con alguna vedette de turno, que siempre solían tener muy poca duración. Ante la satisfecha protección de Carla, que a estas alturas se había convertido en mi ángel guardián, y también celoso cancerbero, siempre fiel a la memoria de la condesa, a la cual yo también me aferraba.

Llegaron las esperadas vacaciones, en las que tendría lugar la boda de Yepetto, con la angelical novia hija de aquel alto dignatario laico de la iglesia. Tenían proyectado la boda civil en Roma con una gran fiesta, y luego el casamiento por iglesia en una ceremonia mas íntima en el pueblo donde había nacido, donde ya se rumoreaba un gran recibimiento y el nombramiento de Yepetto como ciudadano ilustre.

El novio, sabiendo que asistirían a la boda todos los pobladores del villorio y también de las aldeas vecinas, había enviado con anticipación grandes cantidades de vituallas y bebidas. Yo hice preparar a un joyero una cadena de oro y rubíes donde iría engarzada la medalla que me regaló el Papa cuando nos recibió en nuestro primer triunfo en la copa, lo que fue para la novia un muy emotivo y valioso regalo. También, por aquellos días, me visitó la niña de Capri con la cual manteníamos cordiales relaciones. El motivo, invitarme a la boda de su hermana, y rogarme, ya que estabámos en época de receso, si no podía llevar a algunos integrantes del equipo, dado que los novios y todo Capri eran fanáticos de nuestro Club y sería un honor para ellos tenerlos en la ceremonia, junto a sus familiares. Sin querer comprometerme, le contesté que vería qué podía hacer.

Al plantear en el club la invitación, fue grande mi sorpresa al ver que casi todo el plantel la aceptaba muy complacido. Cuando puse la noticia en conocimiento de Alicia, brincó de alegría, y me estampó un tremendo beso.

Habían contratado un vaporetto que nos llevaría por la mañana, y regresaríamos una vez terminada la fiesta. Fue un hermoso y animado viaje, ya que con nosotros viajó una orquesta contratada para la boda y estuvieron amenizando el viaje con alegres melodías. Una vez arribados, nos trasladaron al ayuntamiento de Capri, donde su alcalde entregó a cada integrante del equipo las llaves de la ciudad, ante la aclamación de todos los habitantes que ya estaban reunidos en la plaza del pueblo aguardando nuestra llegada.

De allí fuimos todos en comitiva al castillo de Anacapri, donde se realizó la ceremonia y la posterior fiesta; nos agasajaron espléndidamente con toda clase de exquisitos manjares y bebidas, a las que dimos excelente trato. Esta vez, junto con Ameli-Nicolini nos excedimos alegremente con el buen vino, no recuerdo con quien bailamos, después de hacerlo con la novia y su madre ya perdimos el control, y creo que hasta bailé una tarantela con la abuela de las niñas... A una hora ya no tan prudente iniciamos el regreso, ante los pedidos de los familiares y demás lugareños que se negaban a dejarnos partir. Igualmente lo hicimos, aprovechando el viaje de regreso para dormir, teniendo que sacudirnos al llegar para despertarnos, y volver a nuestros hábitos. Luego de tan alegre episodio, al bajar a tierra, me encontré con la sorpresa de ver a mi lado a Alicia, quien me dijo que venia por un mes a Roma, para prepararse para unos exámenes, y como conocía las comodidades de mi casa me pedía si no podría hospedarla en ella durante su estadía. No lo dude, aceptando con la condición de que no interfiriera para nada con Carla. Nos instalamos ante su reprobatoria mirada, y posterior sermón, aplacado un poco por mi información de que al terminar sus estudios regresaría inmediatamente a su terruño. Esa noche, cada cual ocupó su respectivo dormitorio, lo que no sucedió en las noches siguientes, en que compartimos mi cama algunas veces y la suya en otras, para evitar las previsibles admoniciones de Carla.

Terminado el plazo estipulado, ella partió de regreso, teniendo que aclararle a Carla, que todavía nadie me haría perder el recuerdo imborrable que mantenía de la Condesa...

sábado, 17 de mayo de 2008

La vida sin la Condesa

Cuando llegamos a mi casa nos recibió Carla, una mujer que trabajaba en la casa de la condesa, huérfana, y que habían traído del interior los padres de Maria Elena, con quien prácticamente se había criado, pasando desde doncella a ama de llaves, amiga y confidente, y con quien la unían un gran cariño y respeto. A la muerte de la condesa, a pesar de haber quedado muy bien económicamente, se negaba a abandonar la casa, hasta que Ameli-Nicolini, tuvo la idea de que podía venir a trabajar conmigo, ocupando el mismo lugar que en su anterior trabajo. Como esta mujer había simpatizado mucho conmigo, acepto complacida, convirtiéndose en gran colaboradora, ya que manejaba con total autoridad mis cosas, a la vez que su presencia era un permanente recuerdo de mi amada. Bien, con Ameli, dejamos todo dispuesto para que manejara todos los bienes que me habían sido legados, repartiendo los beneficios entre entidades de ayuda a la niñez, y con un expreso pedido mío de crear una escuelita de futbol entre los chicos vagabundos de Roma, que eran muchos.

