viernes, 29 de febrero de 2008

El partido por la Copa del Mundo


Entrando en Berlín, como todos saben, ciudad muy limpia y ordenada -por eso no abundaré en comentarios-, nos llevaron a un precioso hotel en las afueras, para evitar fastidiosos contactos y prensa, y tener tranquilidad para encarar ese difícil partido, en el que todos daban como ganadores a los alemanes: muy buen equipo, rápidos, aunque bastante recios: Pero nosotros también estábamos muy bien entrenados, teníamos buenos jugadores, y como decían las crónicas de aquella época, contaban con mi presencia -el mejor jugador de Europa- así titulaban.
Y llegó el partido. Antes de terminar el primer tiempo en rápida y feliz jugada, los alemanes se pusieron en ventaja ante la gran algarabía de la mayoría de los hinchas que colmaban las tribunas.
En el descanso, el entrenador me llamó aparte y me dijo que por favor frotara la lámpara de Aladino, ya que había jugado muy marcado por los jugadores rivales y no había tenido oportunidad de realizar ninguna de mis jugadas.
Es cierto, apenas recibía la pelota, ya tenía un rival encima, dispuesto a quitármela o a empujarme para impedir que siguiera jugando, un poco ante la pasividad del árbitro que, quizá por la condición de local de los germanos, hacía casi siempre la vista gorda ante las infracciones que me cometían.
Habíamos hablado con Yepetto, y nos juramos dejar la vida por el triunfo. Hacia la mitad del tiempo complementario, logré despegarme de la pegajosa marca de mis contrarios y gambeteando y combinando con Yepetto y esquivando puntapiés, llegamos al arco, donde no tuve dificultad en marcar el gol del empate.
Continuó el juego, cada vez mas duro y violento, con dominio alemán, y Yepetto logró interceptar una pelota en mitad de la cancha y salio disparando hacia el fondo de la línea. Como ya habíamos ensayado esa jugada, salté entre dos contrarios y corrí hacia el arco rival.
Yepetto llegó casi hasta el final de la cancha, levantó la cabeza, me vio a mí que llegaba corriendo y sacó un preciso centro hacia el medio del arco, yo calculé que no llegaría a tocar la pelota y, desesperadamente, me arrojé al aire, volando casi a ras del suelo y alcancé a cabecearla, convirtiendo el gol.
Medio estadio enmudeció, ante la alegría de todos los italianos espectadores de la hazaña, y yo tratando de no morir asfixiado por todos los compañeros que se habían tirado encima de mí formando una montaña de la cual trataba desesperadamente de escapar.
Luego del prolongado y lleno de lagrimas abrazo con Yepetto, el juez consiguió reanudar el partido. Los alemanes nos llevaron desesperadamente por adelante, ante los gritos de nuestro entrenador que enloquecido nos pedía que aguantáramos y tuviéramos la pelota lo más posible, ya que faltaban pocos minutos para el final.
Así hicimos, logrando el más espectacular triunfo en la historia de nuestro Club. Solo el que estuvo allá puede imaginarse lo que fue aquello.
Tanos por todas partes, saltando y gritando como locos, nosotros saltando abrazados y llorando a moco tendido, junto con todo el cuerpo técnico. Finalmente, nos entregaron la hermosa copa, también en una emotiva ceremonia, la que fue besada por todos los integrantes del equipo y cuanto hincha estaba presente.
Una vez en los vestuarios siguieron los cánticos, saltos y abrazos, junto a una lluvia de champán, que no se de dónde había aparecido. Una vez en las duchas, arrastramos con nosotros a todo el cuerpo técnico junto a Ameli-Nicolini, quienes correctamente vestidos como se encontraban, quedaron hechos sopa, aunque igualmente siguieron con nuestra ruidosa algarabía. Una vez cambiados, salimos rápidamente hacia el ómnibus, ya que esa era la recomendación, para evitar imprevistas efusiones y cualquier otro incidente con la parcialidad alemana.
