martes, 29 de enero de 2008

Mi debut italiano

Llegó el día del primer entrenamiento. Entré al vestuario cuando ya estaban los demás jugadores, y me los presentaron uno por uno. Eran unos tanos grandotes, con un chau y un torvo apretón de manos se libraron de mí, con excepción de un muchachito joven, quien me saludó efusivamente y con el cual nos hicimos grandes amigos a posteriori.

Luego nos llevaron a una cancha auxiliar, donde hicimos gimnasia toda la mañana. Yo, queriendo demostrar mi valía, hice todo esforzándome al máximo. Así quedé, por poco me tienen que llevar en camilla, me dolían todos los huesos.

Nos llevaron a almorzar, anunciando practica de fútbol por la tarde. Comimos unos fideos con agua mineral y luego, una breve siesta. Yo recordaba los partidos en Boca, cuando antes de jugar, nos mandábamos los clásicos ravioles con estofado domingueros, acompañados de un buen vaso de tintillo, y allá íbamos.

Pero acá era otra cosa, ya me habían interiorizado que le daban la máxima importancia al estado físico, ya que era un fútbol mucho mas veloz que el nuestro: prácticamente no había gambetas, ni muchos pases, le daban gran importancia a la defensa, ya que metían casi todos los jugadores atrás. y luego a rechazar y correr, y se jugaban partidos entre semana, muy distinto a mi estilo de juego. Estaba en el dilema de adaptarme al de ellos, o seguir haciendo la mía.

Por la tarde, una breve práctica de tácticas, con mucho juego detenido, para que el entrenador diera indicaciones. A mi me marcaba un tano todo peludo, y en la primera de cambio, le hice un caño -pasarle la pelota entre las piernas- después de una breve gambeta, no bien pasé, sentí que me tomaban de la camiseta, y el grandote que por señas y gruñidos me indicaba que no volviera con esa cargada, ya que iba a parar a la enfermería. También me valió un reto del entrenador, a quien tampoco le gustó esa jugada, y me indicó que debía ser mas práctico y seguir sus instrucciones. Sumisamente, pedí disculpas, y seguí jugando de acuerdo a lo indicado. Terminado la práctica, a bañarnos, y me tiré en la cama y no desperté hasta el otro día, cuando me llamaron para la gimnasia, pero esta vez, no me esforcé tanto, porteñamente, la cancherié, y no quede ten dolorido.

Seguimos con esta rutina hasta el día del debut. Nunca me olvidaré, fue contra uno de los mejores equipos del momento. El entrenador me reservó para después, aunque yo nerviosamente esperaba ansioso el momento de entrar en la cancha. Mediaba el segundo tiempo, cuando me hicieron entrar, con instrucción de jugar rápido la pelota, y jugar defensivamente, ya que estábamos empatados y ese resultado nos favorecía. Los tiffossi aplaudieron y vivaron mi ingreso, lo que me dio valor; jugué respetando las indicaciones y faltando pocos minutos toqué una pelota y me salió el indio, pasé a varios rivales gambeteando y se la puse al arquero en un ángulo imposible de sacar. Fue el delirio, la hinchada gritaba mi nombre y aplaudía a rabiar, ante la indiferencia de mis compañeros, que apenas festejaron el gol, salvo el pibe amigo, quien saltó a felicitarme.

Terminado el partido nos reunió el entrenador, y tras felicitarme un tanto fríamente, me adelantó que no volviera a repetir esa jugada, ya que ese no era el fútbol que se jugaba en Europa. Volvi a disculparme, aunque para adentro, eran otros mis pensamientos.

En preparación: Mi vida en Italia.

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