Así terminó esta dolorosa parte de mi vida.

Seguí con mi futbol, pero ahora quiero dejar este capitulo, ya que al recordar todas estas vivencias me ha quedado una gran congoja.

Haré un intervalo, para contar a Vds, un par de anécdotas del viejo-viejo Morón que me fueron relatadas por una viejas tías de mi madre, dos ancianas solteronas que vivían recluidas en un grande y hermoso caserón en pleno centro, con esa clásica entrada de aquella época de un hall todo cubiertas sus paredes con coloridos vitraux y lleno de grandes macetas repletas de helechos. Vivía con ellas un hermano, el Mingo Levaggi, encargado de dilapidar la fortuna heredada por los tres, de sus padres y tíos, fuertes comerciantes de aquella época.

Morón por entonces era una pequeña aldea, donde tenía la terminal el tren a vapor que llegaba desde la estación Miserere, después Once. Corrían dos diarios, los pasajeros viajaban en suntuosos compartimientos cerrados.

Pasajero habitual era un señor Ignacio Correa, adinerado socio del Jokey Club, y que poseía en las afueras de Morón una cabaña dedicada a la crianza de caballos de carrera. Este señor venía por la mañana, y regresaba en el tren de la tarde. En Morón la única calle empedrada era Rivadavia, después todo era tierra.

A don Ignacio lo venía a buscar un sulki que lo trasladaba hasta la estancia, a pocas leguas de la estación, y vieran el respeto y la atención que existía en aquella época, ya que el tren no regresaba hasta la llegada del Sr. Correa, quien a veces se retrasaba, y estando todo preparado para la partida, el jefe de estación y el maquinista del tren se apostaban en medio de la calle, esperando ver la polvareda que levantaba el sulki, señal de que venia el distinguido pasajero... ¡Qué tiempos!

Otra de la misma época. Por entonces, en la esquina de la estación, estaba la fonda de La Vasca, luego la clásica talabartería, con ese hermoso olor a cueros curtidos, donde manualmente se elaboraban monturas, riendas, rebenques, y toda clase de artículos de cuero de gran uso entonces, luego, al dar vuelta la esquina, estaba la peluquería de Sabino Brioli, única del pueblo. Este hombre, gran viajero, en uno de sus viajes lo había picado la mosca tsé-tsé, creo ya extinguida, y cuya picadura producía la enfermedad del sueño, es decir el depositario, quedaba repentinamente -donde y como fuese-, sumido en un gran sopor, que desaparecía generalmente a los pocos minutos. Un día de verano de intenso calor, llegó la hora de salida del tren. Estaba todo en orden, Don Ignacio Correa inclusive, pero faltaba el maquinista, lo entraron a buscar con gran apuro y desasosiego, primero en la fonda, luego por la talabartería, sin éxito, hasta que a alguien se le ocurrió correrse hasta la peluquería de Sabino, donde estaba sentado en el sillón con la cara llena de espuma el maquinista totalmente dormido por el calor reinante, y apoyado en su pecho, con la navaja en la mano, también apaciblemente dormido, el peluquero, víctima del mal de la mosca tsé-tsé... ¡Que tiempos!...

lunes, 14 de abril de 2008

El testamento de la Condesa

La noticia me produjo tal espanto, que quede anonadado sin poder articular palabra. Cuando salí del trance le pedí desesperado a Ameli que me llevara a la casa de Maria Elena. El me empujó dentro de la casa, me hizo tomar asiento y me explicó que todas las poderosas autoridades del Club, junto con jueces y policias amigos estaban tratando de que no trascendiera por el momento la noticia, hasta que pudieran confirmar que el deceso fue por un síncope. Y que habia que preservar mi imagen, ya que cuando la prensa supiera la novedad, y teniendo en cuenta la escena del día anterior en el Club, iban a tratar de entrevistarse conmigo todos los medios,ya que era conocida mi estrecha relacion con la condesa.

De modo que habian resuelto mantenerme por unos dias alejado de todo contacto con la gente. Iba a permanecer en su casa, sin mostrarme por las ventanas, el telefono habia sido cortado y él me iba a mantener informado de lo que sucediera.

Aunque me sentia en parte culpable por lo sucedido, y no podía permanecer quieto en ningun sitio, pese al apoyo de mi amigo, quien insistía que era un accidente, y que la condesa padecia con cierta frecuencia esas fuertes depresiones, que la habían llevado ya anteriormente a tratar de quitarse la vida cortándose las venas, lo que pudo ser evitado en esas oportunidades por la gente cercana a ella.

No pude aceptar esas argumentaciones y conseguí tener la paz necesaria para poder asimilar lo acontecido. Pasaron varios días de locura febril, en tanto Ameli-Nicolini trataba por todos los medios de calmarme, ponía la música que sabía me gustaba, por la noche me leía pasajes de novelas de Alberto Moravia, el autor de moda por aquel entonces, me traía la correspondencia que llegaba a mi domicilio, ya que ya se habia conocido la noticia, y por fortuna todo había salido como lo planearon, inclusive, inmediatamente se cremó el cuerpo, ya que la condesa habia dejado instrucciones en ese aspecto, anticipando quizá lo sucedido.

