domingo, 20 de julio de 2008

El descanso llega a su fin


En uno de los tantos paseos que realizábamos a solas con Don Santino me preguntó:

-¿Conocías al dueño de la casa en que vives actualmente?

-No, sé que pertenecía al conde Lamborgui, pero nada más.

Don Santino se rió y me dijo:

-Te voy a contar su historia, ya que vale la pena que la conozcas. El conde era un viejo libertino, a quien nosotros tuvimos como testaferro. Como estaba muy mal económicamente, pusimos a su nombre unos viñedos, para que la venta del vino fuera una pantalla para que dedicarse a otras actividades como ser la venta de estupefacientes entre la nobleza romana y dentro del Vaticano, ya que tampoco allí era todo tan santo como parece.

Ademas nosotros siempre mantuvimos muy buenas relaciones, mediante jugosas donaciones con los papas de turno. Pasó que los viñedos fueron prosperando y el conde Lamborgui volvió a tener una envidiable posición económica y pretendió hacer una sociedad para la venta de sus vinos con tu amiga la condesa, a quien también –de paso- requirió de amores, siendo airadamente rechazado en ambas propuestas. Así fue que decidimos dejar el trafico de drogas y dedicarnos a operaciones lícitas, eso si, siempre pidiéndoles una comisión en toda operación de importancia que realizaran los poderosos de turno, ya que siempre conservábamos el dominio de toda la parte sur de Italia, desde Roma hasta nuestra isla, donde merced a dádivas y presiones éramos los que tomábamos las decisiones en todo asunto de importancia.

La salud del conde, corroída por tantos años de vida disipada, comenzó a decaer, hasta que le llegó el turno de ocupar su lugar donde reposaban sus antepasados. A su muerte se le brindaron los honores fúnebres correspondientes a su jerarquía dentro de la nobleza.

Así me fui enterando de muchos secretos que ocurrían en el país, y que por supuesto desconocía. Todo esto debido a que Don Santino me había tomado un gran cariño, tratándome como a un hijo. Gozaba también ya de gran consideración entre los pobladores de Palermo.

Frecuentemente, además, íbamos al Club, donde sostenía charlas con los jugadores, a quienes brindaba todo lo que había atesorado a través de mi ya larga presencia en el fútbol de Italia. Cuando llego la hora de partir, Don Santino me abrazó cariñosamente, pidiéndome me cuidara mucho ya que con Ameli me iban a necesitar para misiones de gran reserva, porque según me dijo, se avecinaban días muy penosos para toda Europa, ya que creía que el dictador Hitler, que había hecho una alianza con Mussolini, llamada el eje Roma-Berlín, nos llevaría a una prolongada guerra, según sus confidenciales informes.

Esto lo tomé un poco a la ligera, ya que no había, por el momento, nada que permitiera presagiar esos hechos.

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