martes, 4 de diciembre de 2007

Mi niñez en la Boca III


Nuestro grupo de chiquillos, unos 10 o 12,
todos habitantes
del "complejo" de chapas
y madera, donde algunos audaces hasta
habían edificado un piso arriba,
con gran habilidad,
ya que nunca se cayó
ninguna y las
escaleras hechas con las maderas que descartaban en
los astilleros que nosotros inconscientemente subíamos y bajábamos
a las carreras, aunque crujían amenazadoramente, jamás se rompieron.

Bien ese grupo nos reuníamos por la mañana en un rincón del astillero
más próximo que era muy poco frecuentado y donde
podíamos planear,
puestos todos de acuerdo, las aventuras
de esa mañana, que
generalmente comenzaba bien tarde, ya que nos despertábamos cuando
el sol estaba alto, pues
estábamos solos.
Nuestros padres habían salido temprano a trabajar, el hombre al puerto
y la madre en alguna de las fábricas que ya se estaban instalando cerca
del Riachuelo o si no, a lavar "para afuera" cuestión de arrimar unas
monedas mas al ya magro presupuesto.
Ya vestidos, desayunábamos un mate cocido con algún trozo
de pan, si quedaba de la noche anterior, y a la reunión.
Cuando era la temporada, la decisión más arriesgada era ir
a robarles algunas sandias a los tanos de las chacras,
aunque estos, ya escarmentados, las sembraban cerca de
las casas donde podían vigilar; y además estaban los perros,
que no constituían un peligro, ya que de tanto vernos nos
habíamos hecho amigos, claro, previo convite con un pedazo
de pan, o alguna achura regalada por el carnicero del barrio,
ya que en aquel entonces, todas las vísceras de los animales
se regalaban.
Entonces era cuestión de esperar que la familia se fuera a
dormir la siesta, toda una tradición, pues se trabajaba desde
el alba a la puesta del sol, y allí, nosotros, agazapados y
corriendo, buscábamos la mejor sandía o melón y rápidamente
nos dábamos a la fuga, aunque alguna vez tuvimos que
soportar un escopetazo de sal en las nalgas, pero eso era ya
un riesgo asumido. Cuando alguien de la barra faltaba a la cita,
íbamos en su busca, descontando que estaba enfermo de gripe.
La única enfermedad conocida, pues todos éramos inmunes a
otra cosa. Como el médico era una cosa inexistente, se
consultaba al boticario, dueño de la botica, así se denominaba
a la farmacia, quien de acuerdo al informe de nuestra madre al
poner la palma de la mano sobre nuestra frente dictaminaba la
fiebre que teníamos. Entonces el buen hombre "diagnosticaba",
como primer medida, una purga, llamada limonada Rogué,
asquerosa bebida que nos hacían tragar a la fuerza,
tapándonos la nariz. Luego unas temidas cataplasmas de lino,
un menjunje que se calentaba y luego se envolvía en un lienzo
y nos colocaban en el pecho, cuando más calientes mejor, a
pesar de nuestros ruegos y lloros, no había compasión. Luego,
un baño de pies con agua bien caliente y mostaza. El enfermo
envuelto totalmente en una frazada tenia que aguantar el
mayor tiempo posible ese tremendo suplicio, pero nos
curábamos, ¡y como! Terminada esa operación dejábamos al
enfermo en cama, un par de días, continuando el tratamiento
hasta desaparecer la fiebre, y a otra cosa. Planificada la
mañana, volvíamos a casa a comer lo poco que había para
compartir y después a la escuela, y otras actividades.
Pero detengámonos en los famosos partidos, todos teníamos
apodos: el rusito, el polaco, el pelado, el flaco, ese era yo,
pan con grasa -el
clásico y buenote gordito, que pese a sus
protestas siempre jugaba al arco porque nunca corría a nadie-,
el triste, risita, tachito de grasa, un negrito que trabajaba en
una fabrica taller de arreglos de carros, ya que todo se
transportaba a tracción a sangre, y él era el encargado, entre
otras tareas, del engrase de las ruedas de los carros, así que
venia todo sucio a jugar, después de los interminables partidos,
todos al Riachuelo, donde habíamos descubierto una isla con
un montículo sobre el río, donde nos zambullíamos y luego entre
todos, ya que se resistía, frotábamos con arena y agua, a
"tachito de grasa", hasta dejarlo bastante limpio, aunque con
algunas rayaduras, consecuencia del raspado con la arena.
Después según la hora, la pesca, o la tertulia en la carbonería
de Pedrín, pero será el tema que trataremos mañana.

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