El Rey, enterado, propuso velar el cuerpo en el palacio real junto con grandes honras funebres, más muy cortesmente pudo ser disuadido por los que estaban enterados de la realidad y quienes fueron a llevarle la triste noticia, finalmente accedió, ya que su autoridad se encontraba muy disminuida junto a la nobleza que observaba atemorizada y con recelo, la creciente autoridad de Benito Mussolini.

Me llegaban condolencias de todos mis compañeros de equipo, una muy acongojada de Yeppeto, que era el mas depositario de mis confidencias con relación a mi amistad con Maria Elena. Inclusive una cariñosa esquela de las hermanitas de Anacapri, donde me ofrecían su casa para pasar el trance con tranquilidad,sin que me molestaran.

Yo no tenía paz, ya todos los periodistas estaban rondando por todos lados tratando de encontrarme, hasta habían montado una guardia permanente en la puerta de donde me encontraba, pero el personal de Ameli-Nicolini, muy fiel y ya alertados, no dejaban filtrar nada que pudiera hacer sospechar que me encontraba en ese lugar. Pasaron varios días, hasta que yo comprendí que mi unica salvación iba a ser reintegrarme al equipo y continuar entrenando y seguir con los partidos programados, ya que eso quiza serviría para calmar mi desolación. Lo hice saber a Ameli-Nicolini, quien se mostró muy complacido y me hizo saber que en el Club tambien se me aguardaba, y que se tomarían todos los recaudos para evitar fuera molestado...

El día que ingrese a los vestuarios, todos mis compañeros me saludaron afectuosamente, sin realizar ningún comentario sobre lo sucedido; solamente cuando pudimos vernos a solas, me estreche en un profundo y sentido abrazo con Yeppeto. Continuó mi rutina, aunque sin poder quitar de mi mente lo acontecido, pero quizá para tener mi cuerpo cada vez mas exigido, los entrenamientos fueron cada vez mas fuertes, lo que motivaba un gran cansancio y asi podía dormir un poco mas sereno.

Pasaron los días y me llegó una notificacion del estudio de los abogados de la condesa, citándome a una reunion. Lo consulté con Ameli-Nicolini, expresándole, que no me sentía con ganas de acudir, él me pidió que lo hiciera, que contaba con su compañia. Llegamos y me enteré que como albaceas de la condesa iban a proceder a la lectura de su testamento. Se encontraban ya en las oficinas, además de miembros de su personal, unas personas que derramando lágrimas, se adjudicaban lejanos partentescos con la condesa.

Inmediatamente se procedió a abrir un grueso sobre y comenzar a leer su contenido, la condesa dejaba varias e importantes sumas a entidades de beneficencia,y cuantiosas recompensas a todo su personal, y finalmente el resto de su fortuna junto con todas sus propiedades, salvo el palacete de Cortina Dampezzo que serìa destinado a niños enfermos carenciados, me lo legaba totalmente a mí...

Quedé de una pieza sin poder articular palabra, mientras los pseudos parientes indignados protestaban, ya que se consideraban defraudados, los abogados les contestaron que esa era la última voluntad de la condesa, y que podían dirigirse a la justicia si consideraban que estaban en condiciones de efectuar algún reclamo. Yo, sin saber qué decir, fui tomado del brazo por Ameli, quien me conduzco hacia la salida, seguido por esos molestos parientes quienes querían llegar a algun arreglo, recibiendo una parte de la cuantiosa fortuna, Ameli los apartó cortésmente diciéndoles que no era el momento para tratar esos temas, y que recurrieran a donde debían. Ya en el auto, le expresé a mi amigo que yo no quería absolutamente nada, y que dejaba totalmente en sus manos ver cómo proceder. El me mantuvo calmo, ya conversariamos más tranquilos sobre el particular...

jueves, 10 de abril de 2008

La tragedia irrumpe en mi apacible vida

Al rato me miró a los ojos y me respondió: Quieres una respuesta, te la daré y más que ello será un muy buen consejo, aunque en estos momentos pueda más el corazón que la razón.

Voy a hacerte una confesión: yo estuve tremendamente enamorado de María Elena, y aun lo sigo estando, ya que por eso no me he casado, pues nunca pude querer a alguien como a Ella. Noviamos un tiempo y como ya también tengo un fuerte carácter y ella es tremendamente dominante, chocábamos en muchas cosas. Yo pretendía que dejara la bebida, ya que tiene períodos en que abusa de la misma, pero ella lo tomaba a la risa, y a pesar de mi insistencia continuaba bebiendo.

Traté de disuadirla de todos los medios posibles, hasta le propuse matrimonio para ver si podía arrancarle ese vicio. Hasta que un día en que se encontraba con unas copas de más, y volví a reprochárselo me echó de su casa, llamándome maricón, tan luego a mí, desde ese día cortamos definitivamente, y me propuse no volver a verla.

