lunes, 14 de enero de 2008

Comienza el viaje

Y llego el gran día de tener que embarcarme para el viaje a Europa, después de múltiples papeleos, revisaciones médicas, nombrar apoderado a Pedrín, nos preparamos para embarcar. Yo viajaría en un camarote con el enviado del club italiano, un Sr. Amelin-Nicolini, quien sería por largo tiempo, ya que de entrada entablamos una linda amistad, mi mentor y consejero, y en el camarote contiguo, María Eugenia y Pedrín.

Fue emocionante la comitiva que fue a despedirnos: toda la barra del Honor y Gloria, mi madre y hermano, el conventillo en pleno, vecinos y amigos de la Boca, algunos jugadores amigos y hasta el gallego García, quien al abrazarme, llorando por supuesto, me dio un paquete muy bien envuelto, susurrando “esto es para el viaje”, yo turbado por tanta emoción, me limité a agradecerle y guardarlo en uno de los bolsos que llevaba.

Subimos al barco, una cosa inmensa, por unas escaleras donde montones de mozos de cordel, llevaban toda clase de equipajes. El mío muy breve, ya que con unos pocos pesos adelantados de mi contrato y asesorado por Amelin-Nicolini había comprado unas cuantas pilchas apropiadas para el viaje, que anunciaban bastante prolongado.

Acodado en una baranda del barco estuve agitando mi pañuelo hasta que apenas distinguí ya los edificios de la ciudad. Muy conmovido me fui a mi camarote pensando que de viajar solo, seguramente me costaría volver a encontrar. Ya era de noche, y al acomodar los bultos encontré el paquete del gallego. Al desenvolverlo había ¡dos sandwiches de milanesa!... A la mañana siguiente bien temprano me acomode en una silla al borde de la baranda con vista al mar y me puse a comer los sandwiches, mientras varios lagrimones caían por mis mejillas, ante la mirada asombrada de Amelin-Nicolini...

Me costó entrar en ritmo, varias veces al día me encerraba en el baño del camarote a llorar pensando en si no me había equivocado al tomar la decisión de irme, lejos de mi entorno, sin conocer a nadie, ni saber cuál sería mi futuro.

Confiaba en mis condiciones, pero también meditaba en qué sería de mí si sufría algún accidente jugando, que me cortara mi carrera deportiva. Les juro que tenía ganas de volverme en el primer puerto donde parara el barco. Fue muy bueno el apoyo de los que viajaban conmigo para superar, aunque no del todo, ese malestar que sentía.

Mañana, el viaje y la vista de Río de noche...

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