lunes, 11 de agosto de 2008

Entregamos a los Laporte a salvo

Enterados de todo lo pasado a los hermanos Laporte, nos disponiamos a regresar, cuando fuimos advertidos por los monjes de que sería mas prudente viajar de noche, cuando descansaban las patrullas, y sería quizá más fácil poder cruzar la frontera.
Aceptamos el consejo, descansamos, y llegada la noche, antes de partir, nos habían preparado un refrigerio, así no teníamos que parar en ninguna parte para alimentarnos.
Previo a la salida, nos llevaron a la capilla, donde efectuaron ruegos y pedidos por el éxito de tan peligrosa misión. Allí recién tomé conciencia del enorme riesgo que corríamos. Estabamos tratando de poner a salvo a dos héroes de la resistencia que eran buscados por casi todas las fuerzas de los SS.SS. A pesar de no ser católico, tambien pedí poder lograr nuestro objetivo de regresar vivos.
Nos aprestamos a partir; luego de agradecer junto con los Laporte a los monjes todas las atemciones y el peligro que habían corrido al tenerlos ocultos.
Subió al enorme auto Ameli-Nicolini, ya con su traje de cardenal, y como hacía mucho frío -ya lo teníamos pensado-, con una enorme manta cubriendo sus piernas, debajo de la cual viajaría muy acurrucado el menor Laporte; en cuanto al mayor, lo acomodamos en el enorme baúl del auto, junto a dos bolsos que portaban, después nos enteramos, armas y granadas.
Además, le entregaron un portafolio a Ameli que si les llegaba a pasar algo a ellos, debía hacer llegar al Gral. De Gaulle, y que contenía todos los datos sobre ubicación de las tropas alemanas en Francia y las rutas más despejadas para cuando llegara el dia D, que ya parecía inminente. Un montón de planos y claves, todos escritos en lengua vascuence, que por ser desconocida por los nazis, serían prácticamente indescifrables. Así era como se comunicaba la resistencia, ya que previamente casi todos los guerrilleros la habian practicado.
Bien, partimos cruzando la frontera por un paso prácticamente desconocido, pudiendo así burlar por fortuna el asedio aleman.
Siempre manejando con gran prudencia, marchamos por senderos despoblados por varias horas hasta que por indicación del menor paramos un momento, mientras él estudiaba unos planos que llevaba, trazando coordenadas, nos indicó la dirección que debíamos seguir, hasta encontrar un campo prácticamente desolado con un rancho de donde salía una pequeña estela de humo.
Hacia allá nos dirigimos. Salieron a recibirnos tres campesinos partisanos, que a las carreras pusieron al descubierto una montaña de pasto donde estaba oculta una avioneta, a la que subieron rápidamiente los dos hermanos y un piloto que estaba oculto en el rancho, y luego de una breve despedida, los vimos partir junto a todos sus pertrechos.
Nos quedamos hasta no verlos ya en el cielo y lentamente emprendimos el regreso, donde por fortuna ahora sí fuimos detenidos varias veces por tropas nazis que nos imquirían el porqué de nuestro viaje y el destino que llevábamos.
Ameli, ya advertido, explicaba que habíamos llevado por orden del Papa un cáliz sagrado al monasterio para reponer el auténtico, sustraido por una de las tantas requisas que efectuaban las patrullas buscando a los Laporte.
Dada la investidura del cardenal y todos los pasaportes y credenciales en nuestro poder, nos dejaban seguir viaje.
Así fue que llegamos a nuestro hogar, donde fuimos cálidamente recibidos por nuestros cómplices y amigos.
Mucho después, y ya finalizada la conquista de Francia, recibimos cartas de ageadecimiento del Gral. De Gaulle y los hermanos Laporte, quienes posteriormente también nos visitaron, pero esa será otra historia, como lo que nos sucedió cuando regresamos a nuestro cuartel general en Palermo, y que relataré, para no cansarlos, en mi proxima entrega.

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