Ahora temo que lo mismo te pase a ti, ten en cuenta que ahora sos famoso y admirado en todas partes, y si dejas de jugar y te casas con ella, pasaras a ser el marido de... en todas partes y aunque tengas una vida regalada y estés junto a la persona que amas, puede ser que pasado el tiempo te arrepientas, cuando ya sea tarde para dar marcha atrás. Piénsalo, Bambino. Todo lo que ahora te digo, es absolutamente por tu bien, ya que te has convertido en prácticamente un hijo mío, a quien quiero entrañablemente, Así terminó la conversación.

Yo dudé, hasta por un momento, si no serían sus palabras por despecho, luego recapacité y reconocí lo dicho por Ameli-Nicolini. Pensé dejar correr el tiempo para tomar una resolución. Tenía, dada mi juventud y falta de experiencia, la sensación de que quizá podría hacer cambiar de actitud a la condesa, pretendiendo que una vez casados me permitiría continuar jugando, así que deje las cosas por ahora como estaban. Seguimos con una larga serie de giras por Europa, llegando a jugar en Rusia contra un equipo que tenía como arquero a un grandote llamado Boris Yelsin, quien estaba considerado como el mejor arquero del mundo.

Efectivamente, dominamos todo el partido, sin poder vencerlo, yo le tiré varias pelotas "envenenadas" que el atajó magistralmente. Ya terminando el partido, vino un centro de Yepetto, y saltamos los dos. Yo aproveché que estaba tapado por su corpachón y lo empujé suavemente hacia un costado, cabeceando la pelota que me había quedado libremente, y convirtiendo el gol de la victoria, que fue largamente festejado. Nadie reparó en mi falta, solamente Yelsin, que terminado el partido, por medio de un traductor y con una sonrisa me llamo "tramposo", yo lo abracé, le pedí disculpas, y ahí nació una amistad que aun recuerdo.

De regreso a Roma, tuve oportunidad de volverme a encontrar con la condesa, quien volvió a reprocharme mis prolongadas ausencias, extrañándome tanto, que no podía concentrarse en sus ocupaciones, ya que pensaba continuamente en mí. Me volvió a insistir en el casamiento, volviendo yo a pedirle que me diera tiempo, ya que todavía no lo tenia decidido.

Esa noche no terminó de manera muy agradable, ya que la condesa no cesaba en sus reproches. Al día siguiente volví a entrenarme y casi al finalizar llego al campo de juego Maria Elena, quien a los gritos me pidió que dejara ese maldito fútbol y me casara con ella. Que si no me arrepentiría para toda la vida. Creo que estaba bebida, ya que Ameli tuvo que llevarla con la ayuda de un periodista que estaba viendo la práctica, hacia su auto, costándoles bastante trabajo ante la resistencia que oponía ella y las amenazas que seguía profiriendo.

El entrenador terminó la práctica, y en silencio nos fuimos a las duchas, regresando cada uno a sus respectivas casas. Yo me fui inmediatamente a dormir, y me costó bastante trabajo lograrlo.

No sé cuándo me quedé profundamente sumido en un sueño hasta que oí grandes golpes en la puerta, fui a atender y me encontré ante Ameli-Nicolini quien me urgía a que me vistiera rápidamente y fuera con él.

Así lo hice, preguntándole qué motivaba tanta urgencia, y me respondió que íbamos para su casa, ya que la condesa había sufrido un accidente, del cual ya me iba a explicar. Yo le pedí que me llevara adonde estaba Maria Elena, él no me contestó, y después de un tiempo me dijo que lo mas prudente era que fuéramos a su casa, y luego me explicaría lo sucedido.

Una vez llegados, Ameli me dijo que tendría que permanecer varios días allí, ya que la situación era mas grave que lo que podía pensar. Ante mi feroz insistencia me dijo que la condesa había sido encontrada por un fiel mayordomo que la fue a despertar, tirada en el piso, ya cadáver, junto a varias botellas de champán y un frasco de barbitúricos, y por suerte lo había llamado a él quien se comunicó con el jefe de policía, amigo suyo, para que silenciaran por el momento la noticia, hasta que pudieran hacerlo figurar como fallecimiento por un síncope. También la C.D. del club estaba haciendo las mismas gestiones, ya que dada la presencia del cronista el día anterior, seguramente yo me vería involucrado en este trágico episodio y era lo que se quería evitar a cualquier costo. Por eso tendría que quedarme unos días junto a Nicolini hasta que se aquietaran los tremendos comentarios que despertaría la desaparición de la condesa junto con mi estrecha relación con ella...

miércoles, 9 de abril de 2008

Paréntesis etílico y rallyano


El viejo bribon, como gran entusiasta de los fierros, se fue con unos amigotes al Rally, poderosa institucion en Córdoba, donde como ustedes saben reside. Y se fueron bien provistos, claro. Aparte del asado -que no pudieron comer por el mal tiempo reinante durante los 3 dias-, tuvieron que darle a otra de las Instituciones cordobesas, el Fernando -Fernet con coca-
Lógicamente, mas fernet que coca. Y el pobre quedo bastante averiado. Pero ya repuesto, continuará mañana con su relato.

