sábado, 26 de julio de 2008

La visita al paese de Pedrín

Una mañana bien temprano, nos decidimos efectuar el viaje hacia la comarca de Pedrín. Fuimos junto a Ameli-Nicolini y Carla, que ya estaba como un familiar más, compartiendo todos nuestros proyectos y salidas.
Raudamente fuimos dejando atrás los suburbios romanos para internarnos en una zona boscosa que, a poco andar se fue transformando en un valle bastante árido, con muy pocas viviendas -todas antiguas, construidas en piedra y con el clásico techo de paja-, muy poca vegetación, y algunas cabras, ovejas, junto a un poco de ganado vacuno.
Ya estamos cerca -dijo Pedrín-, que no dejaba de observar todo a través de la ventanilla. Llegamos a un cruce de caminos y nos hizo tomar por una estrecha ruta mal empedrada, por la cual yo debía conducir a poca velocidad para evitar los baches y pegar contra alguna de las tantas piedras sueltas.
Ya estamos llegando -dijo Pedrín-, Y señalando un deteriorado rancho a unos cuantos metros del camino, dijo: allí es. Dejamos el auto y nos dispusimos a caminar hasta allí.
Cuando llegamos salió a recibirnos un rustico habitante, quien de no muy buenos modales nos preguntó a quien buscábamos. Pedrín se dio a conocer, contándole que esa era la vivienda que ocupó con su madre de niño. hasta que ella falleció, y que él había vendido la propiedad y unos pocos animales, para irse a América, y ahora volvía para encontrar algún pariente o antiguo habitante de la zona.
El labrador nos observó largamente. y con un tono muy poco amable nos hizo saber que no sabia nada de toda esa historia. Todo eso en un dialecto que solo Pedrín acertaba a comprender; metiéndose luego en su tapera, nos dejó allí parados.
Recorrimos durante un largo rato otras viviendas, con el mismo resultado, con gran decepción de Pedrín, que no podía creer que nadie lo recordara y de no poder tampoco encontrar algún habitante de aquella época.
Luego de fracasar en otros intentos, resolvimos emprender el regreso, en un angustiado y penoso silencio. Los dos pensando en la decepción del pobre Pedrín, aunque alegrándonos de poder salir de esa región tan inhóspita.
Regresamos por otro camino, indicado por nuestro guía, y a poco andar dimos con un pequeño caserío, con su clásica plaza, su antigua capilla, y la infaltable posta, donde nos detuvimos a almorzar unos tallarines amasados
in situ
junto a los abundantes embutidos producidos en la región.
Luego de infructuosas averiguaciones de Pedrín, que tampoco obtuvieron resultado, continuamos en silencio nuestro viaje.
Yo para distraer su tristeza, le pedí me contara noticias de la Boca, ya que muy poco habíamos hablado desde su llegada. Me contó que había cambiado notablemente, que si bien todavía estaban las casas de chapas y fuerte colorido, se había llenado de cantinas para turistas. La calle Caminito -clásico tango de Filiberto-, junto a la casa de Quinquela, eran parte de los
tours
acomodados para los extranjeros que visitaban el lugar. Nuestro querido club Honor y Gloria tuvo su época de esplendor, pero ahora languidecía absorvido por la gran institución en que se había convertido Boca Juniors.
Lo que aun conservaba su fama, eran los carnavales, con su famoso corso, lleno de carrozas, con cuanto carro había, todos decorados con toda clase de flores, llevando a las chicas del barrio, o conjuntos de acordeonistas tocando tarantelas y seguidos a pie por las famosas comparsas y murgas que se disputaban los premios regalados por los comerciantes de la zona, encabezados por el mejor disfraz individual, ya que había muchos que se lo disputaban.
Nos contó lo sucedido con un estibador que se disfrazó de oso, con una piel vaya a saber de donde había sacado, y que pasaba tocando una pandereta, y no faltó la barra de reos mal entretenidos -diría Borges, escritor favorito de Ameli, con quien compartía sus relatos sin comprender mucho alguno de ellos, los que Ameli pacientemente, me trataba de explicar-.
Lo cierto es que estos muchachones que paraban en las esquinas, no tuvieron mejor idea que deslizarle un fosforo prendido por el cuello de la piel, la que ardió rápidamente provocándole al disfrazado graves quemaduras. Esas eran las habituales bromas que se estilaban por aquellos tiempos -¿y ahora no?- allí terminó el relato, ya que estábamos cerca de nuestra vivienda.

No hay comentarios: