martes, 5 de agosto de 2008

Empieza la guerra

Y llegó el gran día de mi debut en el futbol. Jugábamos como locales y una multitud colmó el estadio aguardando mi presencia. Afortunadamente muy feliz, ya que estuve a la altura de mi fama, converti dos goles y fui el director del equipo, formado en su mayoría por jóvenes que me buscaban para entregarme la pelota, así que pude desplegar todo mi repertorio de jugadas con gran éxito y para alegria de todos los tiffosi.
Continuamos jugando, viajando continuamente, pero a mitad del campeonato ocurrió lo que habia pronosticado Don Santino: Hitler, que al principio se habia anexado los países fronterizos sin que nadie hiciera nada para detenerlo, fue mas allá, y quizo apoderarse de toda Europa, desatando una de las más cruentas guerras de la historia -¿acaso existe alguna guerra que no sea cruenta?-.
Mas esta es una historia ya sabida y repetida hasta el cansancio por los países ganadores, que, lógicamente, son los que escriben la historia, así que continuaré relatando el papel que desempeñamos nosotros en ella.
Habíamos formado un grupo con Ameli-Nicolini, Don Santino, Pedrín y Carla, y naturalmente yo. Buscamos negociar con los nazis, ya que el Papa aparentemente tenía cierta simpatía con ellos, y merced a las vinculaciones de Ameli con el clero, tratamos de poner a salvo todas las obras de arte que podiamos, porque un cierto ministro de Hitler se habia dedicado a saquear, en su personal beneficio, cuanto museo, iglesias y coleccciones privadas había desde Roma para abajo, donde reinaba Don Santino y su extensa red de súbditos.
De modo que salíamos de noche con varios vehículos, cargábamos todo cuanto de valor podíamos, y lo llevábamos a los sótanos secretos de los castillos de la condesa, donde quedarían depositados.
A cambio de la promesa de que no bombardearan las principales ciudades, ya que Italia no había participado muy activamernte en la guerra, el pueblo, salvo raras excepciones, aceptaba que soldado que huye, sirve para otra guerra, y lo ponía en práctica.
Excepto muchos que se habían aliado con los partisanos de otros paises ocupados y se dedicaban a hostigar a los nazis con toda clase de sabotajes. Nosotros, quizá con mayor prudencia, nos dedicábamos a canjear muchos favores con el enemigo, salvando a gran cantidad de gente que trataba de ir a otros paises, ya que estaban sentenciados por los nazis a una muerte segura, en campos de concentracion, o directamente fusilados.
Sabiendo que la oficialidad tenía gran debilidad por el champán, se lo proporcionábamos de nuestras atestadas bodegas, haciendo de paso pingüe negocio, ya que con la excusa de lo trabajoso que era conseguirlo, lo cobrabamos a un precio muy superior al real...
Un dia vino Ameli con la noticia de que se debía emprender una misión sumamente peligrosa, y que él era uno de los pocos que podía llevarla a cabo. Se trataba de sacar de la frontera con Francia, simulando ser el cardenal Ambroggi, secretario del papa y con un chofer proporcionado por el vaticano -ya que iría en un coche del cardenal-, a los hermanos Laporte, que eran los jefes mas altos de la guerrilla en Francia, y cuyo escondite habia sido descubierto por una pareja proveniente de la Argentina -de quienes hablaremos mas adelante-.
Me opuse a que Ameli fuera en tan riesgosa misión, y después de muchos cabildeos decidimos que yo, convenientemente disfrazado, iría acompañándolos como su chofer. El operativo era rescatar a los hermanos de un convento jesuita donde estaban escondidos y traerlos a Roma, donde fuerzas de la resistencia los embarcarían hacia Londres para unirse a las tropas que lideraba el General De Gaulle. Así fué que munidos de salvoconductos y documentos falsos, partimos bien de noche hacia nuestro objetivo.

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