martes, 25 de marzo de 2008

Me proponen casamiento

Comenzamos el día recorriendo la finca, que era inmensa.
María Elena daba continuamente instrucciones y órdenes que se cumplian al instante y con gran respeto, a la vez que me enseñaba todo el proceso de elaboración del champán y los distintos vinos, desde el conocimiento de las distintas clases de uva hasta el almacenamiento del vino en grandes toneles de roble, en un sótano a temperatura apropiada.
Pasamos todo el día dedicados a ese trabajo, con un frugal almuerzo en el comedor de los técnicos de la fabrica.
Al caer la tarde llegamos rendidos a los aposentos de la condesa, donde cenamos, y en tanto continuaba bebiendo champán, me pidió le contara todo lo tratado en la reunión del Club. Brevemente le informé lo conversado, y ella, poniendo sus manos en mis rodillas, me espetó:
-¿Así que esta sería la terminación de nuestro romance?
-Jamás -le respondi-, ya que cada día estoy más enamorado de ti. Sólo que nuestros encuentros tendrán que ser más espaciados, y en mi casa, o en lugares más secretos, donde no pueda enterarse ni la prensa ni los directivos del Club.
Frunció el ceño, y con un pequeño mohín de desagrado me miro largamente a los ojos. Luego me tomó de la mano, conduciéndome al gran lecho, donde hicimos el amor y nos dormimos estrechamente abrazados.
Así transcurrió la semana, alternando el trabajo con la diversión y paseos por los alrededores. Días que fueron maravillosos, ya que la condesa cambiaba radicalmente cuando quedábamos solos, llenándome de cariños y mimos. Así llegó el momento de emprender el regreso.
Comencé con los duros entrenamientos, partidos y giras. Maria Elena me llamaba continuamente en los pocos momentos que estábamos en Roma, exigiendo verme, lo que cuando podía complacía, siempre cuidando de no ser vistos.
Una noche le anuncié que debíamos emprender una larga serie de partidos por Europa y que quizás pasaríamos un largo tiempo sin vernos. Aunque con mucho desagrado lo aceptó, haciéndome prometerle que al llegar mi primer encuentro sería con ella. Cumplí mi promesa, y cuando después de recuperar el tiempo perdido de nuestro romance, descansábamos muy juntos en un amplio sofá, me tomó de las manos y me dijo muy seriamente:
-Bambino, no puedo ya más soportar estar lejos de ti por tanto tiempo. Te hago una propuesta: quiero que nos casemos, que dejes el fútbol, y vengas conmigo a administrar mis negocios.
Su pedido me tomó de sorpresa, ya que no creía totalmente en la seriedad de su relación conmigo. Me sentí muy halagado, pero tampoco, por ahora, estaba decidido a dejar el futbol, que era mi profesión, y que junto con ella llenaban mi vida. Y porqué no decirlo, mi ego también me lo impedia. Esa vida llena de halagos, aplausos, y adoración por parte de toda la afición futbolistica mundial, me hacía tremendamente feliz. Si dejaba todo aquello, me convertiría en un sumiso empleado de mi consorte, quien tendría en sus manos las riendas de mi vida, y eso ya no me agradaba mucho, a pesar del gran amor que sentía por ella. Todo esto pasó por mi cabeza como un relámpago, y me apresuré a responderle que también deseaba tomar esa decisión, pero más adelante.
Ella me respondió:
-La respuesta tendrás que dármela ahora.
Le pedí unos dias para pensarlo, ya que no sé si ella había considerado si sería adecuado su casamiento con un plebeyo.
-Tengo todo meditado y he tomado esta determinación porque ya me es imposible vivir alejada de ti, agregó.
Accedió finalmente a postergar por unos días mi respuesta, y asi nos despedimos.
Lo primero que hice fue conversarlo con Ameli-Nicolini, quien meditó largo rato antes de decirme...