Rápidamente iniciamos el camino de regreso, acompañados por una ruidosa procesión de vehículos de toda clase con hinchas italianos que seguían nuestro andar. Al llegar a Italia se complicó el viaje, ya que al costado del camino era innumerable la cantidad de gente que saludaba nuestro paso, y quería tocarnos. Acortaré este interminable viaje, ya que ocuparía varias páginas narrar lo que fue aquello.
Y finalmente llegamos a Roma, donde aquello fue inenarrable: una multitud nos esperaba, cubrieron de flores el autobús, finalmente lograron sacarnos del mismo, aunque fuimos felizmente rescatados por los bomberos que acompañaban nuestro andar, y nos subieron a sus carros donde tuvimos que dar varias vueltas por el centro de la ciudad, hasta poder llegar a nuestro Club donde, ya un poco mas tranquilos, pudimos continuar los festejos, encabezados por Ameli-Nicolini, quien había perdido su habitual compostura y saltaba y brindaba con champán con todos nosotros... Finalmente nos retiramos a descansar, ya que nos habían alertado que los días siguiente iban a ser tremendamente ocupados.
Tuvimos que ir al palacio real, donde nos recibió el rey en persona, felicitando uno por uno a cada jugador. Luego nos recibió también el Papa, quien después de saludarnos y bendecirnos, nos regaló una medalla, que no conservo, porque la obsequié tiempo más tarde, a quien verdaderamente la apreciaría, pero esa es otra historia, que ya contaré.
Finalmente, y pasando por alto otras entrevistas, terminaron los festejos con el gran baile de gala, con invitados especiales que se realizaría en una de las mas hermosas casas romanas, el castillo de la dama Maria Elena Reviello, condesa de D' Aosta.
Por supuesto concurrimos vestidos de rigurosa etiqueta, así se acostumbraba en aquella época, donde estaría lo más granado del gobierno y la aristocracia romana y de todo quien podía tener acceso a esas fastuosas reuniones. Yo no fui de muy buena gana, ya que me sentía un tanto incómodo entre esa gente, por mi tan modesto pasado en los conventillos de la Boca, pero no tuve alternativa...
Luego de interminables discursos y brindis, tras un fastuoso banquete adornado por platos que no alcancé a distinguir porque me parecía estar flotando en una nube, y que en cualquier momento volvería a aterrizar en la tierra, comenzó el baile.
Pude apartarme y recostarme junto a una columna mirando a los bailarines, entre los que para mi sorpresa advertí a Yepetto, danzando muy entusiasmado con una hermosa niña; después supe que era hija de un alto dignatario del Vaticano, con quien mas tarde tendría un noviazgo que culminaría en casamiento, del cual tuve la gran alegría de ser padrino. Pero esta será otra historia que dejaremos para más adelante.
Seguía apoyado en la columna, cuando veo acercarse hacia donde yo estaba a una hermosa dama, con un vestido que realzaba su cuerpo espectacular, y unos luminosos ojos color esmeralda, que al estar junto a mí, me preguntó:
-¿Tu eres el famoso Bambino?
Como yo había enmudecido contemplando esa dama tan bella, ella me tomó de la mano y me llevo a bailar. La tomé en mis brazos sin poder articular palabra, mientras ella arrimaba su mejilla junto a la mía. Para mi tremenda sorpresa, hablamos las frases circunstanciales. Ella admirada por tener entre sus brazos al famoso Banbino, mientras yo, creo que por primera vez en mi vida me ruborizaba, estaba recuperando mi valentía de reo de la Boca, cuando nos interrumpió un valet para decirle unas palabras en su oído.
La dama me pidió disculpas, diciendo que tenía que atender algo urgente, pero que no me moviera de allí, donde quería encontrarme cuando volviera.
En eso estaba cuando se acercó Ameli-Nicolini, y después de felicitarme por la pareja, me pregunto:
-¿Ya conoces quien es? Ante mi negativa, sonrió contestándome:
-Es Maria Elena Reviello condesa de D' Aosta, y dueña de todo esto.
Quede petrificado, mientras mi protector me decía:
-Ten cuidado con esa persona, te puede hacer mucho daño...

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