jueves, 27 de diciembre de 2007

Honor y Gloria II

No quiero seguir mi atropellada vida sin detenerme un
momento más en el querido Honor y Gloria. Fuimos de a
poco creciendo con esfuerzos, mangas y otros pesos que
aportó el buenazo de Pedrin. Construimos una canchita de
basquet con piso de baldosas con el fin de organizar
también bailes los domingos, con estricto horario de
terminación a la 11 de la noche. Recordar que eran altri
tempi
, sin boliches, y con mas severidad en los hogares.
La idea tuvo buena acogida, y con unos parlantes, que
sabe dios dónde había conseguido y colocado mi hermano
el inventor, unas mesas y sillas de latón plegables que
nos había prestado la Quilmes, en retribución por la
compra de mercadería que nos venderían, nos largamos con
gran éxito. Al principio el buffet consistía en unos
tablones de madera con sus respectivos caballetes, donde
estaban las bebidas -cerveza, naranjín, y alguna ginebra-
y abajo unos tachos con barras de hielo para enfriar las
mismas. Luego logramos construir una pieza que servía de
almacenamiento y dividida en dos la otra parte para
nuestras reuniones de comisión o alguna jugada de truco
por el portentoso sandwich de mortadela o en ocasiones de
milanesa.
Teníamos un mozo, el gallego García, así lo llamábamos
nosotros, ya que nunca supimos ni su nombre ni el
apellido. Había un contrato muy especial, tratado
lógicamente por la Honorable Comisión Directiva, en la
que figurábamos todos los integrantes del plantel de
futbol más Pedrín, quien siempre llevaba la voz cantante
y al cual se le aprobaban por rigurosa unanimidad todas
las mociones. El gallego de quien hablo -bruto hasta las
orejas- trabajaba de día en la fonda de Doña Maria
-bendita vasca-, y como no tenía donde dormir, nos
propuso atender nuestro club durante la noche y en los
bailables de los domingos, si le permitíamos tirar un
colchón en el suelo y traer sus pocas pertenencias, lo
que fue aceptado por la mayoría.
El pobre gallego tenia una libreta donde solía anotar
nuestras consumiciones, ya que siempre andábamos con lo
justo, y que solíamos pagar cuando realizábamos alguna
changa, o los que trabajaban, cuando cobraban el sueldo,
eso sí, a veces la cuenta se hacía un poco pesada, pero
siempre cumplíamos, ya que esa libreta estaba bajo la
supervisión de Pedrín, y nadie quería quedar mal con
nuestro protector.
No quiero terminar con esta parte sin contar dos sabrosas
anécdotas del gallego García.
Una en la fonda, donde comían todos los obreros que
trabajaban en los barcos, sin mayores pretensiones: mucho
no se le podía exigir a la pobre vasca doña María, que
cobraba muy barato, y aparte se bastaba sola porque salvo
servir las mesas, poca era la ayuda del gallego. La pobre
tenia dos hijos, muy mal entretenidos -diría el gran
Borges- ya que pasaban toda la noche en las timbas,
perdiendo el dinero que con tanto esfuerzo ganaba la
madre y durmiendo durante el día y que nadie osara
despertarlos ya que se comentaba eran de armas llevar y
tenían varios duelos a puro cuchillo, pero vamos a lo
nuestro.
Un día llego a comer un extraño al barrio y pidió un bife
con papas blancas; al usar la aceitera lo llamó al
gallego y señalándosela le dijo:
-Mozo, este aceite no se puede comer, y García impasible
le contestó:
-¡Éste, no puedes comer!, pues si ves el que usan en la
cocina te desmayas...
Otra, en un baile de nuestro club, yo estrenaba
pantalones largos, no se si ustedes sabrán, que en
aquella época no existían los vaqueros y a nosotros nos
vestían con unos pantalones que llegaban hasta las
rodillas, luego cuando nos asomaba ya la barba, pasábamos
a los largos, teniendo que soportar las gastadas de todos
los amigos por el acontecimiento. Bien, esa tarde habían
concurrido un par de chicas de otro barrio, medio pitucas,
pero que estaban bastante bien. A mi se me ocurrió sacar
a bailar a una, con la cual simpatizamos y continuamos
bailando, hasta que la invité a tomar algo, ocupando una
mesa a la que acudió solícito el gallego. La niña pidió
un naranjín, y yo, echando pinta pedí un güisqui. El
gallego me señaló con el dedo diciendo:
-Tú, whisky, no tienes todos los días para pagar el
naranjín, y ahora quieres largarte con esto...
No atiné a salir decorosamente del paso, mientras la
chica pidió permiso para ir al baño y despareció
alegremente hacia mi olvido...
Mañana la seguimos.

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