lunes, 24 de marzo de 2008

La entrevista en el Club

Luego de dormir profundamente, me dispuse a concurrir a la reunión de C.D. a la que habia sido citado. Al llegar me saludaron muy afectuosamente, aunque percibi cierta tensión. El Presidente del club tomó la palabra y me anunció que querían ofrecerme un nuevo contrato por el término de 10 años y por una increíble suma de dinero. Me sentí muy halagado, y así se lo expresé, aunque antes de firmar tendría que consultar con Ameli-Nicolini, que era mi representante legal, y aun no habia regresado de su viaje de negocios. Quedaron de acuerdo, y me dijeron que querían tratar otros temas conmigo. Acepté complacido, y me dispuse a escuchar. En primer término me solicitaban la posibilidad de que adquiriera la ciudadania italiana, ya que había alcanzado en el club una categoría de jugador que traspasaba las fronteras del pais, y sería un orgullo contarme como ciudadano. Me tomaron de sorpresa y quedé un rato en silencio. Luego de pensarlo un rato, les contesté que era una decisión muy grande y que tendría que meditarlo, ya que implicaba una serie de razones que no estaba en ese momento para considerar. Me dijeron que tomara el tiempo que considerara necesario, y luego sin darme una tregua me mostraron un diario en la que salían publicadas fotos mías en la fiesta de Cortina, preguntándome con quién había asistido, ya que consideraban que no era correcta para mi condición de joven jugador cun un porvenir increíble mi presencia en esa clase de fiestas con gente de gran prestigio, que si bien podían ser muy inocentes, también existía el tema del alcohol y la droga, y consideraban que no era bueno para mi prestigio y el de la Institución que siguiera frecuentando esa clase de amistades. Después de muchos rodeos, prácticamente me prohibieron continuara con esa vida y me dedicara de lleno a jugar al fútbol, donde consideraban que estaba en ese momento mi lugar y que les agradaría una confirmacion mía. Les contesté que estaba plenamente de acuerdo con las exigencias, que respetaría en un todo, anunciándoles también que como quedaban unos dias de licencia, aprovecharía para descansar afuera, en un lugar que por ahora les pedía fuera desconocido para todo el mundo. Aceptaron, no sin antes recordarme que de regreso tendria que reintegrarme a los entrenamientos que cada vez habrían de ser mas rigurosos, pues habían adquirido compromisos con varios equipos de Europa, con quienes se habían contratados partidos por sumas millonarias, porque en todos lados se quería ver jugar al equipo, con el prodigioso Bambino en sus filas, siendo eso muy beneficioso para las finanzas y la popularidad cada vez mas en ascenso de la Institución. Habiendo dado mi acuerdo, finalizó la reunión, con grandes abrazos y besos. Aliviado, partí para comunicarle a Maria Elena, que saldríamos a la brevedad para conocer sus viñedos junto con la elaboración del champán y los vinos que producían. Así hicimos, y como en el viaje a Cortina, partimos hacia Valmarino. Todo transcurrió como yo lo deseaba, con grandes muestras de cariño por parte de la condesa, en las cuales yo no me quedaba atrás. Llegamos a una hermosa finca, totalmente rodeada de vides. Noté un cambio de actitud en la condesa, que comenzó a dar órdenes con una actitud de mando que no le conocía.

lunes, 17 de marzo de 2008

El baile en lo del Conde de Pavia

Al dia siguiente, después de asearnos y desayunar copiosamente en los aposentos de la condesa, ella hizo un par de llamadas a Ampesso, poniendo sobre aviso al personal de nuestra llegada, para que tuvieran todo en orden para los días que pasariamos allá.
Yo tambien llamé al Club, avisando de mi partida, y me recomendaron muy seriamente que no intentara esquiar ni practicar ninguna clase de deporte que pudiera poner en riesgo mi físico. Acepté las condiciones y preparamos la partida. Ya en la puerta, estaba estacionado un poderoso Lancia Lamborghini con impecable chofer que portaba una canasta con vituallas para el viaje, y donde asomaban 3 botellas de champán, que depositó en los asientos traseros, separados del conductor por un vidrio opaco, para gozar de la mayor privacidad.
Maria Elena dio orden de que parara en un negocio de articulos deportivos, me pidió que esperara unos momentos, y fue con el empleado, compraron varios bolsos llenos de ropa de abrigo, camperas, gorros, bufandas, y qué sé yo cuántas cosas, todas para mi uso, ya que la condesa tenía allá todo lo necesario.
Emprendimos definitivamente el viaje, tomados de las manos como dos colegiales y mirándonos a los ojos. Ella pasaba su mano por mi mejilla. Comenzamos con tímidos besos de enamorados, haciendo de cuando en cuando paréntesis para picotear las delicatessen que nos habían preparado, acompañado con un champán muy fino (me aclaró María Elena que era de una de sus fincas que estaba al pie del Valle de Aosta, Liguria y producía el mejor champán de Europa, junto a un Cabernet Chardonnay que vendía a muy buen precio y ayudaba a acrecentar su ya cuantiosa fortuna.
Me dijo que terminada nuestra estadía en Cortina, iríamos a esa finca. Yo asentía a todo, notando que por cada copa de champan que yo bebía -por cierto no exageraba, ya que sabía cuidarme-, ella lo hacía por triplicado, aunque sin dejar notar que estaba embriagada. Claro, era mi primer y real amor, y aunque después hubo otros en mi vida, jamas pude olvidar; aun hoy recuerdo a la condesa Maria Elena Reviello: abrazado a ella, cientos de luciérnagas alumbraban todo mi entorno, era el hombre más feliz de la tierra.
Finalmente arribamos a su palacete cerca de Cortina, un poco alejado del pueblo, en un valle lleno de nieve, y con una espectacular vista. Aunque ya creía haberlo conocido todo, no pude salir de mi asombro al entrar en la mansión de la condesa. Enormes habitaciones todas completamente alfombradas y llenas de pinturas de autores muy conocidos y otras obras de arte de inapreciable valor. Despúes de recorrer el palacio, nos dirigimos a las habitaciones de Maria Elena, quien ordenó no se nos molestara. Allí, al lado de una amplia cama había una gran estufa, con crepitante fuego prendido y en el piso una mullida alfombra blanca. No bien quedamos solos, volvimos a hacer el amor tirados sobre la piel, y acunados por el crepitar de los leños al arder, sumidos en una somnoliencia y abrazados, completamente desnudos, yo en un momento de cordura pensaba cómo este pobre vago de la Boca podía haber llegado a conseguir todo eso. En un momento de tregua, miré a los ojos a la condesa y le pregunté:
-María Elena, estoy completamente enamorado de ti, ¿que me respondes a todo esto, tú también lo estás, o soy un simple entretenimiento en tu vida?
Ella me tomó la cara con sus dos manos y me respondió:
-Bambino tontito, ¿que crees que sentí cuando te vi por primera vez en el salón de la fiesta? Nunca me he sentido tan feliz como ahora, y sí, me tienes completamente enamorada...
Pasamos todo el día sin salir, nos trajeron comida al aposento, bebimos, siempre ella más que yo, y fueron incontables las veces que rodábamos de la cama a la alfombra en delicioso y delirante éxtasis.
A la mañana siguiente salimos a recorrer los alrededores caminando, y luego lo hicimos en trineo tirado por caballos, admirando el maravilloso espectáculo que nos brindaban los montes nevados, en total silencio, y sin cruzarnos, afortunadamente, con nadie.
A varios días de nuestra estadía, llegó un mensajero con una esquela para la condesa. Era del Conde de Pavia, primo del rey Victor Manuel, que enterado por algun miembro de la servidumbre de la presencia de la condesa, la invitaba al gran baile de disfraz que era la fiesta tradicional y más elegante en la temporada en Cortina.
María Elena me solicitó que fuéramos, ya que prácticamente estaba obligada a hacerlo, ahora que habían descubierto su estada allí. Al principio me negué, porque si nos veían juntos, probablemente fuera a ser perjudicial para ambos, ya que conociendo el sadismo de los medios, seguramente se ensañarían con nosotros.
Me contestó que iríamos muy bien ocultos tras nuestros disfraces, y que salvo el anfitrión -que sabía guardaría nuestra identidad-, nadie se percataría de nada. Fuimos, yo de rey mago con una copiosa barba que ocultaba mi rostro, y ella de hada –vaya si lo era-. Estaba magnífica con su maravilloso cuerpo, tapada la cara con un antifaz que tenía un género negro que ocultaba su rostro, como se usaba entonces.
Recuerdo que bailamos, bebimos, participamos de varias rondas, y ya estabamos algo achispados por el calor de las estufas y el vino que, ahora sí, habíamos tomado ambos muy abundantemente. Estábamos bailando alegremente, cuando una máscara disfrazada de pastora, pasó al lado mío y con su tocado me arrancó la barba y el antifaz. Inmediatamente todo el mundo me reconoció, acercándose a pedir autografos o darme besos. Entre tanto, la condesa había desaparecido discretamente, diciéndome al pasar que me esperaba en el auto, saliendo por la puerta trasera. Yo no me podía desligar de la admiración que habia despertado, todos querían tener un recuerdo mío y hasta varios sacaron fotos del momento. Finalmente, y con la ayuda de la servidumbre que había enviado el dueño de casa, pude zafar y salir por un pasaje despistando a la concurrencia, donde me esperaba muerta de risa María Elena.
Le pedí que partiéramos de regreso al siguiente día, a lo que accedió después de muchas súplicas, ya que quería proseguir la tan grata estadía, pero me hizo prometer que enseguida partiríamos para la campiña de Aosta, donde estaba su finca de viñas. Primero -le dije-, tendría que ver si la noticia habia transcendido y solicitar el permiso al club. Cuando llegamos, esperamos la noche para llegar a mi departamento, tratando de que nadie se enterase de mi llegada. A la mañana siguiente recibí un llamado del secretario del Club, donde solicitaba mi urgente presencia esa tarde, ya que habría una reunión de C.D. y necesitaban tener una charla conmigo. Continuaremos uno de estos días con la conversacion, y todo lo sucedido.

viernes, 14 de marzo de 2008

La Condesa María Elena

Mientras esperaba el regreso de la condesa -para mí toda una sorpresa-, y sin darle mayor importancia a las palabras de Ameli-Nicolini, pensaba a dónde habría de ir, ya que la C.D. del club nos habia concedido todo el mes de licencia, junto con una jugosa recompensa en metálico por los logros obtenidos.
Yepetto iría a la campiña a visitar a la familia, en cuyo pueblo se comentaba estaban preparando un gran recibimiento, nombrándolo ciudadano honorario y otros homenajes.
El quería que lo acompañara, y aunque me agradaba la idea, me pareció que sería opacar un poco su momento, ya que como yo estaba considerado por todo el mundo el mejor jugador de Europa, con tapas en cuanta revista y diarios de la época se publicaban, posiblemente la atención se desviara más hacia mí, de modo que muy amablemente deseché la invitacion.
También Ameli-Nicolini partiría para Suecia, donde tenía negocios que requerían su atención. Me invitó repetidas veces a acompañarlo, lo que tambien deseché, porque podía ser un estorbo en sus entrevistas.
De manera que me quedaría solo en Roma, ya que mis compañeros de equipo también partirían hacia distintas direcciones.
Estaba muy ensimismado con esos pensamientos, cuando me tomaron del brazo. Era la condesa, ya de regreso, que me miraba sonriente, irresistible con ese hermoso y ajustado vestido, que hacia juego con sus magnificos ojazos. Nos miramos a los ojos un largo rato, como dos enamorados. Por mi parte, creo que ya lo estaba. Me llevó a la pista de baile, danzamos muy juntos, sentía... bueno, todo lo que se siente cuando uno tiene a una bellísima dama entre sus brazos, y percibe flotar su aliento cerca, y sus pechos muy juntos. Estaba flotando sobre una nube, deseando que ese instante fuera eterno.
En ese momento la orquesta comenzó un tango, el clásico tango europeo, tan distinto de las milongas del Honor y Gloria. Sabiendo lo que vendria, di los primeros pasos, y cuando luego de unos compases la orquesta hizo una pausa, la condesa quizo echarse hacia atras, tal como se estilaba, la tomo fuertemente de la espalda impidiendo ese movimiento, para mi ridículo.
Me miró intrigada, y le expliqué que así no bailabamos nosotros el tango:
-Ya lo sé, tontito-, me dijo, pasando sus dedos por mi mejilla. Y riéndose, me llevó hacia una mesa, tomó dos copas, y me guió hacia el jardin, especialmente decorado para esa fiesta.
Nos sentamos en una especie de glorieta toda cubierta de rosas de todos los colores imaginables, y con una fuente en el medio, en la cual llenó las copas ofreciéndome una, ya que los chorros de la fuente eran nada menos de un delicioso champán. Tomando mi mano me dijo:
-Ahora mi querido Bambino, me contarás toda tu vida hasta que llegaste a Roma-. Yo, que estaba extasiado con su presencia, y su trato para conmigo, comencé a hablar sin pausas de mi infancia en la Boca, de las casas de chapas de zinc, de su Riachuelo, lleno de barcos y astilleros... Ella me interrumpio:
-Conozco todo eso, ya que he estado en Buenos Aires, tontito.
Yo, embalado, continué con los bailes y el fútbol en Honor y Gloria, mi pasaje al Club Boca Juniors y la llegada de Ameli-Nicolini, que fue quien me trajo a Roma. Lo demás ya era conocido. Ella frunció el ceño y me preguntó:
-¿Conoces a ese personaje?
-Por supuesto, respondí, ha sido mi protector y lo considero además de gran amigo, un verdadero padre para mi.
Se estableció un silencio, que aproveché para preguntarle:
-Ahora te toca contarme algo de tu vida. Si es cierto que eres condesa, y todo esto te pertenece. Ella se hecho a reír y me dijo:
-Todo esto y muchísimo mas, que ya iras conociendo. Mis antepasados fueron desde piratas, obispos, cardenales, grandes comerciantes, siempre bajo el amparo o la tutela de la realeza de turno, y así lograron amasar una tremenda fortuna, de la cual soy única heredera, y a pesar de lo que ves, continúo dirigiendo alguno de esos negocios con cierta habilidad, ya que mi patrimonio sigue creciendo.
Terminada la charla, me tomó de la nuca, y me besó ardientemente. Aunque fue una sorpresa, respondí con la misma pasión. Estuvimos abrazados un largo tiempo, hasta que ella me tomó de la mano y me dijo:
-Vamos a mis habitaciones. Yo en principio me negué. ya que despertaríamos las habladurias de medio Roma. María Elena me traquilizó:
-No nos verá nadie-, y me condujo a la parte mas sombría del enorme parque, donde había una puerta muy bien disimulada. La abrió con una llave que tenia y me condujo por unos pasadizos hasta una escalera que conducia a los dormitorios. Llegados al suyo, me hizo permanecer oculto, y llamando a una criada, le pidió que no la molestaran hasta el dia siguiente, y ordenó la disculparan ante los invitados, ya que estaba descompuesta y por ello se había retirado a sus habitaciones.
Pasamos la mejor de las noches, todavía lo recuerdo. Inexperto e ingenuo, ya estaba enamorado locamente, y creo que a pesar de las damas que tuvieron luego relaciones conmigo, aun sigo recordándolo intensamente. Cuando despertamos,me tomó entre sus brazos y me dijo:
-Mañana partimos hacia Cortina D'ampezzo.
-Pero, ¿y todos los chismes que va a despertar esto?
-Nadie se enterara, ya que iremos a un chalet solitario que poseo en las cercanías...